09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots. La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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cuando el incidente de Arriba. —Quizás, en mi papel de anfitriona —empezó a decir Rashelle—, se me perdonará si hago preguntas personales. ¿Estoy en lo cierto al suponer que los tres no formáis una familia? ¿Que tú, Hari, y tú, Dors, no estáis casados y que Raych no es vuestro hijo? —Entre nosotros tres no existe el menor parentesco —respondió Seldon—. Raych nació en Trantor, yo en Helicón y Dors en Cinna. —¿Y cómo os reunisteis, pues? Seldon se lo explicó con brevedad, y tan pocos detalles como pudo, y concluyó: —No hay nada romántico o significativo en nuestra reunión. —No obstante, me han dicho que planteaste ciertas dificultades con mi ayudante personal, el sargento Thalus, cuando quiso sacarte sólo a ti de Dahl. —Siento gran afecto por Dors y Raych. Por eso no deseaba separarme de ellos. —Eres un sentimental, ya lo veo —comentó Rashelle con una sonrisa. —Sí, lo soy. Sentimental, y perplejo, además. —¿Perplejo? —Pues, sí. Y como ha sido tan amable de formularnos preguntas personales, ¿puedo yo preguntarle algo a mi vez? —Por supuesto, querido Hari. Pregunta todo lo que quieras. —Tan pronto como llegamos, me dijo que Wye quiso tenerme desde el día en que hablé en la Convención Decenal. ¿Por qué razón? —De seguro que no eres tan simple que no lo entiendas. Te queremos por tu psicohistoria. —Hasta aquí lo comprendo. Ahora, dígame, ¿qué le hace pensar que tenerme a mí significa que también tiene la psicohistoria? —Porque no habrás sido tan remiso que la hayas perdido. Los hoyuelos de Rashelle reaparecieron. —En tu conferencia dijiste que la tenías. Y no creas que yo entendí lo que dijiste. No soy matemática. Odio los números. Pero tengo matemáticos trabajando para mí que me han explicado todas tus palabras. —En tal caso, querida Rashelle, debe intentar escuchar mejor. Imagino que le dijeron que he demostrado que las predicciones psicohistóricas son concebibles, pero seguro que también le informarían que no son prácticas. —No puedo creerlo, Hari. Al día siguiente fuiste llamado en audiencia por el pseudo-Emperador, Cleon. —¿El pseudo-Emperador? —repitió Dors con ironía. —¡Pues sí! —replicó Rashelle, como si respondiera a una cuestión muy seria—. Pseudo- Emperador. No tiene verdadero derecho al trono... —Rashelle —la interrumpió Seldon, impaciente—. A Cleon le dije exactamente lo mismo que acabo de decirle ahora, y él dejó que me fuera. Rashelle dejó de sonreír. Su voz se hizo algo cortante: —Sí, dejó que te fueras, como el gato de la fábula deja irse al ratón. Te ha estado persiguiendo desde entonces: en Streeling, en Mycogen, en Dahl. Y te perseguiría hasta aquí si se atreviera. Pero, bueno..., nuestra conversación es demasiado seria. Disfrutemos. Oigamos música. Y, al pronunciar estas palabras, una melodía instrumental suave pero alegre se dejó oír. Se inclinó hacia Raych y le dijo dulcemente: —Muchacho, si no sabes manejar el tenedor —le dijo con dulzura—, usa la cuchara o los dedos. No me importará. —Sí, Madam —contestó Raych tragando con fuerza, pero Dors interceptó su mirada y sus labios modularon en silencio: «Tenedor.» Él conservó su tenedor. —Esta música es preciosa, Madam —Dors se negaba categóricamente a utilizar la forma más familiar de dirigirse a ella—, pero no debemos dejar que nos distraiga. Tengo el convencimiento de que quien nos perseguía en todos esos sitios podía pertenecer al Sector de Wye. Usted no estaría tan enterada de los acontecimientos si Wye no se hallara implicado. Rashelle lanzó una carcajada. —Wye tiene ojos y oídos en todas partes, claro, pero no fuimos los perseguidores. De haberlo sido, os habríamos cogido sin fallar, como ha ocurrido al fin en Dahl, cuando sí que éramos nosotros los perseguidores. No obstante, si hay una persecución que fracasa, una mano que no alcanza,

