09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots. La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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dos eran delgados y vestían ropas oscuras, tan semejantes entre sí, que debían ser sus uniformes. Por los hombros y en los lados de los pantalones, había un ribete blanco. Ambos llevaban sendas insignias sobre el lado derecho de su pecho (una oscura nave espacial y el Sol, el símbolo del Imperio Galáctico de cada mundo habitado de la Galaxia con una oscura «D» en el centro del Sol). Seldon comprendió al instante que aquellos eran dos miembros de las Fuerzas de Seguridad dahlitas. —¿Qué es todo esto? —preguntó Seldon con acritud. Uno de los hombres dio un paso adelante. —Soy un oficial de Sector, Lanel Russ. Éste es mi compañero, Gebore Astinwald. Ambos presentaban brillantes tarjetas holográficas de identificación. Seldon no se molestó en mirarlas. —¿Qué es lo que desean? —¿Es usted Hari Seldon, de Helicón? —preguntó el llamado Russ, con calma. —Sí. —¿Y usted Dors Venabili, de Cinna? —Sí —contestó Dors. —Estoy aquí para investigar una queja de que un tal Hari Seldon provocó un tumulto en el día de ayer. —No hice tal cosa. —Según nuestra información —expuso Russ, mirando la pequeña pantalla de un ordenador de bolsillo—, usted acusó a un periodista de ser un agente imperial, instigando así un motín del populacho contra él. —Fui yo quien dijo que era un agente imperial oficial —intervino Dors—. Tenia razones para pensar de ese modo. No creo que expresar la propia opinión sea un crimen. En el Imperio hay libertad de expresión. —Esa libertad no cubre una opinión deliberadamente formulada a fin de instigar al motín. —¿Cómo puede decir que lo era, oficial? En este punto, Mrs. Tisalver intervino: —Yo puedo decirlo, oficial —se exaltó—. Vi que había una multitud presente, una muchedumbre barriobajera que estaba buscando camorra. Deliberadamente, ella les dijo que era un agente imperial cuando, en realidad, no sabía nada de nada, y se lo gritó a la multitud para azuzarla. Era obvio que sabía lo que hacía. —Casilia —suplicó su marido, pero ella le lanzó una dura mirada y ya no dijo más. Russ se volvió hacia ella. —¿Presentó usted la denuncia, señora? —Sí. Estos dos han estado viviendo aquí durante unos días y no han hecho más que complicarnos la vida. Han invitado a gente de mala reputación a mi apartamento, rebajando mi reputación ante mis vecinos. —¿Es contrario a la ley, oficial —preguntó Seldon—, invitar a gente de Dahl, limpia y tranquila, a nuestras habitaciones? Las dos habitaciones de arriba son nuestras. Las hemos alquilado y pagado. ¿Es un crimen, en Dahl, hablar con los dahlitas, oficial? —No, no lo es. Pero esto no forma parte de la denuncia. ¿Qué le dio motivo, doctora Venabili, para suponer que la persona acusada por usted era, en realidad, un agente imperial? —Llevaba un bigotito castaño, por lo que deduje que no era dahlita, sino un agente imperial. —En cualquier caso, no hubo motín alguno —se apresuró a afirmar Seldon—. Pedimos a la gente que no atacaran al supuesto periodista y estoy seguro de que no lo hicieron. —¿Dice que está seguro? La información que tenemos es de que se marcharon inmediatamente después de acusarle. ¿Cómo pudo usted saber lo que ocurrió después de irse? —No pude —dijo Seldon—, pero déjeme preguntarle: ¿Ha muerto el hombre? ¿Está herido? —El hombre ha sido interrogado. Niega ser un agente imperial y no tenemos información de que mienta. También asegura que fue maltratado. —Y también puede que esté mintiendo en ambos conceptos. Yo sugeriría una prueba psíquica. —No se le puede hacer a la víctima de un crimen —explicó Russ—. El Gobierno del Sector es muy rígido en eso. Podría llevarse a cabo si ustedes dos, como los criminales en este caso, se sometieran por separado a una prueba psíquica. ¿Les gustaría que se la hiciéramos? Seldon y Dors se miraron por un instante.

