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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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—¡No! —exc<strong>la</strong>mó Seldon, sombrío—. ¿Por qué distorsionas mis pa<strong>la</strong>bras? ¿Por qué me obligas a<br />

decirte lo que ya debes saber? No te quiero ni para protegerme, ni por <strong>la</strong> psicohistoria. Todo eso<br />

es una excusa que he utilizado, como cualquier otra. Te quiero a ti..., sólo a ti. Y si quieres saber<br />

<strong>la</strong> verdadera razón, es porque tú eres tú.<br />

—Ni siquiera me conoces.<br />

—Carece de importancia. Me da lo mismo... No obstante, te conozco en cierto modo. Mejor<br />

de lo que tú piensas.<br />

—¿De veras?<br />

—Por supuesto. Obedeces órdenes y arriesgas tu vida por mí sin vaci<strong>la</strong>r y sin aparente<br />

preocupación por <strong>la</strong>s consecuencias. Aprendiste rápidamente a jugar al tenis. Aprendiste a utilizar<br />

<strong>la</strong>s navajas mucho más de prisa y te manejaste perfectamente en tu lucha contra Marrón.<br />

Inhumanamente..., si me permites decirlo así. Tus músculos son asombrosamente fuertes y,<br />

al igual que tus reacciones, asombrosamente rápidas. Sabes cuándo una habitación está sometida<br />

a escuchas y puedes ponerte en contacto con Hummin de algún modo que no precisa<br />

instrumentos.<br />

—¿Y qué piensas de todo esto? —preguntó Dors.<br />

—He pensado que Hummin, en su capacidad de R. Daneel Olivaw, tiene una tarea imposible.<br />

¿Cómo puede un robot dirigir el Imperio? Necesita ayudantes.<br />

—Es obvio. Millones, diría yo. Yo soy uno de ellos. Tú eres otro ayudante. El pequeño Raych lo<br />

es también.<br />

—Tú eres un ayudante distinto.<br />

—¿En qué forma? Hari, dilo. Si te oyes decirlo, tú mismo te darás cuenta de lo insensato de tu<br />

pensamiento.<br />

Seldon <strong>la</strong> miró <strong>la</strong>rgamente.<br />

—No voy a decirlo..., porque no me importa —musitó.<br />

—¿De verdad no te importa? ¿Deseas tomarme tal como soy?<br />

—Te tomaré como debo. Eres Dors. Si eres algo más, no quiero a nadie más que a ti en<br />

todo el mundo.<br />

—Hari —dijo Dors, con dulzura—. Yo deseo lo mejor para ti debido a lo que soy. Sin embargo,<br />

siento que si yo no fuera lo que soy, seguiría queriendo lo mejor para ti. Y no creo que yo<br />

sea buena para ti.<br />

—Buena para mí o ma<strong>la</strong>, me tiene sin cuidado. —Al decir esto, Hari dio unos pasos con <strong>la</strong><br />

vista baja, como sopesando lo que iba a decir—. ¿Te han besado alguna vez, Dors?<br />

—Desde luego, Hari. Eso forma parte de <strong>la</strong>s re<strong>la</strong>ciones sociales, y yo vivo en esta sociedad.<br />

—¡No, no! Quiero decir, si has besado, de verdad, a algún hombre. Ya sabes, apasionadamente.<br />

—Pues sí, Hari, lo he hecho. —¿Disfrutaste? Dors titubeó.<br />

—Cuando he besado así —respondió—, he disfrutado más que si hubiera decepcionado a un<br />

hombre que me gustaba, alguien cuya amistad significaba mucho para mí. —Al llegar a este<br />

punto, Dors se ruborizó y volvió el rostro hacia otro <strong>la</strong>do—. Por favor, Hari, todo esto me resulta<br />

muy difícil de explicar.<br />

Pero Hari, más decidido que nunca, insistió: —O sea, que besaste por motivos equivocados,<br />

para evitar <strong>la</strong>stimar los sentimientos de alguien.<br />

—Tal vez, en cierto sentido, todo el mundo hace lo mismo.<br />

Seldon estuvo digiriendo esas pa<strong>la</strong>bras. —¿Has pedido tú, alguna vez, que te besen? —<br />

preguntó de repente.<br />

Dors, como si repasara su vida pasada, esperó unos instantes.<br />

—No —respondió.<br />

—O, una vez besada, ¿deseaste ser besada de nuevo? —No.<br />

—¿Te has acostado alguna vez con un hombre? —insistió con voz sorda, desesperadamente.<br />

—Desde luego. Ya te lo he dicho. Esas cosas forman parte de <strong>la</strong> vida.<br />

Hari <strong>la</strong> agarró por los hombros como si fuera a sacudir<strong>la</strong>:<br />

Pero, ¿has sentido alguna vez el deseo, <strong>la</strong> necesidad de este tipo de acercamiento con una<br />

persona en especial? Dors, ¿has sentido amor alguna vez?<br />

Dors levantó <strong>la</strong> cabeza con lentitud, y miró al fondo de los ojos de Seldon.<br />

—Lo siento, Hari, pero no.<br />

Seldon <strong>la</strong> atrajo hacia sí, rodeándo<strong>la</strong> con sus brazos.<br />

Entonces, Dors colocó con suavidad sus manos en los brazos de Seldon.

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