podéis estar seguros que se trata de Demerzel. —¿En tan poca estima tiene a Demerzel? —murmuró Dors. —Sí. ¿Te sorprende? Le hemos derrotado. —¿Usted? ¿O el Sector de Wye? —El Sector, por supuesto, pero en tanto cuanto Wye sea el vencedor, entonces, yo soy quien ha vencido. —Qué raro, observó Dors—. En todo Trantor parece prevalecer la opinión de que los habitantes de Wye no tienen nada que ver con victorias, derrotas, o lo que sea. Se intuye que no hay más que una voluntad, un puño férreo en Wye, que son los del Alcalde. Ni usted ni ningún otro wyeiano... cuentan nada en comparación. La sonrisa de Rashelle se ensanchó, se puso a mirar a Raych con benevolencia y le pellizcó la mejilla. —Si creéis que nuestro alcalde es un autócrata y que no hay más que una voluntad que pese en Wye, quizá tengáis razón. Pero, de todos modos, yo puedo seguir haciendo uso del pronombre personal, porque mi voluntad cuenta. —¿Por qué la suya? —preguntó Seldon. —¿Y por qué no? —preguntó Rashelle a su vez, mientras los sirvientes empezaban a levantar la mesa—. ¡Yo soy el Alcalde de Wye! 86 Raych fue el primero en reaccionar ante esa declaración. Olvidándose por completo del barniz de corrección que tan incómodo le hacía sentir, lanzó una risotada. —¡Eh, señora, no pué ser alcalde! —exclamó—. Los alcaldes son tíos. Rashelle lo miró, divertida, y respondió, imitando a la perfección su tono de voz: —¡Eh, chico! Algunos alcaldes son tíos y otros son tías. Métete esto en el caldero y déjalo que cueza. Los ojos de Raych se desorbitaron y se quedó estupefacto. —Eh, así se habla, mujer —consiguió sonriendo. —Vaya acento que ha sacado, Rashelle —comentó Seldon tras aclararse la garganta. Rashelle echó la cabeza ligeramente hacia atrás. —Hace muchos años que no he tenido ocasión de sacarlo a relucir; sin embargo, uno no lo olvida nunca. Una vez tuve un amigo, un buen amigo, que era dahlita..., cuando yo era muy joven. — Suspiró—. No se expresaba de ese modo, claro (era muy inteligente), aunque sabía hablar así si se lo proponía y me enseñó. Me divertía mucho charlar de esta forma con él. Creábamos un mundo que excluía todo lo que nos rodeaba. Fue maravilloso. E imposible también. Mi padre lo expuso con toda claridad. Y ahora llega este chiquillo, Raych, para recordarme aquellos días lejanos. Tiene el mismo acento, los ojos, el aspecto descarado..., y dentro de seis años, más o menos, será el encanto y el terror de las jovencitas. ¿No es así, Raych? Raych contestó: —No lo sé, sen..., hum, Madam. —Yo estoy segura de que sí y de que te parecerás mucho a mi..., a mi viejo amigo. Entonces, no verte será más cómodo para mí. Y ahora, la cena ha terminado y es hora de que te vayas a tu habitación, Raych. Si quieres, puedes ver un rato la holovisión. Supongo que no sabes leer. Raych se ruborizó. —Pero pronto sabré. El doctor Seldon dice que lo haré. —Entonces, estoy segura de que lo conseguirás y leerás muy bien. Una joven se acercó a Raych; y se inclinó, respetuosa, en dirección a Rashelle. Seldon no pudo adivinar cuándo se hizo la señal que la reclamó. —¿No puedo quedarme con el doctor Seldon y la señora Venabili? —protestó Raych. —Los verás después —repuso Rashelle con dulzura—. Ahora tengo que hablar con ellos... Así que, debes irte. Dors le hizo una seña silenciosa de que se fuera, y Raych, con una mueca, bajó de la silla y siguió a la doncella. Una vez el niño hubo salido, Rashelle se volvió hacia Seldon y Dors. —El chiquillo estará seguro, por supuesto, y bien atendido —les dijo—. Por favor, no temáis por él. También yo estoy segura. Lo mismo que mi servidora ha venido ahora mismo, de igual manera lo harían una docena de hombres armados, y con mayor rapidez, al llamarles. Quiero que lo

podéis estar seguros que se trata de Demerzel.<br />

—¿En tan poca estima tiene a Demerzel? —murmuró Dors.<br />

—Sí. ¿Te sorprende? Le hemos derrotado.<br />

—¿Usted? ¿O el Sector de Wye?<br />

—El Sector, por supuesto, pero en tanto cuanto Wye sea el vencedor, entonces, yo soy quien<br />

ha vencido.<br />

—Qué raro, observó Dors—. En todo Trantor parece prevalecer <strong>la</strong> opinión de que los habitantes<br />

de Wye no tienen nada que ver con victorias, derrotas, o lo que sea. Se intuye que no hay más<br />

que una voluntad, un puño férreo en Wye, que son los del Alcalde. Ni usted ni ningún otro<br />

