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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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Seldon frunció el ceño.<br />

—No tengo tanta confianza como tú —insistió—. La verdad, es que no tengo <strong>la</strong> menor<br />

confianza. Incluso si Hummin viniera, ¿qué puede hacer en este caso? No puede luchar contra<br />

todo Wye. Si tienen, como Rashelle presume, el Ejército mejor organizado de Trantor, ¿qué<br />

podría hacer él contra esas Fuerzas?<br />

—Es inútil discutirlo. ¿Crees que podrías convencer a Rashelle, meterle en <strong>la</strong> cabeza, de un modo<br />

u otro, que no tienes aún <strong>la</strong> psicohistoria?<br />

—Estoy seguro de que sabe que no <strong>la</strong> tengo aún y de que voy a tardar muchos años en<br />

conseguir<strong>la</strong>..., suponiendo que <strong>la</strong> consiga. Pero el<strong>la</strong> dirá que <strong>la</strong> tengo, y si lo hace con suficiente<br />

habilidad, <strong>la</strong> gente <strong>la</strong> creerá y, con el tiempo, obrarán de acuerdo con lo que les comunique como<br />

mis predicciones y pronunciamientos..., incluso si yo no digo una so<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra.<br />

—Pero tardará cierto tiempo. No puede montar tu ting<strong>la</strong>do en una noche. Ni en una semana.<br />

Para hacerlo como es debido, debería tardar un año.<br />

Seldon paseaba de una punta a otra de <strong>la</strong> habitación, girando bruscamente sobre los talones y<br />

volviendo a repetir el paseo.<br />

—Puede que sí —musitó—, pero no lo sé. La presionarán para que haga <strong>la</strong>s cosas de prisa.<br />

No me parece el tipo de mujer que haya cultivado el hábito de <strong>la</strong> paciencia. Y su anciano padre,<br />

Mannix IV, estará más impaciente aún. Debe presentir <strong>la</strong> cercanía de <strong>la</strong> muerte y, si toda su vida<br />

ha luchado por esto, preferirá verlo conseguido una semana antes de su muerte, que una semana<br />

después. Además... —Hizo una pausa y miró a su alrededor.<br />

—Además, ¿qué? —preguntó Dors.<br />

—Pues que necesitamos tener nuestra libertad. Verás, he resuelto el problema de <strong>la</strong><br />

psicohistoria.<br />

Dors abrió los ojos.<br />

—¿De veras? ¡Lo has resuelto!<br />

—No lo he resuelto del todo. Pero ahora sé que es práctica, no teórica. Sé que puede hacerse,<br />

así que necesito disponer de tiempo, de paz y de tranquilidad para trabajar. El Imperio debe<br />

mantenerse unido hasta que yo, o posiblemente mis sucesores, aprendan cómo mejor conservarlo,<br />

o cómo minimizar el desastre si se divide pese a nuestros esfuerzos. La idea de tener que empezar<br />

mi trabajo y no ver cómo podía hacerlo, fue lo que me mantuvo despierto anoche.<br />

88<br />

Era su quinto día en Wye, por <strong>la</strong> mañana, y Dors ayudaba a Raych a vestirse con ropa de<br />

ceremonia, con <strong>la</strong> que ni uno ni otra estaban familiarizados.<br />

Raych se contempló dubitativo en el holoespejo y vio una imagen reflejada en él que lo miraba<br />

fijamente, imitando todos sus movimientos, aunque sin ninguna inversión de derecha o<br />

izquierda. Raych nunca hasta entonces se había servido de un holoespejo y se sentía incapaz de<br />

evitar tocarlo, luego se reía, casi avergonzado, cuando <strong>la</strong> mano de <strong>la</strong> imagen trataba<br />

inútilmente de llegar a su cuerpo real.<br />

—Estoy raro —dijo al fin.<br />

Miró su casaca, hecha de un material muy flexible, con un fino cinturón de filigrana; luego, pasó<br />

<strong>la</strong>s manos por un cuello tieso que se alzaba como una coro<strong>la</strong> más allá de <strong>la</strong>s orejas, por ambos<br />

<strong>la</strong>dos.<br />

—Mi cabeza parece una pelota dentro de un bol.<br />

—Pero éste es el tipo de ropa que llevan los niños ricos de Wye. Todo el que te vea te admirará y<br />

te envidiará.<br />

—¿Con mi cabello todo ap<strong>la</strong>stado?<br />

—C<strong>la</strong>ro. Llevarás este sombrero redondo.<br />

—Mi cabeza se parecerá aún más a una pelota.<br />

—No dejes que nadie te <strong>la</strong> golpee. Ahora, recuerda bien lo que te he dicho. No pierdas <strong>la</strong><br />

calma y no te portes como un niño.<br />

—Pero si soy un niño —protestó, mirándo<strong>la</strong> con expresión inocente.<br />

—Me sorprende oírtelo decir. Estoy segura de que te consideras un adulto de doce años.<br />

Raych se rió.<br />

—Está bien. Seré un buen espía.<br />

—Eso no es lo que te he pedido. No te arriesgues. No te escondas detrás de <strong>la</strong>s puertas para<br />

escuchar. Si te atraparan, no nos ayudarías a nadie..., en especial a ti mismo.

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