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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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Salieron apresuradamente del apartamento y, una vez en <strong>la</strong> calle, se <strong>la</strong> encontraron<br />

abarrotada de gente, casi todos eran hombres que gritaron al unísono al verles salir.<br />

Se les acercaron y el olor a humanidad mal <strong>la</strong>vada les resultó casi irresistible.<br />

—¿Dónde están los So<strong>la</strong>res? —preguntó alguien.<br />

—Dentro —respondió Dors con fuerza—. Déjenlos en paz. No podrán valerse por un rato, pero luego<br />

pedirán refuerzos, o sea, mejor será que se marchen lo más de prisa posible.<br />

—¿Y ustedes? —gritaron una docena de gargantas.<br />

—También nos vamos. Y no volveremos por aquí.<br />

—Yo me hago cargo de ellos —chilló Raych, debatiéndose en los brazos de Seldon y poniéndose<br />

de pie. Se frotaba desesperadamente el hombro derecho—. Ya puedo andar. Déjenme pasar.<br />

La multitud abrió paso para él.<br />

—Señor, señora, vengan conmigo. ¡Rápido! —ordenó Raych.<br />

Varias docenas de hombres les acompañaron avenida abajo. Raych, de pronto, señaló una<br />

abertura.<br />

—Aquí, tíos —murmuró—. Os llevaré a un sitio donde nadie os encontrará. Probablemente, ni<br />

siquiera Davan lo conoce. Lo único malo es que debemos bajar al nivel de <strong>la</strong>s cloacas. Nadie<br />

nos verá allí, pero huele muy mal..., ¿me entienden?<br />

—Supongo que sobreviviremos —masculló Seldon.<br />

Entonces, comenzaron a bajar por una estrecha rampa de caracol y, poco a poco, un<br />

nauseabundo olor fue subiendo a su encuentro.<br />

80<br />

Raych les encontró un escondrijo. Para ello, tuvieron que subir los barrotes metálicos de una<br />

escalera que les condujo a una gran estancia con aspecto de desván, cuya utilidad Seldon fue<br />

incapaz de adivinar. Estaba llena de grandes y silenciosas piezas de un equipo, cuya función era<br />

igualmente un misterio. La estancia aparecía re<strong>la</strong>tivamente limpia y sin polvo y una corriente de<br />

aire continua explicaba por qué el polvo no lo cubría todo y, además, y más importante aún,<br />

parecía rebajar el mal olor.<br />

Raych daba <strong>la</strong> sensación de estar encantado.<br />

—¿No es bonito? —preguntó. Seguía frotándose el hombro y hacía una mueca de dolor cuando se<br />

lo frotaba con demasiada fuerza.<br />

—Podría estar peor —dijo Seldon—. ¿Sabes para qué sirve este cuarto, Raych?<br />

Éste se encogió de hombros o intentó hacerlo, y tuvo que desistir.<br />

—No, no lo sé —respondió, y añadió con su habitual desenfado—: ¿A quién le importa?<br />

Dors, que se había sentado en el suelo, después de haberlo barrido con <strong>la</strong> mano, mirándose a<br />

continuación <strong>la</strong> palma con suspicacia, dec<strong>la</strong>ró:<br />

—Si me permitís intentar adivinarlo, yo diría que forma parte de un complejo dedicado a <strong>la</strong><br />

destoxificación y al recic<strong>la</strong>je de los desperdicios. Me figuro que los transformarán en fertilizantes.<br />

—Entonces —adujo Seldon—, los que dirigen el complejo pasarán por aquí de manera periódica<br />

y, por lo que sabemos, pueden llegar en cualquier momento.<br />

—He estado aquí antes —observó Raych— y nunca vi a nadie.<br />

—Supongo que Trantor está profundamente automatizado, siempre que sea posible, y si hay algo<br />

que c<strong>la</strong>me <strong>la</strong> automatización es el procesamiento de los desperdicios —dijo Dors—. Puede que<br />

estemos seguros..., por un tiempo.<br />

—No por mucho tiempo. Tendremos hambre y sed, Dors.<br />

—Yo puedo ir en busca de comida y agua —ofreció Raych—. Uno tiene que saber<br />

desenvolverse cuando vive en el arroyo.<br />

—Gracias, Raych —repuso Seldon, que parecía distraído—. Ahora mismo no tengo nada de<br />

hambre. —Olfateó—. Y puede que no vuelva a tener<strong>la</strong> nunca más.<br />

—Ya lo creo que <strong>la</strong> tendrás —le aseguró Dors—, e incluso aunque pierdas el apetito por cierto<br />

tiempo, vas a tener sed. Por lo menos, <strong>la</strong>s necesidades fisiológicas no supondrán problema<br />

alguno. Nos hal<strong>la</strong>mos viviendo prácticamente sobre lo que es una cloaca abierta.<br />

Hubo un silencio prolongado. La luz era escasa y Seldon se preguntó por qué los trantorianos no<br />

<strong>la</strong> apagaban del todo. Después, cayó en <strong>la</strong> cuenta de que nunca se había encontrado en absoluta<br />

oscuridad en áreas públicas. Era probable que se tratase de una costumbre en una sociedad rica<br />

en energía. Resultaba extraño que un mundo de cuarenta mil millones fuera rico en energía,<br />

aunque con <strong>la</strong> energía interna del p<strong>la</strong>neta a su disposición, por no mencionar <strong>la</strong> energía so<strong>la</strong>r, y

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