09. Preludio a la Fundación
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
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¿Cómo podía hacerlo? Existían veinticinco millones de mundos, y cada uno de ellos con su propia,<br />
compleja e interminable historia. ¿Cómo estudiar todo eso? Sabía que había muchos volúmenes<br />
de libro-pelícu<strong>la</strong>s que trataban de <strong>la</strong> historia galáctica. Incluso una vez había hojeado uno de ellos,<br />
por alguna razón ya olvidada, y lo había encontrado demasiado aburrido para conseguir llegar<br />
siquiera a <strong>la</strong> mitad.<br />
Los libro-pelícu<strong>la</strong>s trataban de mundos importantes. Algunos de ellos re<strong>la</strong>taban toda o casi toda<br />
<strong>la</strong> historia de esos mundos: otros, sólo cuando éstos ganaban importancia durante cierto tiempo,<br />
hasta que se apagaban. Recordó haber buscado Helicón en el índice, y no encontró más que una<br />
mención. Había pulsado <strong>la</strong>s tec<strong>la</strong>s que se <strong>la</strong> proyectarían y halló Helicón incluido en una lista de<br />
mundos que, en determinada ocasión, se habían agrupado de forma temporal alrededor de cierto<br />
aspirante fracasado en sus pretensiones al trono Imperial. En aquel<strong>la</strong> ocasión, Helicón se había<br />
salvado de <strong>la</strong>s represalias probablemente porque no tenía <strong>la</strong> suficiente importancia para ser<br />
castigado.<br />
¿De qué servía semejante historia? Por supuesto que <strong>la</strong> psicohistoria debería tener en cuenta los<br />
actos y reacciones e interacciones de cada mundo..., de todos y cada uno de ellos. ¿Cómo se<br />
podía estudiar <strong>la</strong> historia de veinticinco millones de mundos y considerar todas sus posibles<br />
interacciones? Iba a suponer, de seguro, una tarea imposible, y esa idea reforzaba <strong>la</strong> conclusión<br />
general de que <strong>la</strong> psicohistoria resultaba interesante como teoría, pero que jamás llegaría a ser<br />
práctica.<br />
Seldon sintió un suave empujón hacia de<strong>la</strong>nte y se dijo que el aerotaxi debía estar disminuyendo<br />
<strong>la</strong> velocidad.<br />
—¿Qué pasa? —preguntó.<br />
—Creo que ya nos hemos alejado bastante —contestó Hummin—, así que podemos arriesgarnos a<br />
parar un poco para comer y beber algo y hacer una visita al <strong>la</strong>vabo.<br />
Y, en los quince minutos siguientes, durante los que el aerotaxi fue perdiendo velocidad,<br />
llegaron a un área iluminada. El taxi entró y encontraron un espacio para aparcar entre otros<br />
cinco o seis vehículos.<br />
12<br />
El avezado ojo de Hummin pareció abarcar el área iluminada, los otros taxis, <strong>la</strong> cena, los caminos<br />
y los hombres y mujeres de una so<strong>la</strong> mirada. Seldon, que intentaba pasar inadvertido y sin saber<br />
cómo hacerlo, le observaba mientras procuraba no molestarle. Cuando se sentaron en una mesita<br />
y marcaron lo que querían, Seldon, esforzándose por parecer indiferente, preguntó:<br />
—¿Todo bien?<br />
—Así parece.<br />
—¿Cómo puedes saberlo?<br />
Hummin posó por un instante sus ojos oscuros sobre Seldon.<br />
—Por instinto —contestó—. Por <strong>la</strong> costumbre de años de recoger información. Miras y te dices:<br />
«Aquí no hay noticia.»<br />
Seldon asintió, aliviado. Por más que Hummin pudo haberlo dicho con ironía, daba <strong>la</strong><br />
impresión de que era verdad.<br />
Su satisfacción no pasó más allá del primer mordisco a su bocadillo. Miró a Hummin con <strong>la</strong><br />
boca llena y con una expresión de dolida sorpresa en el rostro.<br />
—Esto es un restaurante de carretera, amigo —observó Hummin—. Barato, rápido y no demasiado<br />
bueno. Los alimentos son locales y llevan una infusión bastante fuerte de fermento. Los<br />
pa<strong>la</strong>dares trantorianos están acostumbrados.<br />
Seldon tragó con dificultad.<br />
—Pero en el hotel...<br />
—Te encontrabas en el Sector Imperial, amigo. Allí, los alimentos son importados y si se utiliza<br />
microalimento, éste es de alta calidad. Y caro también.<br />
Seldon se preguntó si tomaba otro bocado.<br />
—Quieres decir que mientras viva en Trantor... —suspiró.<br />
Hummin le indicó, con un gesto de sus <strong>la</strong>bios, que bajara <strong>la</strong> voz.<br />
—Procura no dar <strong>la</strong> impresión a nadie de que estás acostumbrado a algo mejor. Hay lugares en<br />
Trantor donde el ser identificado como aristócrata resulta mucho peor que si se es extranjero.<br />
Te aseguro que <strong>la</strong> comida no te parecerá tan ma<strong>la</strong> en todas partes. Estos restaurantes de carretera<br />
tienen fama de baja calidad. Si eres capaz de tragar este bocadillo, podrás comer en cualquier