24.06.2015 Views

09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

cooperaran con el Emperador, quien, era de esperar, seguiría en el trono durante mucho tiempo.<br />

—No ha mencionado a Rashelle —comentó Seldon—. Es como si su hija no existiera.<br />

—Nadie <strong>la</strong> ha mencionado y este lugar, que es después de todo, su residencia, o una de el<strong>la</strong>s, no<br />

ha sido atacado.<br />

Incluso si consigue huir y refugiarse en algún Sector vecino, dudo de que se encuentre a salvo en<br />

Trantor por mucho tiempo.<br />

—Tal vez no —oyeron que decía una voz—, pero creo que seguiré aquí a salvo por un tiempo.<br />

Rashelle entró. Iba correctamente vestida, y parecía muy tranqui<strong>la</strong>. Incluso sonreía, aunque no<br />

era una sonrisa alegre, sino más bien un rictus que dejaba los dientes al descubierto.<br />

Los tres <strong>la</strong> miraron sorprendidos durante unos segundos, y Seldon se preguntó si le quedaría<br />

alguno de sus sirvientes o si habían desertado al menor signo de adversidad.<br />

—Veo, Señora Alcaldesa —dijo Dors con cierta frialdad—, que sus esperanzas de un golpe de<br />

Estado no han podido cumplirse. En apariencia, ellos se le han ade<strong>la</strong>ntado.<br />

—No se me han ade<strong>la</strong>ntado. Me han traicionado. Mis oficiales han sido manejados y, contra<br />

toda <strong>la</strong> Historia, y todo lo racional, se han negado a luchar por una mujer, y sí por su anciano<br />

amo. Y, traidores como son, han dejado que su anciano amo fuera apresado de forma que no<br />

pueda dirigirles en <strong>la</strong> resistencia.<br />

Buscó una sil<strong>la</strong> y se sentó.<br />

—Y, ahora, el Imperio continuará su decadencia y acabará muriendo, mientras que yo estaba<br />

preparada para darle nueva vida.<br />

—Creo —observó Dors— que el Imperio ha evitado un período indefinido de inútil lucha y<br />

destrucción. Que esto le sirva de consuelo, Señora Alcaldesa.<br />

Pero Rashelle pareció no oírle.<br />

—Tantos años de preparación destruidos en una noche. —Se quedó allá sentada, vencida,<br />

descorazonada, como si hubiera envejecido veinte años.<br />

—No puede haber sido hecho en una so<strong>la</strong> noche —dijo Dors—. Sobornar a sus oficiales, si ocurrió<br />

así, tuvo que ser <strong>la</strong>bor de mucho tiempo.<br />

—En eso, Demerzel es un maestro y ha quedado c<strong>la</strong>ro que le subestimé. ¿Cómo lo hizo? Lo<br />

ignoro. Quizá por medio de amenazas, dinero, argumentos falsos y suaves... Es un maestro en el<br />

arte de <strong>la</strong> traición y el disimulo... Yo hubiera debido darme cuenta. Calló durante unos instantes y,<br />

después, prosiguió—: Si, por su parte, sólo hubiera empleado <strong>la</strong> fuerza, yo no hubiera tenido<br />

problemas para destruir todo cuanto se nos opusiera. ¿Quién podía pensar que Wye sería<br />

traicionado, que un juramento de lealtad podía olvidarse con tanta facilidad?<br />

Seldon, maquinalmente racional, objetó:<br />

—Pero supongo que el juramento fue hecho a su padre no a usted.<br />

—¡Tonterías! —protestó Rashelle vigorosamente—. Cuando mi padre me cedió <strong>la</strong> alcaldía, como<br />

dentro de <strong>la</strong> legalidad podía hacer, automáticamente, me traspasó todos los juramentos de<br />

lealtad que se le habían hecho a él. Existe un amplio precedente de ello. Es costumbre que el<br />

juramento se repita ante el nuevo gobernante, pero no es más que una ceremonia y no un<br />

requisito legal. Mis oficiales lo sabían; sin embargo, han preferido olvidarlo. Emplean el hecho<br />

de que yo sea una mujer como excusa porque tiemb<strong>la</strong>n de miedo ante <strong>la</strong> venganza imperial,<br />

<strong>la</strong> cual nunca les habría alcanzado si se hubieran mantenido firmes, o se estremecen en espera de<br />

<strong>la</strong>s recompensas prometidas, recompensas que jamás verán..., si conozco a Demerzel.<br />

De repente, se volvió hacia Seldon.<br />

—Es a ti a quien quiere, ¿sabes? Demerzel nos atacó por ti.<br />

—¿Por qué por mí? —preguntó Seldon, sobresaltado.<br />

—¡No seas tonto! Por <strong>la</strong> misma razón que te quería yo: para utilizarte como instrumento, desde<br />

luego —suspiró—. Al menos, no he sido traicionada del todo. Todavía me quedan soldados<br />

leales... ¡Sargento!<br />

El sargento Thalus entró con paso cauto y silencioso que parecía incongruente, dado su<br />

tamaño. Su uniforme aparecía impecable; su <strong>la</strong>rgo bigote rubio, perfectamente rizado.<br />

—Señora Alcaldesa —dijo, cuadrándose. Seguía siendo en su aspecto un pedazo de carne con<br />

ojos, como Seldon le había calificado... Un hombre que obedecía <strong>la</strong>s órdenes ciegamente, ajeno<br />

por completo al nuevo y cambiado estado de cosas.<br />

Rashelle sonrió a Raych con tristeza.<br />

—Y ahora tú, pequeño Raych. Pensaba poder hacer algo de ti. Al parecer, ya no podré hacerlo.<br />

—Ho<strong>la</strong>, sen... Madam —dijo Raych, turbado.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!