09. Preludio a la Fundación
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
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A CUBIERTO<br />
DAVAN. — ... En los días inquietos que marcaron los últimos siglos del Primer Imperio Galáctico,<br />
<strong>la</strong>s típicas fuentes de inquietud surgieron del hecho de que los jefes políticos y militares<br />
luchaban por el poder «supremo» (una supremacía que pierde valor con cada década). Muy rara vez<br />
había algo que pudiera ser l<strong>la</strong>mado movimiento popu<strong>la</strong>r anterior al advenimiento de <strong>la</strong><br />
psicohistoria. Re<strong>la</strong>cionado con esto, un ejemplo desconcertante involucra a Davan, de quien se sabe<br />
muy poco, pero que pudo haber conocido a Seldon en un tiempo en que...<br />
Enciclopedia Galáctica<br />
72<br />
Tanto Hari Seldon como Dors Venabili se habían dado unos perezosos baños, sirviéndose de <strong>la</strong>s<br />
insta<strong>la</strong>ciones, algo primitivas, de que disponían en el hogar de los Tisalver. Se habían<br />
cambiado de ropa y se encontraban en <strong>la</strong> alcoba de Seldon cuando Tirad Tisalver regresó aquel<strong>la</strong><br />
noche. Su l<strong>la</strong>mada a <strong>la</strong> puerta fue (o eso pareció) algo tímida. El zumbido duró muy poco.<br />
Seldon le abrió <strong>la</strong> puerta y le saludó con cordialidad.<br />
—Buenas noches, señores Tisalver.<br />
El<strong>la</strong> estaba detrás de su marido, con el ceño fruncido y <strong>la</strong> expresión desconcertada. Tisalver<br />
preguntó, dubitativo, como si no estuviera seguro de <strong>la</strong> situación:<br />
—¿Están bien los dos? —Movió afirmativamente <strong>la</strong> cabeza como si tratara de conseguir una<br />
respuesta afirmativa mediante esa expresión corporal.<br />
—Muy bien —respondió Seldon—. Entramos y salimos de Billibotton sin problemas, y ya<br />
estamos <strong>la</strong>vados y cambiados. No nos queda ningún resto de hedor. —Seldon, al decirlo, levantó<br />
<strong>la</strong> barbil<strong>la</strong>, sonriendo, <strong>la</strong>nzando, <strong>la</strong> frase por encima del hombro de Tisalver, a <strong>la</strong> mujer de éste.<br />
El<strong>la</strong> <strong>la</strong>nzó un ruidoso suspiro y aspiró con fuerza, como si tratara de comprobar <strong>la</strong> afirmación.<br />
—Se dice que hubo una pelea de navajas —comentó Tisalver con el mismo tono de antes.<br />
—¿Eso se dice?<br />
—Usted y <strong>la</strong> señora contra cien matones, eso nos contaron, y que usted les mató a todos. ¿Fue<br />
así? —Se notaba un involuntario tono de profundo respeto en su voz.<br />
—En absoluto —intervino Dors, disgustada—. Es ridículo. ¿Qué se han creído que somos?<br />
¿Asesinos de masas? ¿Creen ustedes que cien matones hubieran permanecido quietos, esperando<br />
el tiempo considerable que me hubiera..., nos hubiera llevado matarlos a todos? Piensen un<br />
poco sobre ello.<br />
—Eso es lo que estaban comentando —dec<strong>la</strong>ró Casilia Tisalver con firme estridencia—. No<br />
podemos tolerar semejante conducta en esta casa.<br />
—En primer lugar —dijo Seldon—, no ocurrió en esta casa. En segundo lugar, no había cien<br />
hombres, sino diez. En tercer lugar, no se mató a nadie. Hubo un altercado entre nosotros.<br />
Después, ellos se fueron y nos dejaron vía libre.<br />
—¡Les dejaron vía libre! ¿Y esperan que nos lo creamos, forasteros? —saltó Mrs. Tisalver,<br />
beligerante.<br />
Seldon suspiró. A <strong>la</strong> menor tensión, los seres humanos parecían dividirse en grupos antagónicos.<br />
—Bueno —contemporizó—, confieso que uno de ellos recibió un poco. Pero nada grave.<br />
—¿Y a ustedes no les ocurrió nada? —preguntó Tisalver. La admiración en su voz era cada<br />
vez más acusada.<br />
—Ni un arañazo —contestó Seldon—. La doctora Venabili maneja <strong>la</strong>s dos navajas<br />
maravillosamente bien.<br />
—No lo dudo —murmuró Mrs. Tisalver, bajando <strong>la</strong> vista al cinturón de Dors—, y no voy a<br />
permitir que eso ocurra aquí.<br />
—Mientras nadie nos ataque aquí —dec<strong>la</strong>ró Dors secamente—, eso es lo que no va a ocurrir.<br />
—Pero, por su culpa —insistió <strong>la</strong> mujer—, tenemos a <strong>la</strong> chusma de<strong>la</strong>nte de nuestra puerta.<br />
—Mi amor —quiso tranquilizar<strong>la</strong> Tisalver—, no vayamos a disgustar a...<br />
—¿Y por qué no? —escupió el<strong>la</strong>, despectiva—. ¿Es que tienes miedo de sus navajas? Me gustaría<br />
ver cómo <strong>la</strong>s maneja aquí.<br />
—No tengo <strong>la</strong> menor intención de hacer nada por el estilo —bufó Dors con el mismo ruido que<br />
cualquiera de los emitidos por Mrs. Tisalver—. ¿Qué es ésa chusma de <strong>la</strong> que nos hab<strong>la</strong>?<br />
—Lo que quiere decir mi mujer es que un pillete de Billibotton, o lo parece a juzgar por su