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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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—En este caso —murmuró Seldon—, tendremos que empezar a pensar en algo que podamos<br />

hacer antes de que nos encuentren.<br />

—Si me siguen —ofreció Raych—, puedo mantenerles siempre por de<strong>la</strong>nte. Yo me conozco<br />

todos los rincones que hay por aquí.<br />

—Puedes mantenernos por de<strong>la</strong>nte de una persona, pero habrá muchas, y moviéndose por todos los<br />

corredores. Escaparemos de un grupo para caer en manos de otro.<br />

Un silencio, tenso, se adueñó del lugar un buen rato, enfrentados cada uno de ellos con lo que<br />

parecía ser una situación desesperada. De pronto, Dors Venabili se movió.<br />

—Ya están aquí. Los estoy oyendo —dijo en un murmullo angustiado.<br />

Por unos minutos se esforzaron por oír; entonces, Raych se levantó de un salto.<br />

—Vienen por aquí —musitó—. Tenemos que ir por allá.<br />

Seldon, confuso, no captaba nada; pero estaba dispuesto a confiar en el magnífico oído de los<br />

otros dos. Cuando Raych empezaba a andar, silencioso, en dirección contraria a <strong>la</strong> de los pasos<br />

que se acercaban, una voz resonó entre <strong>la</strong>s paredes de <strong>la</strong> cloaca:<br />

—No se muevan. ¡No se muevan!<br />

—Es Davan —exc<strong>la</strong>mó Raych—. ¿Cómo ha sabido que estábamos aquí?<br />

—¿Davan? —repitió Seldon—. ¿Estás seguro?<br />

—Seguro. Él nos ayudará.<br />

81<br />

—¿Qué ocurrió? —preguntó Davan.<br />

Seldon sintió un mínimo alivio. La presencia de Davan apenas contaba contra <strong>la</strong> fuerza de Dahl<br />

entera, más él contro<strong>la</strong>ba también un número de personas que podían crear <strong>la</strong> suficiente<br />

confusión para...<br />

—Debería saberlo, Davan —contestó Seldon—. Sospecho que muchos de los que esta mañana<br />

estaban de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong> casa de Tisalver eran de los suyos.<br />

—Sí, algunos, sí. La historia que circu<strong>la</strong> es que les estaban arrestando y que ustedes maltrataron<br />

a un escuadrón de So<strong>la</strong>res. ¿Por qué les arrestaban?<br />

—Fueron dos —dijo Seldon, levantando los dedos—, dos So<strong>la</strong>res. Y ya eso es bastante malo.<br />

Parte del motivo por el que nos detenían era que habíamos ido a visitarle a usted.<br />

—No es causa suficiente. En general, los So<strong>la</strong>res me molestan poco. —Y añadió con<br />

amargura—: Me subestiman.<br />

—Tal vez —dijo Seldon—, pero <strong>la</strong> mujer a <strong>la</strong> que alqui<strong>la</strong>mos nuestras habitaciones nos denunció<br />

por, según el<strong>la</strong>, iniciar un motín a causa del periodista con el que tropezamos cuando fuimos a<br />

verle a usted. Bueno, ya lo sabe. Con sus hombres en escena ayer, y esta mañana, y con dos<br />

funcionarios malheridos, tal vez decidan limpiar estos pasadizos... Eso significa que usted sufrirá.<br />

Lo siento de veras. No tenía intención ni esperaba ser <strong>la</strong> causa de todo esto.<br />

Pero Davan sacudió <strong>la</strong> cabeza.<br />

—No, usted no conoce a los So<strong>la</strong>res. Tampoco ésa es causa suficiente. Ni siquiera quieren<br />

encontrarme. Se sienten más que felices dejándonos que nos pudramos en Billibotton y en los<br />

otros barrios bajos. No, ellos andan sólo detrás de ustedes, ¡de ustedes! ¿Qué les han hecho?<br />

Dors intervino, impaciente:<br />

—No les hemos hecho nada y, en cualquier caso, ¿qué importa ya? Si no van detrás de usted y nos<br />

persiguen a nosotros, llegarán hasta aquí para hacernos salir. Si usted se interpone, se<br />

encontrará implicado en este asunto.<br />

—No, yo no. Tengo amigos..., amigos poderosos —protestó Davan—. Se lo dije anoche. Y pueden<br />

ayudarles lo mismo que a mí. Cuando se negó abiertamente a ayudarnos, me puse en contacto<br />

con ellos. Saben quién es usted, doctor Seldon: un hombre famoso. Están en situación de hab<strong>la</strong>r<br />

con el alcalde de Dahl y conseguir que le dejen en paz, con independencia de lo que haya hecho.<br />

Pero tendrán que sacarle a usted fuera de Dahl.<br />

Seldon sonrió. El alivio lo embargó.<br />

—Conoce a alguien poderoso, ¿no es así, Davan? —preguntó Seldon—. Alguien que responde al<br />

instante a su aviso, que tiene capacidad para hab<strong>la</strong>r con el Gobierno de Dahl a fin de que deje<br />

de tomar medidas drásticas, y que puede sacarnos de aquí. Magnífico. No me sorprende. —Se<br />

volvió a Dors, sonriendo—. Otra vez lo mismo que en Mycogen. ¿Cómo puede Hummin hacerlo?<br />

Pero Dors sacudió <strong>la</strong> cabeza, dubitativa.<br />

—Demasiado rápido... No lo comprendo.

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