wyeiano... cuentan nada en comparación.<br />

La sonrisa de Rashelle se ensanchó, se puso a mirar a Raych con benevolencia y le pellizcó <strong>la</strong><br />

mejil<strong>la</strong>.<br />

—Si creéis que nuestro alcalde es un autócrata y que no hay más que una voluntad que pese<br />

en Wye, quizá tengáis razón. Pero, de todos modos, yo puedo seguir haciendo uso del<br />

pronombre personal, porque mi voluntad cuenta.<br />

—¿Por qué <strong>la</strong> suya? —preguntó Seldon.<br />

—¿Y por qué no? —preguntó Rashelle a su vez, mientras los sirvientes empezaban a levantar <strong>la</strong><br />

mesa—. ¡Yo soy el Alcalde de Wye!<br />

86<br />

Raych fue el primero en reaccionar ante esa dec<strong>la</strong>ración. Olvidándose por completo del barniz de<br />

corrección que tan incómodo le hacía sentir, <strong>la</strong>nzó una risotada.<br />

—¡Eh, señora, no pué ser alcalde! —exc<strong>la</strong>mó—. Los alcaldes son tíos.<br />

Rashelle lo miró, divertida, y respondió, imitando a <strong>la</strong> perfección su tono de voz:<br />

—¡Eh, chico! Algunos alcaldes son tíos y otros son tías. Métete esto en el caldero y déjalo que<br />

cueza.<br />

Los ojos de Raych se desorbitaron y se quedó estupefacto.<br />

—Eh, así se hab<strong>la</strong>, mujer —consiguió sonriendo.<br />

—Vaya acento que ha sacado, Rashelle —comentó Seldon tras ac<strong>la</strong>rarse <strong>la</strong> garganta.<br />

Rashelle echó <strong>la</strong> cabeza ligeramente hacia atrás.<br />

—Hace muchos años que no he tenido ocasión de sacarlo a relucir; sin embargo, uno no lo olvida<br />

nunca. Una vez tuve un amigo, un buen amigo, que era dahlita..., cuando yo era muy joven. —<br />

Suspiró—. No se expresaba de ese modo, c<strong>la</strong>ro (era muy inteligente), aunque sabía hab<strong>la</strong>r así si<br />

se lo proponía y me enseñó. Me divertía mucho char<strong>la</strong>r de esta forma con él. Creábamos un<br />

mundo que excluía todo lo que nos rodeaba. Fue maravilloso. E imposible también. Mi padre<br />

lo expuso con toda c<strong>la</strong>ridad. Y ahora llega este chiquillo, Raych, para recordarme aquellos días<br />

lejanos. Tiene el mismo acento, los ojos, el aspecto descarado..., y dentro de seis años, más o<br />

menos, será el encanto y el terror de <strong>la</strong>s jovencitas. ¿No es así, Raych?<br />

Raych contestó:<br />

—No lo sé, sen..., hum, Madam.<br />

—Yo estoy segura de que sí y de que te parecerás mucho a mi..., a mi viejo amigo. Entonces, no<br />

verte será más cómodo para mí. Y ahora, <strong>la</strong> cena ha terminado y es hora de que te vayas a tu<br />

habitación, Raych. Si quieres, puedes ver un rato <strong>la</strong> holovisión. Supongo que no sabes leer.<br />

Raych se ruborizó.<br />

—Pero pronto sabré. El doctor Seldon dice que lo haré.<br />

—Entonces, estoy segura de que lo conseguirás y leerás muy bien.<br />

Una joven se acercó a Raych; y se inclinó, respetuosa, en dirección a Rashelle. Seldon no pudo<br />

adivinar cuándo se hizo <strong>la</strong> señal que <strong>la</strong> rec<strong>la</strong>mó.<br />

—¿No puedo quedarme con el doctor Seldon y <strong>la</strong> señora Venabili? —protestó Raych.<br />

—Los verás después —repuso Rashelle con dulzura—. Ahora tengo que hab<strong>la</strong>r con ellos... Así<br />

que, debes irte.<br />

Dors le hizo una seña silenciosa de que se fuera, y Raych, con una mueca, bajó de <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> y<br />

siguió a <strong>la</strong> doncel<strong>la</strong>.<br />

Una vez el niño hubo salido, Rashelle se volvió hacia Seldon y Dors.<br />

—El chiquillo estará seguro, por supuesto, y bien atendido —les dijo—. Por favor, no temáis por<br />

él. También yo estoy segura. Lo mismo que mi servidora ha venido ahora mismo, de igual manera<br />

lo harían una docena de hombres armados, y con mayor rapidez, al l<strong>la</strong>marles. Quiero que lo

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