09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots. La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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adoptó una postura—. Les doy mi palabra. Siguió guiándoles en silencio, aunque el eco de sus zapatos sonaba hueco en los pasadizos vacíos. Davan levantó la mirada cuando entraron, una mirada salvaje que se dulcificó cuando vio a Raych. Inquisitivo, hizo unos gestos rápidos hacia los otros. —Éstos son ellos —anunció Raych. Después, sonrió y se fue. —Soy Hari Seldon. La joven es Dors Venabili. Seldon contempló a Davan con curiosidad. Era moreno y tenía el grueso bigote negro del varón dahlita, pero, además, lucía un principio de barba. Era el primer dahlita que veía Seldon que no estuviera meticulosamente rasurado. Incluso los matones de Billibotton tenían las mejillas y la barbilla limpias. —¿Cuál es su nombre, señor? —preguntó Seldon. —Davan. Raych debió habérselo dicho. —Su apellido. —Sólo soy Davan. ¿Les han seguido hasta aquí, doctor Seldon? —No. Estoy seguro de que no. De haberlo hecho, supongo que Raych les hubiera visto u oído. Y si él no lo hubiera notado, la doctora Venabili se habría dado cuenta. —Confías en mí, Hari —sonrió levemente Dors. —Cada vez más —respondió él, pensativo. Davan se revolvió, inquieto. —Pero ya les han descubierto —anunció. —¿ Descubierto? —Sí. Me he enterado de lo de ese supuesto periodista. —¿Ya? —Seldon pareció estupefacto—. Sospecho que, en realidad, era un periodista..., e inofensivo, además. Le llamamos agente imperial a instancias de Raych, y fue una buena idea. La gente que lo rodeaba se mostró amenazadora y así nos libramos de él. —No —declaró Davan—. Él era lo que ustedes le llamaron. Mi gente le conoce y trabaja, en efecto, para el Imperio... Pero tampoco ustedes hacen lo que yo. No utilizan nombre falso ni cambian de residencia. Se mueven con sus propios nombres y no hacen el menor esfuerzo por permanecer a cubierto. Usted es Hari Seldon, el matemático. —En efecto, lo soy. ¿Por qué iba a inventarme un nombre falso? —El Imperio le busca, ¿no es así? Seldon se encogió de hombros. —Me quedo en sitios donde el Imperio no puede apoderarse de mí. —Abiertamente, no. Pero el Imperio no tiene por qué obrar abiertamente. Yo le instaría a que desapareciera, que desapareciera realmente. —Lo mismo que usted..., tal como dice —comentó Seldon mirando en derredor suyo con cierto asco. La habitación estaba tan muerta como los pasadizos por los que habían ido. Sucia y polvorienta, y sumamente deprimente. —Sí —dijo Davan—. Podría sernos útil. —¿De qué modo? —¿Habló con un joven llamado Yugo Amaryl? —En efecto. —Amaryl me dijo que usted puede predecir el futuro. Seldon suspiró, abrumado. Comenzaba a cansarse de permanecer de pie en aquella habitación vacía. Davan estaba sentado en un almohadón y había otros disponibles, pero parecían sucios. Tampoco deseaba apoyarse en la pared, cubierta de moho. Seldon dijo: —O usted no comprendió a Amaryl, o él no me entendió a mí —protestó Seldon—. Lo que he hecho es demostrar que es posible elegir condiciones de arranque de las que no desciende la previsión histórica en estados caóticos, sino que puede ser predecible dentro de unos ciertos límites. Sin embargo, lo que estas condiciones de arranque pueden ser, lo ignoro, y tampoco estoy seguro de que puedan ser encontradas por una sola persona, o por varias en un tiempo finito. ¿Me comprende? —No. Seldon volvió a suspirar. —Deje que lo intente de nuevo. Es posible predecir el futuro, pero puede ser imposible

