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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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le sonreirán y se asegurarán de no mirar<strong>la</strong> mal. ¡Oh, señora, se lo ha ganao! Por eso él quiere ver<strong>la</strong>.<br />

—Raych, ¿quién quiere vernos exactamente? —preguntó Seldon.<br />

—Un tío l<strong>la</strong>mado Davan.<br />

—¿Y quién es?<br />

—Un tío. Vive en Billibotton y no lleva navaja.<br />

—¿Y sigue vivo, Raych?<br />

—Lee mucho y ayuda a los tíos cuando se meten en líos con el Gobierno. Le dejan más o menos<br />

en paz. No necesita ninguna navaja.<br />

—¿Por qué no ha venido él, pues? —preguntó Dors—. ¿Por qué te ha enviado a ti?<br />

—Este sitio no le gusta. Dice que le pone malo. Dice que toa <strong>la</strong> gente de aquí son unos<br />

<strong>la</strong>me... del Gobierno. —Calló, miró indeciso a los dos forasteros de otros mundos, y añadió—:<br />

De toos modos no vendría. Dijo que me dejarían pasar porque soy un niño. —Sonrió—. Y por<br />

poco no me dejan, ¿eh? Quiero decir, <strong>la</strong> mujer que parecía que siempre estuviera oliendo algo.<br />

Calló de pronto, como avergonzado, y se miró.<br />

—De donde vengo, no tenemos muchas oportunidades de <strong>la</strong>varnos.<br />

—No importa —le sonrió Dors—. ¿Dónde se supone que debemos encontramos, ya que él no<br />

vendrá aquí? Después de todo, si no te importa que lo diga..., no nos apetece volver a Billibotton.<br />

—Ya se lo he dicho a ustés —exc<strong>la</strong>mó Raych, indignado—. Harán lo que quieran en Billibotton,<br />

se lo juro. Además, donde él vive, nadie les molestará.<br />

—¿Dónde está? —preguntó Seldon.<br />

—Puedo llevarles. No está lejos.<br />

—¿Y por qué quiere vernos? —preguntó Dors.<br />

—No sé. Pero dice así... —Raych entrecerró los ojos en su esfuerzo por recordar—: «Diles que<br />

quiero ver al hombre que habló con un calorero dahlita como si fuera un ser humano y a <strong>la</strong><br />

mujer que derrotó a Marrón con <strong>la</strong>s navajas y no lo mató aunque pudo hacerlo.» Creo que lo<br />

he dicho bien.<br />

—Eso creo yo —sonrió Seldon—. ¿Podemos verle ahora?<br />

—Está esperando.<br />

—Entonces, iremos contigo —repuso Seldon, que miró a Dors, inquisitivo.<br />

—De acuerdo. Estoy dispuesta. Puede que no se trate de ninguna trampa. La esperanza es<br />

una eterna primavera. ..<br />

74<br />

Al salir, <strong>la</strong> luz del atardecer tenía un amable resp<strong>la</strong>ndor, un ligero tono violeta con un borde<br />

rosado que simu<strong>la</strong>ba nubes de puesta de sol deslizándose con el aire. Dahl podía quejarse por el<br />

trato que recibía de los gobernantes imperiales de Trantor, pero seguro que no tenían nada que<br />

objetar al tiempo que los ordenadores les proporcionaban.<br />

—Parecemos gente célebre —murmuró Dors—. No cabe <strong>la</strong> menor duda.<br />

Seldon apartó los ojos del supuesto cielo y de inmediato se dio cuenta de una concentración de<br />

gente rodeando <strong>la</strong> casa donde los Tisalver vivían.<br />

Todos los que formaban el grupo se les quedaron mirando fijamente. Cuando quedó bien sentado<br />

que ambos forasteros se habían dado cuenta de <strong>la</strong> atención, un murmullo sordo recorrió el<br />

grupo que parecía estar a punto de romper en ap<strong>la</strong>usos.<br />

—Ahora comprendo por qué Mrs. Tisalver encuentra esto molesto —observó Dors—. Debí<br />

haberme mostrado más simpática.<br />

La multitud iba, en su mayor parte, pobremente vestida y no era difícil adivinar que muchos<br />

de ellos procedían de Billibotton. Impulsivamente, Seldon sonrió y elevó <strong>la</strong> mano en un breve<br />

saludo que levantó ap<strong>la</strong>usos.<br />

—¿Pué <strong>la</strong> señora enseñarnos trucos con <strong>la</strong> navaja? —gritó una voz, perdida en el anonimato.<br />

Y cuando Dors, como respuesta, les gritó:<br />

—No, sólo <strong>la</strong> saco cuando estoy furiosa —<strong>la</strong> risa fue general.<br />

Un hombre dio un paso ade<strong>la</strong>nte. Era obvio que no procedía de Billibotton, y también que no era<br />

un dahlita. Su bigote, pequeño, no era negro, sino castaño.<br />

—Soy Mario Tanto, de <strong>la</strong>s Noticias H.V. trantorianas —dijo, presentándose—. ¿Podemos<br />

enfocarles un poco para <strong>la</strong> holovisión de esta noche?<br />

—¡No! —respondió Dors, tajante—. ¡Y nada de entrevistas!<br />

El periodista no se movió.

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