24.06.2015 Views

09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

comida. Un fuerte olor a cebol<strong>la</strong> perfumaba el aire..., pero era un olor diferente, con algo de<br />

levadura tal vez. Dors retrocedió un poco ante el mal olor.<br />

—¿De dónde has sacado <strong>la</strong> comida, Raych? —preguntó.<br />

—Los hombres de Davan me <strong>la</strong> trajeron. Davan está muy bien.<br />

—Entonces, no tenemos que comprarte cena, ¿verdad? —preguntó Seldon, que se notaba el<br />

estómago vacío.<br />

—Algo me deben —contestó Raych, mirando, ansioso, en dirección de Dors—. ¿Qué hay de <strong>la</strong><br />

navaja, señora? Una de el<strong>la</strong>s.<br />

—Nada de navaja —contestó Dors—. Nos dejas en casa sanos y salvos, y te daré cinco créditos.<br />

—No puedo comprarme una navaja con cinco créditos —protestó.<br />

—No tendrás ninguna otra cosa que no sean cinco créditos —aseguró Dors.<br />

—Es usted una dama roña, señora —dijo Raych.<br />

—Soy una dama roña con navaja rápida, Raych, así que, andando.<br />

—Está bien. No s'acalore. —Y Raych agitó <strong>la</strong> mano—. Por aquí.<br />

Fue cuando, al regresar por los pasadizos vacíos, Dors, mirando a uno y otro <strong>la</strong>do, se detuvo en<br />

seco.<br />

—Espera, Raych. Alguien nos sigue.<br />

Raych pareció exasperado.<br />

—No tenía que haberles oído.<br />

Seldon inclinó <strong>la</strong> cabeza a un <strong>la</strong>do y escuchó.<br />

—Yo no oigo nada.<br />

—Yo, sí —afirmó Dors—. Óyeme, Raych, no quiero tonterías. Dime ahora mismo lo que está<br />

sucediendo, o te sacudiré tan fuerte en <strong>la</strong> cabeza, que estarás una semana sin poder ver. Y lo<br />

digo en serio.<br />

Raych alzó un brazo como para defenderse.<br />

—A ver si es capaz, asquerosa señora. A ver si se atreve... Son los tíos de Davan. Cuidan de<br />

nosotros por si apareciera algún navajero.<br />

—¿Los tíos de Davan?<br />

—Sí. Nos siguen por los pasadizos de servicio.<br />

La mano derecha de Dors saltó inesperadamente y agarró a Raych por el cuello de su vestimenta.<br />

Lo alzó y él, pataleando, empezó a gritar:<br />

—¡Eh, señora, eh!<br />

—Dors, no te ensañes con él —medió Seldon.<br />

—Lo haré, y con dureza, si descubro que miente. Estás a mi cargo, Hari, y no al de él.<br />

—No miento —protestó Raych, debatiéndose—. No miento.<br />

—Seguro que no —corroboró Seldon.<br />

—Bueno, ya veremos, Raych, diles que salgan para que podamos verles.<br />

Le soltó y se frotó <strong>la</strong>s manos.<br />

—¡Usted está cha<strong>la</strong>, señora! —murmuró Raych, ofendido. Luego, alzando <strong>la</strong> voz—: ¡Eh, Davan!<br />

¡Que salga alguno de vosotros!<br />

Hubo un tiempo de espera y después, de una abertura oscura en el corredor, dos bigotudos<br />

aparecieron, uno de ellos con una cicatriz que le partía <strong>la</strong> mejil<strong>la</strong>. Llevaban sendas navajas<br />

en <strong>la</strong> mano, con <strong>la</strong> hoja escondida.<br />

—¿Cuántos de ustedes andan por ahí? —preguntó Dors con voz dura.<br />

—Varios —respondió uno de los recién aparecido—. Tenemos órdenes. Les escoltamos a<br />

ustedes. Davan los quiere a salvo.<br />

—Gracias. Procuren hacer menos ruido. Raych, sigue andando.<br />

—Me ha maltratado y yo le decía <strong>la</strong> verdad —masculló el muchacho entre dientes.<br />

—Tienes razón —dijo Dors—. Al menos, creo que tienes razón..., y te pido perdón por ello.<br />

—No sé si aceptarlo —comentó Raych haciéndose el hombre—. Pero, está bien, por esta<br />

vez... —Y emprendió <strong>la</strong> marcha.<br />

Cuando llegaron a <strong>la</strong> avenida, los invisibles guardianes desaparecieron. O, por lo menos, el<br />

fino oído de Dors no los percibía. Pero, c<strong>la</strong>ro, ellos estaban entrando en <strong>la</strong> parte respetable<br />

del Sector.<br />

—Me parece que no tenemos nada que te siente bien, Raych —murmuró Dors, pensativa.<br />

—¿Por qué quieren que su ropa me siente bien, señora? —(Aparentemente, <strong>la</strong><br />

respetabilidad parecía invadir a Raych, una vez fuera de los pasadizos)—. Ya tengo <strong>la</strong> mía.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!