09. Preludio a la Fundación
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots. La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
Hummin: —¿Quién es éste? —Chetter Hummin, un amigo mío y protector en este planeta. —¿Tu protector? —Rashelle lanzó una carcajada de loca—. ¡Idiota! ¡Insensato! Este hombre es Demerzel, y si te fijas en tu compañera Venabili, verás por su expresión que está perfectamente enterada de ello. ¡Has caído de lleno en la trampa, estarás mucho peor de lo que estabas conmigo! 90 Hummin y Seldon se sentaron a almorzar aquel día, completamente solos, pero un gran silencio pesaba sobre ellos. Hacia el final de la comida, Seldon pareció despertar de su marasmo. —Bien, señor, ¿cómo debo dirigirme a usted? —preguntó con vivacidad—. Para mí, es Chetter Hummin todavía, pero si bien lo acepto como otra persona, no puedo dirigirme a usted como «Eto Demerzel». En calidad de ello, usted tiene un título y desconozco el tratamiento apropiado. Por favor, instrúyame. —Llámame Hummin, si no te importa —respondió gravemente el otro—. O Chetter. Sí, soy Eto Demerzel, pero para ti seguiré siendo Hummin. En realidad, ambos no son distintos. Te dije que el Imperio se está desintegrando y acabando. Yo, en ambas calidades, creo que es cierto. Te dije que quería la psicohistoria para evitar la degeneración y el fracaso, o para llevar a cabo una renovación y revigorización si ambas, la degeneración y el fracaso, siguen adelante. Lo creo también en mis dos calidades de persona. —Pero ya me tuviste en tus manos... Supongo que te hallabas cerca cuando visité a Su Majestad Imperial. —A Cleon. Sí, desde luego. —Y pudiste haberme hablado entonces, exactamente igual que hiciste más tarde como Hummin. —¿Y lograr qué? Como Demerzel, tengo un trabajo inmenso. Debo manejar a Cleon, un gobernante bien intencionado pero no muy capaz, y evitar, en lo que yo pueda que cometa errores. Tengo, no sólo que gobernar Trantor, sino también el Imperio. Y, como ves, necesito dedicar mucho tiempo a evitar que Wye haga daño. —Lo sé —murmuró Seldon. —No fue fácil y casi perdí. He pasado años lidiando cuidadosamente con Mannix, aprendiendo su forma de pensar y planeando una finta a cada uno de sus movimientos. En ningún momento pensé que traspasaría sus poderes a su hija en vida. Yo no la había estudiado y no estaba preparado para su absoluta falta de prudencia. Al contrario que su padre, fue educada para hacerse cargo del poder, dándolo por sentado, sin tener una idea clara de sus limitaciones. Así que se apoderó de ti y me obligó a actuar antes de que estuviera completamente preparado. —Y, como resultado, por poco me pierdes. Me encontré por dos veces ante un desintegrador. —Lo sé —asintió Hummin—. Y también pudimos haberte perdido en Arriba..., otro accidente que no pude prever. —De acuerdo; sin embargo, no has contestado realmente a mi pregunta. ¿Por qué me enviaste huyendo por todo Trantor para escapar de Demerzel, cuando tú mismo eras Demerzel? —Le dijiste a Cleon que la psicohistoria era un concepto puramente teórico, una especie de juego matemático sin sentido práctico. Eso pudo muy bien ser cierto, pero si me acercaba a ti de forma oficial, yo estaba seguro de que mantendrías tu punto de vista. No obstante, la idea de la psicohistoria me atraía. Me pregunté si, después de todo, no sería sino un juego. Debes comprender que no sólo pretendía utilizarte, quería una psicohistoria real y práctica. »Así que te envié, como bien has dicho, huyendo por toda la faz de Trantor con el temido Demerzel pisándote los talones en todo momento. Esto, pensé, haría que tu mente se concentrara con fuerza. Haría de la psicohistoria algo excitante, mucho más que un juego matemático. Te esforzarías por resolverlo para el sincero idealista Hummin, cosa que no hubieras hecho para el lacayo imperial, Demerzel. También, así conocerías diferentes aspectos de Trantor y eso te ayudaría..., mucho más, por supuesto, que vivir en una torre de marfil, en un planeta lejano, rodeado únicamente de colegas matemáticos. ¿Tuve razón? ¿Has hecho algún progreso? —¿En psicohistoria? Sí, lo he hecho, Hummin. Pensé que ya lo sabías. —¿Cómo iba a saberlo? —Se lo dije a Dors.
