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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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aspecto, desea verles y no estamos acostumbrados a este tipo de visitas en el vecindario. Degrada<br />

nuestra posición social. —Su tono era apologético.<br />

—Bien, Tisalver, saldremos, averiguaremos de qué se trata y lo despacharemos tan<br />

rápidamente como...<br />

—No. Espera —pidió Dors—. Éstas son nuestras habitaciones. Pagamos por el<strong>la</strong>s. Nosotros<br />

decidimos quién nos visita y quién no. Si en <strong>la</strong> calle hay un joven de Billibotton, no deja de ser<br />

un dahlita. Más importante, es un trantoriano. Todavía mucho más importante, se trata de un<br />

ciudadano del Imperio y un ser humano. Y, por encima de todo, al desear vernos, pasa a ser<br />

nuestro huésped. Por lo tanto, nosotros le invitamos a que entre.<br />

Mrs. Tisalver no se movió. Su propio marido parecía indeciso.<br />

—Puesto que se dice que maté a cien matones en Billibotton —dijo Dors—, no van a creer que<br />

tengo miedo de un muchacho, o para el caso, de ustedes dos.<br />

Y su mano derecha cayó, casualmente, sobre su cinturón.<br />

Tisalver, súbitamente enérgico, protestó:<br />

—Doctora Venabili, nuestra intención no es ofenderles. Por supuesto, esas habitaciones son suyas<br />

y pueden recibir a quien gusten. —Y dio un paso atrás, al tiempo que tiraba de su indignada<br />

esposa, haciendo ga<strong>la</strong>, así, de una determinación por <strong>la</strong> que quizá tuviera que pagar más tarde.<br />

Dors les observaba con severidad.<br />

—Vaya, Dors, no pareces <strong>la</strong> misma —observó Seldon, sonriendo con sequedad—. Pensé que yo<br />

era quien se metía quijotescamente en líos y que tú eras <strong>la</strong> tranqui<strong>la</strong> y práctica cuya única<br />

misión era <strong>la</strong> de evitar problemas.<br />

—No puedo tolerar que se hable con desprecio de un ser humano sólo por <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se de grupo a <strong>la</strong><br />

que pertenece..., aunque lo haga otro ser humano. Son estas personas de aquí, que se dicen<br />

respetables, los que crean a esos gamberros de allá.<br />

—Y otros respetables —añadió Seldon— los que crean a estos respetables. Esas<br />

animosidades mutuas son <strong>la</strong>s que forman parte de <strong>la</strong> Humanidad...<br />

—Entonces, debes tratar de ello en tu psicohistoria, ¿verdad?<br />

—Desde luego, siempre y cuando consiga una psicohistoria en <strong>la</strong> que tratar de algo... Ah, ahí<br />

viene ese pillete. Se trata de Raych, lo que no me sorprende en absoluto.<br />

73<br />

Entró Raych, mirando a su alrededor, c<strong>la</strong>ramente intimidado. El índice de su mano derecha se<br />

alzó hasta su <strong>la</strong>bio superior como si quisiera sentir <strong>la</strong> suavidad del primer bozo.<br />

Se volvió a <strong>la</strong> ofendida dueña de <strong>la</strong> casa y se inclinó con torpeza ante el<strong>la</strong>.<br />

—Gracias, señora. Tié un bonito local.<br />

Después, al oír el portazo tras él, se volvió a Seldon y Dors.<br />

—Bonito lugar, tíos —comentó con expresión de experto.<br />

—Me alegro de que te guste —respondió Seldon con gravedad—. ¿Cómo supiste que estábamos<br />

aquí?<br />

—Los seguí. ¿Qué se creen? Eh, señora... —Se volvió a Dors—. Usted no pelea como una<br />

señora.<br />

—¿Has visto luchar a muchas señoras? —le preguntó Dors.<br />

—No, nunca he visto ninguna —dijo, frotándose <strong>la</strong> nariz—. Es que no llevan navajas, excepto<br />

unas pequeñas pa asustar a los niños. Pero a mí nunca me han asustao.<br />

—Estoy segura de que no. ¿Qué les haces para que <strong>la</strong>s señoras saquen sus navajas?<br />

—Yo, nada. Sólo <strong>la</strong>s molesto un poco. Se grita: «¡Eh, señora!, ¿me deja...?» —Pensó un instante<br />

y terminó—: Nada.<br />

—Bien, pues no lo intentes conmigo —le advirtió Dors.<br />

—¿Se bur<strong>la</strong> de mí? ¿Después de lo que le hizo a Marrón? Eh, señora, ¿dónde aprendió a luchar<br />

así?<br />

—En mi mundo.<br />

—¿Pué enseñarme?<br />

—¿Es por eso por lo que has venido a vernos?<br />

—La verdad, no. He venío con un encargo.<br />

—¿De alguien que quiere luchar conmigo?<br />

—Nadie quiere hacerlo con usted. Óigame, señora, ahora usted tié fama. To el mundo <strong>la</strong> conoce.<br />

Pasee por donde quiera en el viejo Billibotton y toos los tíos se harán a un <strong>la</strong>do, <strong>la</strong> dejarán pasar,

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