descubrir cómo sacar partido de esa posibilidad. ¿Lo entiende? Davan miró a Seldon, sombrío; luego, a Dors. —Entonces, no puede predecir el futuro —declaró al fin. —Ahora lo ha captado, Mr. Davan. —Llámeme sólo Davan. Pero algún día puede aprender a predecir el futuro. —Es concebible. —Ésta es la razón por la que el Imperio le busca. —No —cortó Seldon, levantando un dedo con un gesto didáctico—. Mi idea es que ésta es la razón por la que el Imperio no hace grandes esfuerzos para apoderarse de mí. Les gustaría tenerme si pudieran cogerme sin esfuerzo, pero están al corriente de que ahora mismo no sé nada y que, por consiguiente, no merece la pena desbaratar la delicada paz de Trantor interfiriendo con los derechos locales de éste u otro Sector. Ésta es la razón de que pueda circular con mi propio nombre con razonable seguridad. Por un momento, Davan hundió la cabeza entre sus manos. —Esto es una locura —murmuró; luego, abatido, miró a Dors—. ¿Es usted la esposa del doctor Seldon? —Soy su amiga y protectora —respondió Dors, imperturbable. —¿Lo conoce bien? —Llevamos varios meses juntos. —¿Nada más? —Nada más. —En su opinión, ¿dice la verdad? —Sé que dice la verdad. Oiga, ¿por qué motivo iba usted a confiar en mí si no confía en él? Si Hari le mintiera por alguna razón, ¿por qué no iba yo a mentirle también, a fin de apoyarlo? Davan, desalentado, miró de uno a otro. —En cualquier caso, ¿estarían dispuestos a ayudarnos? —preguntó. —¿Quiénes son ustedes, y de qué forma necesitan ayuda? —Ya conoce la situación de Dahl —explicó Davan—. Estamos oprimidos. Usted debe saberlo ya y, por la forma como trató a Yugo Amaryl, no puedo creer que no simpatice con nosotros. —Simpatizamos del todo. —¿Y sabe cuál es la fuente de la opresión? —Va a decirme que es el Gobierno Imperial, supongo, y apuesto a que representa bien su papel. Por el contrario, observo que existe una clase media en Dahl que desprecia a los caloreros y una clase criminal que aterroriza al resto del Sector. Davan apretó los labios, pero no se inmutó. —Es cierto —reconoció—. Pero el Imperio favorece esta situación por principio. Dahl posee el potencial de crear grandes disturbios. Si los caloreros hicieran huelga, Trantor sufriría, de inmediato, una enorme falta de energía..., con todo lo que ello traería implicado. Sin embargo, la propia clase alta de Dahl es capaz de gastar un montón de dinero en alquilar a los matones de Billibotton, y de otros lugares, para que luchen contra los caloreros y parar así la huelga. Ha ocurrido otras veces. El Imperio permite a ciertos dahlitas que prosperen, de una forma relativa, a fin de convertirles en lacayos imperialistas, al tiempo que rehúsa cumplir la ley de control de armas lo suficiente para debilitar al elemento criminal. El Gobierno Imperial hace lo mismo en todas partes, y no solamente en Dahl. No puede ejercer la fuerza para imponer su voluntad como en los viejos tiempos, cuando gobernaban con brutalidad. Hoy en día, Trantor se ha hecho tan complejo y se altera, con tanta facilidad, que las fuerzas imperiales deben mantenerse al margen... —Una forma de degeneración —murmuró Seldon, recordando las quejas de Hummin. —¿Cómo dice? —preguntó Davan. —No, nada —dijo Seldon—. Continúe. —Las fuerzas imperiales deben mantenerse al margen, pero, así y todo, pueden hacer algo. Cada Sector es animado a sospechar de sus vecinos. Y las clases económicas y sociales son empujadas a pelear entre sí. El resultado es que en todo Trantor no se puede conseguir que la gente actúe unida. Por todas partes, la población preferiría luchar entre sí que formar un frente común contra la tiranía central y las leyes del Imperio sin tener que emplear la fuerza. —¿Y qué cree usted que pueda hacerse? —preguntó Dors. —Durante años, he intentado crear un sentimiento de solidaridad entre la gente de Trantor.

descubrir cómo sacar partido de esa posibilidad. ¿Lo entiende?<br />

Davan miró a Seldon, sombrío; luego, a Dors.<br />

—Entonces, no puede predecir el futuro —dec<strong>la</strong>ró al fin.<br />

—Ahora lo ha captado, Mr. Davan.<br />

—Llámeme sólo Davan. Pero algún día puede aprender a predecir el futuro.<br />

—Es concebible.<br />

—Ésta es <strong>la</strong> razón por <strong>la</strong> que el Imperio le busca.<br />