—Pero no a mí. No obstante, me lo estás comunicando ahora. Es una buena noticia. —No del todo —objetó Seldon—. No he llegado a más que un simple principio. Sin embargo, es un principio. —¿La clase de principio que puede explicarse a un no-matemático? —Creo que sí. Verás, Hummin, desde el principio, he visto la psicohistoria como una ciencia que depende de la interacción de veinticinco millones de mundos, cada uno con su población media de cuatro mil millones. Es demasiado. Resulta de todo punto imposible manejar algo tan complejo. Si fuera a tener éxito, si hubiera algún modo de encontrar una psicohistoria útil, tendría, primero, que encontrar un sistema más simple. Así que decidí retroceder en el tiempo y empezar a tratar con un solo mundo, un mundo que fuera el único ocupado por la Humanidad en el oscuro pasado anterior a la colonización de la Galaxia. En Mycogen, me hablaron del mundo original de Aurora, y en Dahl del mundo original Tierra. Pensé que pudiera tratarse del mismo planeta bajo nombres distintos, pero había un punto clave en el que se diferenciaban lo bastante, por lo menos, para que aquello fuera imposible. No tenía la menor importancia. Se sabía tan poco de ambos, y ese poco estaba tan oscurecido por el mito y la leyenda, que no cabía la esperanza de servirme de la psicohistoria en conexión con ellos. Se calló para tomar un sorbo de zumo fresco, sin apartar los ojos del rostro de Hummin. —Bien, ¿qué más? —insistió Hummin. —Entretanto, Dors me había contado algo que yo llamo la historia de la-mano-en-el-muslo. No tenía un significado innato, era, simplemente, un cuento humorístico y trivial. Pero, como resultado, Dors mencionó las diferentes costumbres sexuales en los diversos mundos y en los varios Sectores de Trantor. Tuve la impresión de que trataba a los diferentes Sectores trantorianos como si fueran mundos separados. Pensé, distraído, que tendría que manejar veinticinco millones, más ochocientos. Me pareció una diferencia trivial y dejé de pensar en ello. »Pero, al viajar del Sector Imperial a Streeling, de éste a Mycogen, a Dahl y a Wye, observé por mí mismo lo diferentes que eran cada uno de ellos entre sí. La idea de Trantor, no como un mundo, sino como un complejo de mundos, fue creciendo en mi mente, aunque todavía no descubría el punto crucial. »Fue al escuchar a Rashelle... Verás, no estuvo mal que Wye me capturara al fin, y fue bueno que el atrevimiento de Rashelle la empujara a planes grandiosos que me confió... Cuando oí a Rashelle, como he dicho, me dijo que lo único que quería era Trantor y algunos de los mundos inmediatamente adyacentes. Era un Imperio en sí, aseguró, y desechaba los mundos exteriores como «vacíos y distantes». «Entonces, de improviso, fue cuando vi lo que había estado guardado oculto en mis pensamientos durante un tiempo considerable. Por un lado, Trantor poseía un sistema social extremadamente complejo, dado que se trataba de un mundo populoso formado por ochocientos pequeños mundos. Era, en sí, un sistema lo bastante complejo para dar sentido a la psicohistoria y, sin embargo, lo bastante simple, comparado con todo el Imperio, para hacer que la psicohistoria fuera, quizá, práctica. »Y los Mundos Exteriores, los veinticinco millones de ellos, eran «vacíos o la nada, distantes». Desde luego, afectaban a Trantor, y Trantor les afectaba a ellos, pero todo eso eran efectos secundarios. Si pudiera hacer funcionar la psicohistoria como primera aproximación, sólo para Trantor, entonces, los efectos menores de los Mundos Exteriores podrían añadirse como modificaciones posteriores. ¿Comprendes lo que quiero decir? Yo buscaba un solo mundo en el que establecer una ciencia práctica de psicohistoria, y lo buscaba en el pasado lejano, cuando todo el tiempo el mundo único que yo quería se encontraba, ahora, bajo mis pies. —¡Maravilloso! —exclamó Hummin, claramente aliviado y complacido. —Pero está todo por hacer, Hummin. Debo estudiar Trantor con suficiente detalle. Debo discurrir las necesarias matemáticas con que tratarlos. Si tengo suerte y vivo una larga vida, puedo obtener las respuestas antes de morir. Si no, mis sucesores tendrán que seguirme. Tal vez el Imperio se derrumbe y se deshaga antes de que la psicohistoria sea una técnica útil. —Haré cuanto pueda por ayudarte. —Lo sé —reconoció Seldon. —¿Confías en mí, pues, pese a que soy Demerzel? —Por completo. Absolutamente. Pero que conste que lo hago porque tú no eres Demerzel. —Lo soy —insistió Hummin.
