09. Preludio a la Fundación
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
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—Al verdadero Emperador, desde luego, y ahora hemos llegado al punto en que nuestra fuerza es<br />
tal que podemos apoderarnos del Gobierno rápidamente, en una acción relámpago, a decir<br />
verdad... De tal forma, que antes de que nadie pueda decir siquiera «guerra civil», habrá un<br />
verdadero Emperador, o Emperatriz, si lo prefieren, y Trantor seguirá tan pacífico como antes.<br />
Dors sacudió <strong>la</strong> cabeza.<br />
—¿Puedo, como historiadora, ac<strong>la</strong>rar unos puntos?<br />
—Siempre estoy dispuesta a escuchar —respondió Rashelle, e inclinó <strong>la</strong> cabeza hacia Dors.<br />
—Por importantes que sean sus Fuerzas de Seguridad, por bien entrenadas y equipadas que<br />
estén, no pueden, en modo alguno, compararse en número y resistencia a <strong>la</strong>s Fuerzas Imperiales,<br />
respaldadas por veinticinco millones de mundos.<br />
—Ah, pero tú misma acabas de seña<strong>la</strong>r el punto débil del usurpador, doctora Venabili. Hay<br />
veinticinco millones de mundos, con <strong>la</strong>s Fuerzas Imperiales desperdigadas entre todos ellos.<br />
Esas fuerzas están repartidas sobre incalcu<strong>la</strong>ble espacio, mandadas por infinidad de oficiales,<br />
ninguno de los cuales ha sido especialmente preparado para cualquier acción ajena a sus propias<br />
provincias, y muchos de ellos dispuestos a actuar más en interés propio que en el del Imperio.<br />
Nuestras fuerzas, por el contrario, están todas aquí. Todas en Trantor. Podemos actuar y<br />
concluir antes de que lejanos generales y almirantes puedan conseguir entender que se les<br />
necesita.<br />
—Pero <strong>la</strong> respuesta llegará en cualquier momento y con fuerza irresistible.<br />
—¿Estás segura? Accederemos al trono. Trantor será nuestro y habrá paz. ¿Por qué iban a actuar<br />
<strong>la</strong>s Fuerzas Imperiales si, manteniéndose al margen, cada jefecillo militar puede tener su<br />
propio mundo que gobernar, su propia provincia?<br />
—¿Es eso lo que desea en realidad? —preguntó Seldon, desconcertado—. ¿Me está diciendo que<br />
ansia gobernar un Imperio que se dividirá?<br />
—Exactamente —afirmó Rashelle—. Gobernaría Trantor, sus colonias espaciales circundantes, y<br />
algún pequeño sistema p<strong>la</strong>netario que forma parte de <strong>la</strong> provincia trantoriana. Preferiría ser<br />
Emperador de Trantor, antes que Emperador de <strong>la</strong> Ga<strong>la</strong>xia.<br />
—¿Se conformaría sólo con Trantor? —insistió Dors, con profunda incredulidad en su tono<br />
de voz.<br />
—¿Y por qué no? —saltó Rashelle, súbitamente iluminada. Se inclinó hacia de<strong>la</strong>nte, con <strong>la</strong>s palmas<br />
de <strong>la</strong>s manos presionando sobre <strong>la</strong> mesa—. Eso es lo que mi padre ha estado p<strong>la</strong>neando durante<br />
cuarenta años. Ahora, se agarra a <strong>la</strong> vida sólo para ver cómo se cumple. ¿Para qué necesitamos<br />
millones de mundos, mundos distantes que no significan nada para nosotros, que nos debilitan, se<br />
llevan a nuestras Fuerzas Armadas lejos de aquí, perdidas en insensatos pársecs cúbicos de<br />
espacio; nos ahogan en un caos administrativo, nos arruinan con sus incesantes peleas y<br />
problemas, cuando no son otra cosa que vacíos distantes por lo que a nosotros se refiere?<br />
Nuestro propio y populoso mundo, nuestra propia ciudad p<strong>la</strong>netaria, es suficiente Ga<strong>la</strong>xia para<br />
nosotros. Tenemos todo lo que necesitamos para mantenernos. En cuanto al resto de <strong>la</strong> Ga<strong>la</strong>xia,<br />
que se divida. Cada jefecillo militar podrá tener su propia astil<strong>la</strong>. No necesitan luchar. Habrá<br />
suficiente para todos.<br />
—Pero, así y todo, lucharán —aseguró Dors—. Cada uno rehusará sentirse satisfecho con su<br />
provincia. Cada uno temerá que su vecino no esté satisfecho con su provincia. Cada uno se<br />
sentirá inseguro y soñará con un gobierno galáctico como única garantía de su seguridad.<br />
Téngalo por seguro, Señora Emperadora de Nada. Habrá guerras interminables a <strong>la</strong>s que usted y<br />
Trantor habrán contribuido y en <strong>la</strong>s que se verán mezc<strong>la</strong>dos..., constituyendo <strong>la</strong> ruina para<br />
todos.<br />
—Así podría parecer, si una no pudiera ver más lejos que tú, si una confiara en <strong>la</strong>s lecciones<br />
corrientes de <strong>la</strong> Historia —repuso Rashelle con c<strong>la</strong>ro desprecio en su voz.<br />
—¿Y qué se puede ver más allá? —replicó Dors—. ¿En qué puede una confiar más allá de <strong>la</strong>s<br />
lecciones de <strong>la</strong> Historia?<br />
—¿Me preguntas qué hay más allá? —exc<strong>la</strong>mó Rashelle—. ¡Está él!<br />
Y su brazo saltó hacia de<strong>la</strong>nte, con el dedo índice seña<strong>la</strong>ndo a Seldon.<br />
—¿Yo? —dijo Seldon—. Ya le he dicho que <strong>la</strong> psico-historia...<br />
—No me repitas lo que ya has dicho, mi buen doctor Seldon —le interrumpió Rashelle—. No<br />
ganamos nada con ello... ¿Supones, doctora Venabili, que mi padre no se dio cuenta del peligro de<br />
una interminable guerra civil? ¿Crees que no doblegó su bril<strong>la</strong>nte mente para encontrar algún<br />
medio de evitar<strong>la</strong>? En estos últimos diez años ha estado preparado, en todo momento, para