09. Preludio a la Fundación
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
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WYE<br />
WYE. — ... Un Sector de <strong>la</strong> ciudad-mundo de Trantor... En los últimos siglos del Imperio Galáctico.-<br />
Wye era <strong>la</strong> parte más -fuerte y más estable de <strong>la</strong> ciudad-mundo. Sus gobernantes llevaban tiempo<br />
aspirando al trono Imperial, justificándose por el hecho de ser descendientes de los primeros<br />
Emperadores. Bajo Mannix IV, Wye fue militarizado y (c<strong>la</strong>maron <strong>la</strong>s autoridades Imperiales)<br />
estuvo p<strong>la</strong>neando un golpe de alcance p<strong>la</strong>netario...<br />
Enciclopedia Galáctica<br />
82<br />
El recién llegado era alto y musculoso. Tenía un gran bigote rubio retorcido en <strong>la</strong>s puntas y<br />
una cabellera que le bajaba por los <strong>la</strong>dos de su rostro y por debajo de <strong>la</strong> barbil<strong>la</strong>. Llevaba <strong>la</strong><br />
cabeza tan bien moldeada y su cabello era de un color tan c<strong>la</strong>ro que, durante un momento<br />
desagradable, Seldon pensó en Mycogen.<br />
El recién llegado llevaba lo que era, indudablemente, un uniforme en rojo y b<strong>la</strong>nco, con una<br />
amplia faja decorada de c<strong>la</strong>vos de p<strong>la</strong>ta rodeándole <strong>la</strong> cintura.<br />
Cuando habló, su voz fue de un bajo resonante y su acento no se parecía a ninguno que<br />
Seldon hubiera oído antes. Muchos acentos desconocidos sonaban ordinarios en <strong>la</strong> experiencia<br />
de Seldon, pero éste parecía casi musical, quizá por <strong>la</strong> riqueza de su tono bajo.<br />
—Soy el sargento Emmer Thalus —resonó su voz en lenta sucesión de sí<strong>la</strong>bas—. He venido en<br />
busca del doctor Hari Seldon.<br />
—Yo soy. —Se ade<strong>la</strong>ntó Seldon, y, en un aparte, murmuró a Dors—: Si Hummin no podía venir<br />
personalmente, desde luego ha enviado un ejemp<strong>la</strong>r magnífico para representarle.<br />
El sargento dirigió a Seldon una imperturbable y prolongada mirada.<br />
—Sí —dijo a continuación—. Su aspecto es como me ha sido descrito. Por favor, venga<br />
conmigo, doctor Seldon.<br />
—Le sigo —asintió Seldon.<br />
El sargento dio un paso atrás. Dors Venabili y Seldon se ade<strong>la</strong>ntaron. Entonces, aquél se detuvo<br />
y alzó su manaza, con <strong>la</strong> palma en dirección a Dors.<br />
—Se me ha ordenado que llevara conmigo al doctor Seldon. No he recibido instrucciones de<br />
llevar a nadie más.<br />
Por un momento, Seldon lo observó sin comprender. Luego, su sorprendida mirada se volvió<br />
airada.<br />
—¡Es imposible que le hayan dicho esto, sargento! La doctora Dors Venabili es mi asociada y<br />
compañera. Tiene que venir conmigo.<br />
—Eso no concuerda con mis instrucciones, doctor.<br />
—Sus instrucciones me importan un bledo, sargento Thalus. Yo no me moveré de aquí sin el<strong>la</strong>.<br />
—Y hay algo más —intervino Dors—. Mis instrucciones son <strong>la</strong>s de proteger al doctor Seldon en<br />
todo momento. No podré cumplir<strong>la</strong>s a menos que esté con él. Por tanto, donde él vaya, yo iré.<br />
El sargento pareció desconcertado.<br />
—Mis instrucciones son estrictas: procurar que no le ocurra nada a usted, doctor Seldon. Si no<br />
viene por propia voluntad, tendré que llevarle hasta mi vehículo. Trataré de hacerlo con suavidad.<br />
Extendió ambos brazos como si fuera a coger a Seldon por <strong>la</strong> cintura y cargárselo al hombro.<br />
Seldon saltó hacia atrás, fuera de su alcance. Al hacerlo, el borde de su mano derecha cayó sobre<br />
el brazo derecho del sargento, donde los músculos eran más escasos, y le golpeó en el hueso.<br />
El sargento <strong>la</strong>nzó un hondo suspiro y pareció que se sacudía, pero se volvió, con rostro inexpresivo,<br />
y avanzó de nuevo. Davan, observándoles, permaneció donde estaba, inmóvil; Raych, sin embargo,<br />
se colocó detrás del sargento.<br />
Seldon repitió el golpe por segunda vez, y una tercera, mas esa vez, el sargento anticipó el golpe,<br />
y bajó el hombro para que le diera sobre el músculo endurecido. Entretanto, Dors había sacado sus<br />
navajas.<br />
—¡Sargento! —gritó con fuerza—. ¡Vuélvase en esta dirección! Quiero que comprenda que me<br />
puedo ver obligada a herirle si persiste en su intento de llevarse al doctor Seldon contra su<br />
voluntad.<br />
El sargento hizo una pausa, y contempló solemnemente <strong>la</strong>s ondu<strong>la</strong>ntes navajas.<br />
—Según mis instrucciones —dijo—, al único que no debo <strong>la</strong>stimar es al doctor.<br />
Entonces, en un rápido movimiento, su mano derecha bajó hacia <strong>la</strong> vara neurónica que llevaba