—No, claro que no —dijo Seldon. —Claro que no —repitió Russ con un tono de sarcasmo en la voz—; en cambio, están dispuestos a que otro la sufra. El segundo oficial, Astinwald, que hasta ese momento no había abierto la boca, sonrió. —También estamos informados —prosiguió Russ— de que hace un par de días participaron en una pelea con navajas en Billibotton y que hirieron de gravedad a un ciudadano dahlita llamado... —pulsó un botón de su ordenador y leyó lo que aparecía en la pantalla—. Elgin Marrón. —¿Dice también su información cómo empezó la pelea? —preguntó Dors. —Eso es, por ahora, irrelevante, señora. ¿Niega que la lucha tuvo lugar? —Claro que no negamos que la pelea tuvo lugar —exclamó Seldon, indignado—, pero sí negamos que la instigáramos nosotros. Fuimos atacados. Ese Marrón agarró a la doctora Venabili y era obvio que intentaba violarla. Lo que ocurrió después fue pura defensa propia. ¿Acaso está permitida la violación en Dahl? —¿Dice que fueron atacados? —preguntó Russ sin cambiar su tono de voz—. ¿Por cuántos? —Diez hombres. —¿Y usted solo..., con una mujer, se defendió contra diez hombres? —La doctora Venabili y yo nos defendimos, sí. —¿Cómo, pues, ninguno de los dos muestra la menor huella? ¿Alguno de ustedes está herido o lastimado donde no pueda verse ahora? —No, oficial. —¿Cómo puede ser que en la lucha de uno, más una mujer, contra diez hombres no esté herido ninguno de los dos y que el denunciante, Elgin Marrón, haya tenido que ser hospitalizado por sus heridas y que haga falta un trasplante de piel en su labio superior. —Luchamos muy bien —informó Seldon, sombrío. —De forma increíble, desde luego. ¿Y si yo les dijera que tres hombres han declarado que usted y su amiga atacaron a Marrón sin ser provocados?, ¿qué opinarían? —Diría que es increíble pensar que lo hiciéramos. Estoy seguro de que Marrón tiene un historial como matón y navajero. Le he dicho que allí había diez hombres. Por lo visto, seis rehusaron participar en una mentira. ¿Han explicado los otros tres por qué no acudieron en ayuda de un amigo si vieron que era atacado sin que mediara provocación alguna y que su vida corría peligro? Debe ser claro, incluso para ustedes, que están mintiendo. —¿Sugiere una prueba psíquica para ellos? —Sí, y antes de que me lo pregunte, sigo negándome a una para nosotros. —También hemos recibido información de que ayer, después de abandonar la escena del motín, se entrevistaron con un tal Davan, un conocido subversivo, buscado por la Policía de seguridad. ¿Es cierto? —Tendrán que demostrarlo sin nuestra ayuda —declaró Seldon—. No vamos a contestar más preguntas. Russ guardó su bloc-ordenador. —Tengo que pedirle que venga con nosotros a Jefatura para seguir interrogándole. —No creo que sea necesario, oficial. Pertenecemos a otros mundos y no hemos cometido ningún acto criminal. Tratamos de esquivar a un periodista que nos molestaba sin razón; nos defendimos de una violación, y posible asesinato, en una parte del Sector sobradamente conocida por su alto grado de delincuencia y hemos hablado con varios dahlitas. No vemos nada que justifique este enconado interrogatorio. Un interrogatorio que muy bien podría ser considerado como acosamiento. —Somos nosotros los que tomamos las decisiones —dijo Russ—, no usted. Por favor, ¿quieren seguirnos? —No, no lo haremos —afirmó Dors. —¡Cuidado! —gritó la señora Tisalver—. Tiene dos navajas. El oficial Russ suspiró y asintió. —Gracias, señora, pero ya lo sabemos. —Se volvió hacia Dors—. ¿Sabe que es un grave delito llevar navaja sin permiso en este sector? ¿Tiene usted permiso? —No, oficial, no lo tengo. —Entonces, queda claro que asaltó a Marrón con un arma ilegal. ¿Se da cuenta de que esto aumenta la gravedad de su crimen?

dos eran delgados y vestían ropas oscuras, tan semejantes entre sí, que debían ser sus uniformes.<br />

Por los hombros y en los <strong>la</strong>dos de los pantalones, había un ribete b<strong>la</strong>nco. Ambos llevaban sendas<br />

insignias sobre el <strong>la</strong>do derecho de su pecho (una oscura nave espacial y el Sol, el símbolo del<br />

Imperio Galáctico de cada mundo habitado de <strong>la</strong> Ga<strong>la</strong>xia con una oscura «D» en el centro del<br />

Sol).<br />

Seldon comprendió al instante que aquellos eran dos miembros de <strong>la</strong>s Fuerzas de Seguridad<br />

dahlitas.<br />

—¿Qué es todo esto? —preguntó Seldon con acritud.<br />

Uno de los hombres dio un paso ade<strong>la</strong>nte.<br />

—Soy un oficial de Sector, Lanel Russ. Éste es mi compañero, Gebore Astinwald.<br />

