09. Preludio a la Fundación
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
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Cleon I había terminado <strong>la</strong> cena que, por desgracia, había sido una formal ceremonia estatal.<br />
Esto significaba que debía dedicar su tiempo a varios funcionarios, a ninguno de los cuales<br />
conocía ni le interesaba, hablándoles con frases previstas para darle un impulso a cada uno y,<br />
así, activar su lealtad hacia <strong>la</strong> Corona. También significaba que <strong>la</strong> cena le había llegado tibia y<br />
enfriado aún más antes de que pudiera empezar a comer<strong>la</strong>.<br />
Tendría que encontrar algún medio de evitar algo así. Comer antes, tal vez, solo o con dos o tres<br />
íntimos con quienes podría sentirse re<strong>la</strong>jado y asistir luego al banquete oficial en el que le<br />
sirvieran, simplemente, una pera importada. Le encantaban <strong>la</strong>s peras. Sin embargo, de hacer eso<br />
ofendería a los invitados que tomarían <strong>la</strong> negativa del Emperador a comer como un insulto<br />
premeditado.<br />
Su esposa, desde luego, era una nulidad a ese respecto porque su presencia no haría sino<br />
exacerbar su infelicidad. Se había casado con el<strong>la</strong> por ser miembro de una poderosa familia<br />
disidente, de <strong>la</strong> que cabía esperar que enterrara <strong>la</strong> disidencia como resultado de <strong>la</strong> unión, aunque<br />
Cleon esperaba con devoción que el<strong>la</strong>, por lo menos, no lo hiciera. Estaba perfectamente<br />
satisfecho de permitir que viviera su propia vida en sus habitaciones excepto por los necesarios<br />
esfuerzos para conseguir un heredero, porque, a decir verdad, no le gustaba nada. Y ahora que el<br />
heredero ya había llegado, podía ignorar<strong>la</strong> por completo.<br />
Masticó una de <strong>la</strong>s nueces de un puñado que había cogido al levantarse de <strong>la</strong> mesa.<br />
—¡Demerzel! —l<strong>la</strong>mó.<br />
—¿Sire?<br />
Demerzel aparecía siempre en el mismo instante en que Cleon lo l<strong>la</strong>maba. O bien se pasaba <strong>la</strong><br />
vida rondando al alcance de su voz, o pegado a <strong>la</strong> puerta, o se acercaba porque su instinto<br />
servicial le alertaba de que oiría su l<strong>la</strong>mada a los pocos segundos; el caso era que aparecía y<br />
esto, pensó Cleon, era lo importante. Desde luego, había ocasiones en que Demerzel tenía que<br />
viajar para resolver algún asunto imperial. Cleon odiaba, siempre, dichas ausencias. Lo dejaban<br />
inquieto.<br />
—¿Qué pasó con aquel matemático? Se me ha olvidado el nombre.<br />
Demerzel, que sabía de sobras a qué hombre se refería el Emperador, pero que quizá quería<br />
saber cuánto recordaba éste, contestó:<br />
—¿En qué matemático estáis pensando, Sire?<br />
Cleon agitó <strong>la</strong> mano con impaciencia.<br />
—El adivino. Aquel que vino a verme.<br />
—¿El que mandamos a buscar?<br />
—Bueno, el que fueron a buscar. Pero que vino a verme. Creo recordar que ibas a ocuparte del<br />
asunto. ¿Lo has hecho?<br />
Demerzel se ac<strong>la</strong>ró <strong>la</strong> garganta.<br />
—Sire, lo he intentado.<br />
—¡Ah! Eso significa que has fracasado, ¿no? —En cierto modo, aquello agradó a Cleon. Demerzel<br />
era el único de sus ministros a quien no le importaba el fracaso. Los demás jamás lo admitían y<br />
como el fracaso era cosa corriente, resultaba difícil de corregir. Quizá Demerzel podía permitirse<br />
el lujo de ser más sincero porque fal<strong>la</strong>ba muy pocas veces. Si no fuera por Demerzel, pensó<br />
Cleon con tristeza, jamás hubiera conocido lo que era <strong>la</strong> honradez. Tal vez ningún Emperador<br />
llegó a conocer<strong>la</strong> nunca y quizás ésa era una de <strong>la</strong>s razones de que el Imperio...<br />
Apartó estos pensamientos de su mente y, molesto por el silencio del otro y deseando una<br />
admisión, dado que mentalmente había admirado <strong>la</strong> sinceridad de Demerzel, preguntó, tajante:<br />
—Bueno, has fracasado, ¿no es cierto?<br />
Demerzel no se inmutó.<br />
—Sire, he fracasado, en parte. Pensé que tenerle aquí, en Trantor, donde <strong>la</strong>s cosas están...,<br />
difíciles..., podía acarrearnos problemas. Resulta más fácil mantenerle convenientemente situado<br />
en su p<strong>la</strong>neta natal. Había decidido regresar a su p<strong>la</strong>neta al día siguiente, pero como siempre<br />
pueden surgir complicaciones, es decir, que decidiera permanecer en Trantor, arreglé que dos<br />
jóvenes matones le metieran en su nave aquel mismo día.<br />
—¿Conoces a matones, Demerzel? —Cleon parecía divertido.<br />
—Es importante, Sire, poder contactar con todo tipo de personas, porque cada uno tiene su<br />
propia variedad de actuación..., los matones como los demás. Sin embargo, resulta que no lo<br />
consiguieron.