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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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20<br />

Hari Seldon se recostó en el sillón de <strong>la</strong> habitación que se le había asignado merced a <strong>la</strong><br />

intervención de Dors Venabili. Se sentía descontento.<br />

En realidad, aunque ésa era <strong>la</strong> expresión que tenía en mente, sabía que el término no reflejaba<br />

sus sentimientos en absoluto. No sólo estaba descontento, estaba furioso..., tanto más cuanto que<br />

no sabía a ciencia cierta el motivo de su furia. ¿Sería por <strong>la</strong> Historia? ¿Los escritores y<br />

compi<strong>la</strong>dores de Historia? ¿Los mundos y <strong>la</strong> gente que hacían <strong>la</strong> Historia?<br />

Con independencia del b<strong>la</strong>nco de su furia, ya que no importaba demasiado, lo que sí le preocupaba<br />

era que sus notas resultaban inútiles, así como sus nuevos conocimientos; todo era inútil.<br />

Llevaba casi seis semanas en <strong>la</strong> Universidad. Casi al principio había logrado encontrar una<br />

computadora y había empezado a trabajar con el<strong>la</strong>..., sin ser instruido, pero sirviéndose del instinto<br />

desarrol<strong>la</strong>do en los muchos años de trabajos matemáticos. Había sido un trabajo lento y vaci<strong>la</strong>nte,<br />

pero encontraba cierto p<strong>la</strong>cer en determinar gradualmente <strong>la</strong>s rutas por <strong>la</strong>s que podía conseguir<br />

respuestas a sus preguntas.<br />

Luego, llegó <strong>la</strong> semana de c<strong>la</strong>ses de Dors, que le había enseñado docenas de atajos, y<br />

proporcionado un par de motivos de vergüenza. El primero incluía <strong>la</strong>s miradas de sos<strong>la</strong>yo por<br />

parte de los adolescentes, que parecían desdeñosamente conscientes de su avanzada edad y que<br />

estaban dispuestos a sentirse molestos por el constante uso del honorífico «doctor» de Dors al<br />

dirigirse a él.<br />

—No quiero que piensen —le explicó— que eres un estudiante perpetuamente retrasado tomando un<br />

curso «curativo» de Historia.<br />

—Pero, ahora ya estarán enterados, y yo diría que un simple Seldon sería suficiente.<br />

—No —protestó Dors, sonriente—. Además, me gusta l<strong>la</strong>marte doctor Seldon. Me encanta <strong>la</strong><br />

expresión incómoda que adoptas cada vez.<br />

—Lo que ocurre es que tienes un peculiar sentido sádico del humor.<br />

—¿Y me lo arrebatarías?<br />

Sin saber por qué, aquello le hizo reír. Bueno, <strong>la</strong> reacción natural hubiera debido ser rechazar<br />

el sadismo. Pero le pareció divertido que aceptara el reto y se lo devolviera. Esa idea le llevó a<br />

una pregunta normal:<br />

—¿Juegan al tenis aquí, en <strong>la</strong> Universidad?<br />

—Tenemos pistas, pero yo no sé jugar.<br />

—Estupendo. Yo te enseñaré. Y mientras lo hago, te l<strong>la</strong>maré profesora Venabili.<br />

—Pero eso ya me lo l<strong>la</strong>mas en c<strong>la</strong>se.<br />

—Te sorprenderá lo ridículo que suena en una pista de tenis.<br />

—A lo mejor me gusta.<br />

—En tal caso, trataré de descubrir qué otra cosa puede dejar de gustarte.<br />

—Veo que tienes un peculiar sentido de humor sa<strong>la</strong>z.<br />

Lo había dicho así, con deliberación.<br />

—¿Y me lo arrebatarías? —preguntó él.<br />

El<strong>la</strong> le sonrió y después lo hizo sorprendentemente bien en <strong>la</strong> pista de tenis.<br />

—¿Estás segura de no haber jugado antes? —preguntó él, jadeando, después del partido.<br />

—Segurísima —le contestó.<br />

Su otro motivo de vergüenza era más privado. Aprendió <strong>la</strong> técnica necesaria para <strong>la</strong> investigación<br />

histórica y después quemó, en privado, sus burdos intentos de utilización de <strong>la</strong> memoria de <strong>la</strong><br />

computadora. Era, sencil<strong>la</strong>mente, un enfoque diferente por completo del que se usaba en<br />

matemáticas. Resultaba tan lógico, como otro cualquiera, supuso, puesto que podía utilizarse de<br />

forma consistente y sin error para moverse en cualquier dirección deseada, pero se trataba de un<br />

tipo de lógica sustancialmente distinto de aquel a que él estaba acostumbrado.<br />

Pero, con o sin instrucciones, tanto si tropezaba como si avanzaba con rapidez, simplemente, no<br />

conseguía resultado alguno.<br />

Su frustración se hacía sentir en <strong>la</strong> pista de tenis. Dors alcanzó muy pronto <strong>la</strong> fase en que ya no<br />

necesitaba enviarle pelotas fáciles para darle tiempo a calcu<strong>la</strong>r dirección y distancia. Eso<br />

hacía que se olvidara con facilidad de que se trataba de una principiante y expresaba su rabia<br />

devolviéndole <strong>la</strong> pelota como si fuera un rayo láser solidificado.<br />

Dors se acercó a <strong>la</strong> red.<br />

—Comprendo que quieras matarme —dijo— puesto que debe molestarte ver cómo pierdo <strong>la</strong>s<br />

pelotas con tanta frecuencia. Pero, ¿cómo has conseguido evitar mi cabeza por tres centímetros

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