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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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en <strong>la</strong> cadera. Dors se ade<strong>la</strong>ntó, con <strong>la</strong> misma rapidez, con sus re<strong>la</strong>mpagueantes navajas.<br />

Ni el uno ni <strong>la</strong> otra completaron el movimiento.<br />

Con un salto, Raych había empujado al sargento por <strong>la</strong> espalda, retirando al mismo tiempo, el<br />

arma de su funda con <strong>la</strong> mano derecha. Dio unos pasos atrás con idéntica rapidez, mientras<br />

sostenía <strong>la</strong> vara neurónica con ambas manos.<br />

—¡Levante <strong>la</strong>s manos, sargento, o recibirá!<br />

El sargento se volvió y una expresión nerviosa cruzó su rostro sofocado. Fue el único momento en<br />

que su impasibilidad cedió.<br />

—Déjalo, hijo —gruñó—. No sabes cómo funciona.<br />

Raych gritó:<br />

—Pero sé dónde lleva el seguro —gritó Raych de nuevo—. Está quitado, y este bicho puede<br />

dispararse. Y lo dispararé si trata de atacarme.<br />

El sargento se quedó he<strong>la</strong>do. Sabía perfectamente lo peligroso que podía resultar que un chiquillo<br />

de doce años tuviera un arma poderosa en <strong>la</strong>s manos. Tampoco Seldon se sentía tranquilo.<br />

—Cuidado, Raych —advirtió—. No dispares. Aparta el dedo del gatillo.<br />

—¡No voy a dejar que me ataque!<br />

—No lo hará... Sargento, por favor, no se mueva. Pongamos <strong>la</strong>s cosas en c<strong>la</strong>ro. Le ordenaron que<br />

me sacara de aquí, ¿no es verdad?<br />

—Así es —asintió el otro, con los ojos ligeramente desorbitados y fijos en Raych (cuya mirada<br />

estaba c<strong>la</strong>vada en los ojos del sargento).<br />

—Pero no le ordenaron que no llevara a nadie más, ¿no es así?<br />

—No, no me lo dijeron, doctor —admitió. Ni siquiera <strong>la</strong> amenaza de una vara neurónica iba a<br />

ami<strong>la</strong>narle. Estaba c<strong>la</strong>ro.<br />

—Muy bien, entonces, sargento, escúcheme. ¿Le dijeron que no llevara a nadie más?<br />

—Acabo de decirle...<br />

—No, no, sargento. Hay una notable diferencia. ¿Sus instrucciones fueron simplemente: «Traiga al<br />

doctor Seldon»? ¿Fue ésta <strong>la</strong> orden entera, sin mencionar a nadie más, o fueron más<br />

específicos; por ejemplo: «Traiga al doctor Seldon y a nadie más»?<br />

El sargento lo pensó bien.<br />

—Se me dijo que le llevara a usted, doctor Seldon —respondió.<br />

—Entonces, no se mencionó a nadie más, de una forma u otra, ¿no es verdad?<br />

Una pausa.<br />

—No.<br />

—No le dijeron que llevara a <strong>la</strong> doctora Venabili, pero tampoco le ordenaron que no <strong>la</strong> llevara,<br />

¿verdad?<br />

Pausa.<br />

—Así es.<br />

—¿O sea, que lo mismo puede llevar<strong>la</strong> o no llevar<strong>la</strong>, según le parezca a usted?<br />

Una pausa muy <strong>la</strong>rga.<br />

—Lo supongo.<br />

—Ahora bien, aquí tenemos a Raych, el muchacho tiene una vara neurónica apuntándole, <strong>la</strong> vara<br />

neurónica de usted precisamente, recuérdelo, y está impaciente por usar<strong>la</strong>.<br />

—¡Sííí! —gritó Raych.<br />

—Aún no, Raych. Aquí está <strong>la</strong> doctora Venabili con dos navajas que sabe manejar como una<br />

verdadera experta. Y aquí estoy yo mismo, que puedo, si tengo <strong>la</strong> oportunidad, romperle <strong>la</strong> nuez<br />

con una mano, de modo que no volvería a hab<strong>la</strong>r más que en un murmullo. Ahora bien,<br />

¿quiere o no llevar a <strong>la</strong> doctora Venabili? Sus órdenes le permiten una cosa u otra.<br />

—Llevaré a <strong>la</strong> mujer —dijo el sargento, con voz vencida.<br />

—Y al niño, Raych.<br />

—Y al niño.<br />

—Bien. ¿Me da su pa<strong>la</strong>bra de honor, su pa<strong>la</strong>bra de honor de soldado, que cumplirá lo que acaba<br />

de decirme, sinceramente?<br />

—Le doy mi pa<strong>la</strong>bra de honor de soldado —afirmó el sargento.<br />

—Bien. Raych, devuélvele el arma... ¡Ahora mismo! No me hagas esperar.<br />

Raych, con una mueca de pena, miró a Dors, <strong>la</strong> cual vaciló y, finalmente, movió <strong>la</strong> cabeza en un<br />

gesto de aquiescencia. Su expresión reflejaba <strong>la</strong> misma pena que <strong>la</strong> de él.<br />

Raych tendió el arma al sargento.

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