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Hummin:<br />
—¿Quién es éste?<br />
—Chetter Hummin, un amigo mío y protector en este p<strong>la</strong>neta.<br />
—¿Tu protector? —Rashelle <strong>la</strong>nzó una carcajada de loca—. ¡Idiota! ¡Insensato! Este hombre<br />
es Demerzel, y si te fijas en tu compañera Venabili, verás por su expresión que está<br />
perfectamente enterada de ello. ¡Has caído de lleno en <strong>la</strong> trampa, estarás mucho peor de lo que<br />
estabas conmigo!<br />
90<br />
Hummin y Seldon se sentaron a almorzar aquel día, completamente solos, pero un gran silencio<br />
pesaba sobre ellos.<br />
Hacia el final de <strong>la</strong> comida, Seldon pareció despertar de su marasmo.<br />
—Bien, señor, ¿cómo debo dirigirme a usted? —preguntó con vivacidad—. Para mí, es Chetter<br />
Hummin todavía, pero si bien lo acepto como otra persona, no puedo dirigirme a usted como<br />
«Eto Demerzel». En calidad de ello, usted tiene un título y desconozco el tratamiento apropiado.<br />
Por favor, instrúyame.<br />
—Llámame Hummin, si no te importa —respondió gravemente el otro—. O Chetter. Sí, soy Eto<br />
Demerzel, pero para ti seguiré siendo Hummin. En realidad, ambos no son distintos. Te dije<br />
que el Imperio se está desintegrando y acabando. Yo, en ambas calidades, creo que es cierto. Te<br />
dije que quería <strong>la</strong> psicohistoria para evitar <strong>la</strong> degeneración y el fracaso, o para llevar a cabo una<br />
renovación y revigorización si ambas, <strong>la</strong> degeneración y el fracaso, siguen ade<strong>la</strong>nte. Lo creo<br />
también en mis dos calidades de persona.<br />
—Pero ya me tuviste en tus manos... Supongo que te hal<strong>la</strong>bas cerca cuando visité a Su Majestad<br />
Imperial.<br />
—A Cleon. Sí, desde luego.<br />
—Y pudiste haberme hab<strong>la</strong>do entonces, exactamente igual que hiciste más tarde como<br />
Hummin.<br />
—¿Y lograr qué? Como Demerzel, tengo un trabajo inmenso. Debo manejar a Cleon, un gobernante<br />
bien intencionado pero no muy capaz, y evitar, en lo que yo pueda que cometa errores. Tengo,<br />
no sólo que gobernar Trantor, sino también el Imperio. Y, como ves, necesito dedicar mucho<br />
tiempo a evitar que Wye haga daño.<br />
—Lo sé —murmuró Seldon.<br />
—No fue fácil y casi perdí. He pasado años lidiando cuidadosamente con Mannix, aprendiendo su<br />
forma de pensar y p<strong>la</strong>neando una finta a cada uno de sus movimientos. En ningún momento<br />
pensé que traspasaría sus poderes a su hija en vida. Yo no <strong>la</strong> había estudiado y no estaba<br />
preparado para su absoluta falta de prudencia. Al contrario que su padre, fue educada para<br />
hacerse cargo del poder, dándolo por sentado, sin tener una idea c<strong>la</strong>ra de sus limitaciones. Así que<br />
se apoderó de ti y me obligó a actuar antes de que estuviera completamente preparado.<br />
—Y, como resultado, por poco me pierdes. Me encontré por dos veces ante un desintegrador.<br />
—Lo sé —asintió Hummin—. Y también pudimos haberte perdido en Arriba..., otro accidente<br />
que no pude prever.<br />
—De acuerdo; sin embargo, no has contestado realmente a mi pregunta. ¿Por qué me enviaste<br />
huyendo por todo Trantor para escapar de Demerzel, cuando tú mismo eras Demerzel?<br />
—Le dijiste a Cleon que <strong>la</strong> psicohistoria era un concepto puramente teórico, una especie de<br />
juego matemático sin sentido práctico. Eso pudo muy bien ser cierto, pero si me acercaba a ti de<br />
forma oficial, yo estaba seguro de que mantendrías tu punto de vista. No obstante, <strong>la</strong> idea de <strong>la</strong><br />
psicohistoria me atraía. Me pregunté si, después de todo, no sería sino un juego. Debes<br />
comprender que no sólo pretendía utilizarte, quería una psicohistoria real y práctica. »Así que te<br />
envié, como bien has dicho, huyendo por toda <strong>la</strong> faz de Trantor con el temido Demerzel<br />
pisándote los talones en todo momento. Esto, pensé, haría que tu mente se concentrara con<br />
fuerza. Haría de <strong>la</strong> psicohistoria algo excitante, mucho más que un juego matemático. Te<br />
esforzarías por resolverlo para el sincero idealista Hummin, cosa que no hubieras hecho para el<br />
<strong>la</strong>cayo imperial, Demerzel. También, así conocerías diferentes aspectos de Trantor y eso te<br />
ayudaría..., mucho más, por supuesto, que vivir en una torre de marfil, en un p<strong>la</strong>neta lejano,<br />
rodeado únicamente de colegas matemáticos. ¿Tuve razón? ¿Has hecho algún progreso?<br />
—¿En psicohistoria? Sí, lo he hecho, Hummin. Pensé que ya lo sabías.<br />
—¿Cómo iba a saberlo? —Se lo dije a Dors.