Ambos presentaban bril<strong>la</strong>ntes tarjetas holográficas de identificación. Seldon no se molestó en<br />

mirar<strong>la</strong>s.<br />

—¿Qué es lo que desean?<br />

—¿Es usted Hari Seldon, de Helicón? —preguntó el l<strong>la</strong>mado Russ, con calma.<br />

—Sí.<br />

—¿Y usted Dors Venabili, de Cinna?<br />

—Sí —contestó Dors.<br />

—Estoy aquí para investigar una queja de que un tal Hari Seldon provocó un tumulto en el<br />

día de ayer.<br />

—No hice tal cosa.<br />

—Según nuestra información —expuso Russ, mirando <strong>la</strong> pequeña pantal<strong>la</strong> de un ordenador<br />

de bolsillo—, usted acusó a un periodista de ser un agente imperial, instigando así un motín<br />

del popu<strong>la</strong>cho contra él.<br />

—Fui yo quien dijo que era un agente imperial oficial —intervino Dors—. Tenia razones para<br />

pensar de ese modo. No creo que expresar <strong>la</strong> propia opinión sea un crimen. En el Imperio hay<br />

libertad de expresión.<br />

—Esa libertad no cubre una opinión deliberadamente formu<strong>la</strong>da a fin de instigar al motín.<br />

—¿Cómo puede decir que lo era, oficial?<br />

En este punto, Mrs. Tisalver intervino:<br />

—Yo puedo decirlo, oficial —se exaltó—. Vi que había una multitud presente, una muchedumbre<br />

barriobajera que estaba buscando camorra. Deliberadamente, el<strong>la</strong> les dijo que era un agente<br />

imperial cuando, en realidad, no sabía nada de nada, y se lo gritó a <strong>la</strong> multitud para azuzar<strong>la</strong>.<br />

Era obvio que sabía lo que hacía.<br />

—Casilia —suplicó su marido, pero el<strong>la</strong> le <strong>la</strong>nzó una dura mirada y ya no dijo más.<br />

Russ se volvió hacia el<strong>la</strong>.<br />

—¿Presentó usted <strong>la</strong> denuncia, señora?<br />

—Sí. Estos dos han estado viviendo aquí durante unos días y no han hecho más que<br />

complicarnos <strong>la</strong> vida. Han invitado a gente de ma<strong>la</strong> reputación a mi apartamento, rebajando mi<br />

reputación ante mis vecinos.<br />

—¿Es contrario a <strong>la</strong> ley, oficial —preguntó Seldon—, invitar a gente de Dahl, limpia y tranqui<strong>la</strong>,<br />

a nuestras habitaciones? Las dos habitaciones de arriba son nuestras. Las hemos alqui<strong>la</strong>do y<br />

pagado. ¿Es un crimen, en Dahl, hab<strong>la</strong>r con los dahlitas, oficial?<br />

—No, no lo es. Pero esto no forma parte de <strong>la</strong> denuncia. ¿Qué le dio motivo, doctora Venabili,<br />

para suponer que <strong>la</strong> persona acusada por usted era, en realidad, un agente imperial?<br />

—Llevaba un bigotito castaño, por lo que deduje que no era dahlita, sino un agente imperial.<br />

—En cualquier caso, no hubo motín alguno —se apresuró a afirmar Seldon—. Pedimos a <strong>la</strong><br />

gente que no atacaran al supuesto periodista y estoy seguro de que no lo hicieron.<br />

—¿Dice que está seguro? La información que tenemos es de que se marcharon inmediatamente<br />

después de acusarle. ¿Cómo pudo usted saber lo que ocurrió después de irse?<br />

—No pude —dijo Seldon—, pero déjeme preguntarle: ¿Ha muerto el hombre? ¿Está herido?<br />

—El hombre ha sido interrogado. Niega ser un agente imperial y no tenemos información de que<br />

mienta. También asegura que fue maltratado.<br />

—Y también puede que esté mintiendo en ambos conceptos. Yo sugeriría una prueba psíquica.<br />

—No se le puede hacer a <strong>la</strong> víctima de un crimen —explicó Russ—. El Gobierno del Sector es muy<br />

rígido en eso. Podría llevarse a cabo si ustedes dos, como los criminales en este caso, se<br />

sometieran por separado a una prueba psíquica. ¿Les gustaría que se <strong>la</strong> hiciéramos?<br />

Seldon y Dors se miraron por un instante.

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