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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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—Y también quise hacer algo por ti, doctor Seldon, y también debo pedirte perdón. No podré.<br />

—Por mí, Madam, no debe tener remordimientos.<br />

—Pues los tengo. No puedo dejar que Demerzel se apodere de ti. Sería una victoria más para él,<br />

pero hay algo que tal vez lo remedie.<br />

—Nunca trabajaría para él, Madam, se lo aseguro, como tampoco hubiera trabajado para usted.<br />

—No es cuestión de trabajar para él. Es permitir que te utilice. Adiós, doctor Seldon...<br />

¡Sargento, desintégrelo!<br />

El sargento sacó su desintegrador al momento y Dors, con un grito, saltó hacia de<strong>la</strong>nte..., pero<br />

Seldon pudo conseguir coger<strong>la</strong> por el codo. La sujetó, desesperado.<br />

—¡Atrás, Dors! —gritó—. A ti te matará. A mí, no. Raych, tú retrocede también. No te muevas.<br />

Seldon se encaró con el sargento.<br />

—Vaci<strong>la</strong>, sargento, porque sabe que no puede dispararme. Pude haberle matado hace diez<br />

días, pero no lo hice. En aquel momento, usted me dio su pa<strong>la</strong>bra de honor de que me<br />

protegería.<br />

—¿Qué estás esperando? —gritó Rashelle—. He dicho que le dispares, sargento.<br />

Seldon no habló nada más. Se quedó quieto mientras el sargento, con ojos desorbitados, mantenía<br />

su desintegrador apuntando con firmeza a <strong>la</strong> cabeza de Seldon.<br />

—¡Te he dado una orden! —chilló Rashelle.<br />

—Tengo su pa<strong>la</strong>bra —dijo Seldon.<br />

—De un modo u otro estoy deshonrado —exc<strong>la</strong>mó el sargento Thalus con voz entrecortada.<br />

Luego, bajó <strong>la</strong> mano y el desintegrador cayó al suelo.<br />

—Entonces, ¡también tú me traicionas! —gritó Rashelle.<br />

Antes de que Seldon pudiera moverse o Dors librarse de su mano, Rashelle se apoderó del<br />

arma, se volvió al sargento y apretó el botón de contacto.<br />

Seldon jamás había visto a nadie desintegrado. De un modo u otro, a juzgar por el nombre del<br />

arma, esperaba un ruido fuerte, una explosión de carne y sangre. Este desintegrador, al menos, no<br />

hacía nada parecido. De los órganos internos desintegrados dentro del cuerpo del sargento,<br />

Seldon no podía saber nada, pero el sargento, sin un cambio de expresión, sin un rictus de<br />

dolor, se desplomó muerto, sin <strong>la</strong> menor duda, sin <strong>la</strong> menor esperanza.<br />

Y Rashelle volvió el desintegrador hacia Seldon con tal firmeza, que eliminó cualquier esperanza<br />

que éste hubiera podido tener de seguir con vida. Pero Raych saltó en el momento en que el<br />

sargento cayó al suelo. Se precipitó entre Rashelle y Seldon, mientras agitaba <strong>la</strong>s manos como<br />

un loco.<br />

—¡Señora, señora, no dispare! —gritó.<br />

Por un segundo, Rashelle pareció confusa.<br />

—Apártate, Raych, no quiero hacerte daño.<br />

Aquel segundo de vaci<strong>la</strong>ción fue lo único que Dors necesitó. Se soltó violentamente, y se <strong>la</strong>nzó<br />

sobre Rashelle. Ésta cayó con un grito, y el desintegrador fue a parar al suelo por segunda vez.<br />

Raych lo recuperó.<br />

—Dámelo, Raych —murmuró Seldon, con un hondo suspiro.<br />

Pero el muchachito retrocedió.<br />

—No irá a matar<strong>la</strong>, ¿verdad, doctor Seldon? Ha sido buena conmigo.<br />

—No pienso hacerlo, Raych. El<strong>la</strong> mató al sargento y me hubiera matado a mí, pero no disparó por<br />

no hacerte daño a ti, y por eso dejaremos que viva.<br />

Fue Seldon quien se sentó ahora, con el desintegrador en <strong>la</strong> mano, mientras Dors retiraba el<br />

látigo neurónico de <strong>la</strong> otra funda del sargento muerto.<br />

Una nueva voz se oyó resonar:<br />

—Yo me ocuparé de el<strong>la</strong> ahora, Seldon.<br />

Éste levantó <strong>la</strong> mirada y exc<strong>la</strong>mó con alegría:<br />

—¡Hummin! ¡Por fin!<br />

—Lamento haber tardado tanto, Seldon. Tenía mucho que hacer. ¿Qué tal, doctora Venabili?<br />

Deduzco que ésta es Rashelle, <strong>la</strong> hija de Mannix. Pero, ¿quién es el chico?<br />

—Raych es un pequeño dahlita amigo nuestro.<br />

Entraron unos soldados que, a un gesto de Hummin, levantaron a Rashelle respetuosamente.<br />

Dors, al fin libre de su intensa vigi<strong>la</strong>ncia de <strong>la</strong> otra mujer, se arregló <strong>la</strong>s ropas con <strong>la</strong> mano y<br />

se alisó <strong>la</strong> blusa. De pronto, Seldon se dio cuenta de que todavía iba en albornoz.<br />

Rashelle, liberándose de los soldados con un gesto de desprecio, preguntó a Seldon, seña<strong>la</strong>ndo a

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