—No —cortó Seldon, levantando un dedo con un gesto didáctico—. Mi idea es que ésta es <strong>la</strong> razón<br />

por <strong>la</strong> que el Imperio no hace grandes esfuerzos para apoderarse de mí. Les gustaría tenerme si<br />

pudieran cogerme sin esfuerzo, pero están al corriente de que ahora mismo no sé nada y que,<br />

por consiguiente, no merece <strong>la</strong> pena desbaratar <strong>la</strong> delicada paz de Trantor interfiriendo con los<br />

derechos locales de éste u otro Sector. Ésta es <strong>la</strong> razón de que pueda circu<strong>la</strong>r con mi<br />

propio nombre con razonable seguridad.<br />

Por un momento, Davan hundió <strong>la</strong> cabeza entre sus manos.<br />

—Esto es una locura —murmuró; luego, abatido, miró a Dors—. ¿Es usted <strong>la</strong> esposa del<br />

doctor Seldon?<br />

—Soy su amiga y protectora —respondió Dors, imperturbable.<br />

—¿Lo conoce bien?<br />

—Llevamos varios meses juntos.<br />

—¿Nada más?<br />

—Nada más.<br />

—En su opinión, ¿dice <strong>la</strong> verdad?<br />

—Sé que dice <strong>la</strong> verdad. Oiga, ¿por qué motivo iba usted a confiar en mí si no confía en él? Si<br />

Hari le mintiera por alguna razón, ¿por qué no iba yo a mentirle también, a fin de apoyarlo?<br />

Davan, desalentado, miró de uno a otro.<br />

—En cualquier caso, ¿estarían dispuestos a ayudarnos? —preguntó.<br />

—¿Quiénes son ustedes, y de qué forma necesitan ayuda?<br />

—Ya conoce <strong>la</strong> situación de Dahl —explicó Davan—. Estamos oprimidos. Usted debe saberlo ya y,<br />

por <strong>la</strong> forma como trató a Yugo Amaryl, no puedo creer que no simpatice con nosotros.<br />

—Simpatizamos del todo.<br />

—¿Y sabe cuál es <strong>la</strong> fuente de <strong>la</strong> opresión?<br />

—Va a decirme que es el Gobierno Imperial, supongo, y apuesto a que representa bien su papel.<br />

Por el contrario, observo que existe una c<strong>la</strong>se media en Dahl que desprecia a los caloreros y<br />

una c<strong>la</strong>se criminal que aterroriza al resto del Sector.<br />

Davan apretó los <strong>la</strong>bios, pero no se inmutó.<br />

—Es cierto —reconoció—. Pero el Imperio favorece esta situación por principio. Dahl posee el<br />

potencial de crear grandes disturbios. Si los caloreros hicieran huelga, Trantor sufriría, de<br />

inmediato, una enorme falta de energía..., con todo lo que ello traería implicado. Sin embargo,<br />

<strong>la</strong> propia c<strong>la</strong>se alta de Dahl es capaz de gastar un montón de dinero en alqui<strong>la</strong>r a los matones de<br />

Billibotton, y de otros lugares, para que luchen contra los caloreros y parar así <strong>la</strong> huelga. Ha<br />

ocurrido otras veces. El Imperio permite a ciertos dahlitas que prosperen, de una forma<br />

re<strong>la</strong>tiva, a fin de convertirles en <strong>la</strong>cayos imperialistas, al tiempo que rehúsa cumplir <strong>la</strong> ley de<br />

control de armas lo suficiente para debilitar al elemento criminal. El Gobierno Imperial hace<br />

lo mismo en todas partes, y no so<strong>la</strong>mente en Dahl. No puede ejercer <strong>la</strong> fuerza para imponer su<br />

voluntad como en los viejos tiempos, cuando gobernaban con brutalidad. Hoy en día, Trantor se<br />

ha hecho tan complejo y se altera, con tanta facilidad, que <strong>la</strong>s fuerzas imperiales deben<br />

mantenerse al margen...<br />

—Una forma de degeneración —murmuró Seldon, recordando <strong>la</strong>s quejas de Hummin.<br />

—¿Cómo dice? —preguntó Davan.<br />

—No, nada —dijo Seldon—. Continúe.<br />

—Las fuerzas imperiales deben mantenerse al margen, pero, así y todo, pueden hacer algo. Cada<br />

Sector es animado a sospechar de sus vecinos. Y <strong>la</strong>s c<strong>la</strong>ses económicas y sociales son empujadas<br />

a pelear entre sí. El resultado es que en todo Trantor no se puede conseguir que <strong>la</strong> gente actúe<br />

unida. Por todas partes, <strong>la</strong> pob<strong>la</strong>ción preferiría luchar entre sí que formar un frente común<br />

contra <strong>la</strong> tiranía central y <strong>la</strong>s leyes del Imperio sin tener que emplear <strong>la</strong> fuerza.<br />

—¿Y qué cree usted que pueda hacerse? —preguntó Dors.<br />

—Durante años, he intentado crear un sentimiento de solidaridad entre <strong>la</strong> gente de Trantor.

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