09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots. La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

24.06.2015 Views

sentido. —¿Habla alguna vez de Tierra? —Lo ignoro. No me sorprendería. —La mención de la palabra Tierra no .le ha desconcertado. ¿Qué sabe usted de Tierra? Esta vez Tisalver pareció sorprendido. —Al parecer es el mundo de donde todo el mundo procede, doctor Seldon. —¿Al parecer? ¿No cree en ello? —¿Yo? Yo soy un hombre culto. Pero muchos ignorantes creen en ello. —¿Y hay libros sobre Tierra? —Los libros de cuentos para niños mencionan, a veces, a la Tierra. Me acuerdo de que cuando era pequeño, mi cuento favorito empezaba así: «Hace muchos años, érase una vez en la Tierra, cuando la Tierra era el único planeta...» ¿Recuerdas, Casilia? También a ti te gustaba. Casilia se encogió de hombros y no pareció estar dispuesta a ceder... aún. —Me gustaría verlo algún día —dijo Seldon—, pero me refiero a verdaderos libros-película..., cultos..., o películas..., o láminas. —No he oído hablar de ninguno, pero la biblioteca... —Lo buscaré... ¿Hay algún tabú sobre el tema de Tierra? —¿Qué es un tabú? —Bueno, es algo así como una arraigada costumbre de que no se habla de Tierra, o que los forasteros pregunten sobre ella. Tisalver dio la impresión de tan sincero asombro que parecía inútil esperar una respuesta. Dors, entonces, intervino. —¿Hay alguna prohibición de que los forasteros vayan a Billibotton? —Ninguna prohibición, pero no es buena idea para cualquiera el ir allí. Yo no iría. —¿Por qué? —preguntó Dors. —Es peligroso. ¡Violento! Todo el mundo está armado... Bueno, Dahl es un lugar armado, pero en Billibotton utilizan las armas. Quédese en este vecindario. Es más seguro. —Hasta ahora —dejó caer Casilla, ceñuda—. Sería mucho mejor que nos fuéramos. Hoy en día, los caloreros van a todas partes. —Y dirigió otra mirada torva en dirección a Seldon. —¿Qué quiere decir con eso de que Dahl es un lugar armado? Las reglas Imperiales contra las armas son muy severas. —Ya lo sé —repuso Tisalver—. Aquí no hay pistolas que aturdan, ni porras, ni Sondas Psíquicas, ni nada parecido. Pero hay navajas. —Pareció abrumado. —¿Lleva usted una navaja, Tisalver? —preguntó Dors. —¿Yo? —Él pareció realmente horrorizado—. Soy hombre de paz y este barrio es tranquilo. —Tenemos un par de ellas en casa —confesó Casilia—. No estamos tan seguros de que el vecindario sea tranquilo. —¿Tienen todos navajas? —insistió Dors. —Casi todo el mundo, doctora Venabili —afirmó Tisalver—. Es la costumbre. Aunque eso no significa que las utilicen. —Pero, en Billibotton, sí, me figuro —continuó Dors. —A veces, cuando se excitan, hay reyertas. —¿El Gobierno lo permite? Me refiero al Gobierno Imperial, claro. —A veces; intentan limpiar Billibotton, pero las navajas son demasiado fáciles de ocultar, y la costumbre está demasiado arraigada. Además, los que mueren son dahlitas casi siempre y no creo que el Gobierno Imperial se disguste por ello. —¿Y si el que muere es forastero? —Si se informara de ello, los Imperiales se excitarían. Lo que ocurre es que nadie ha visto nada, nadie sabe nada. Los Imperiales hacen redadas generales por principio, aunque jamás encuentran nada. Supongo que pensarían que la culpa la tenía el forastero por estar allá... Así que, no vaya a Billibotton, aunque tenga una navaja. Seldon movió la cabeza, obcecado. —No llevaría una navaja. No sé utilizarla con la debida habilidad. —Entonces, lo más sencillo, doctor Seldon, es: no vaya. —La voz de Tisalver sonó grave—. Manténgase fuera. —Tal vez no pueda hacerlo —porfió Seldon. Dors le dirigió una furibunda mirada, claramente fastidiada.

—¿Dónde se puede comprar una navaja? —preguntó a Tisalver—. ¿O pueden prestarnos una de las de ustedes? —No se prestan las navajas —saltó Casilia—. Tienen que comprarse las suyas. —Hay tiendas de navajas por todas partes —contestó Tisalver—. Se supone que no debieran existir. En teoría, son ilegales, ¿sabe? Pero las venden en cualquier tienda. Si ve una lavadora en el escaparate, no falla, allí las encontrará. —¿Cómo se llega a Billibotton? —preguntó Seldon. —Por expreso. —Tisalver miró a Dors con expresión dubitativa y preocupada. —¿Y una vez estemos en el expreso? —insistió Seldon. —Sitúense en el lado que va en dirección este y vigile los letreros. Pero si usted tiene que ir, doctor Seldon... —Tisalver titubeó—, no lleve a la doctora Venabili. Las mujeres, a veces..., son tratadas... peor. —No irá —declaró Seldon. —Me temo que sí —afirmó Dors con imperturbable decisión. 68 El bigote del encargado de la tienda de electrodomésticos debía ser tan frondoso como lo había sido en su juventud, pero se había vuelto gris, aunque su cabello seguía siendo negro. Se atusó el bigote por puro hábito mientras contemplaba a Dors y se lo cepilló hacia cada lado. —Usted no es dahlita —afirmó él. —No, pero sigo queriendo una navaja. —Va contra la ley vender navajas. —Pero yo no soy ni policía ni agente del Gobierno —repuso Dors—. Simplemente, voy a Billibotton. Él la contempló pensativo. —¿Sola? —Con mi amigo. —Señaló con el dedo por encima del hombro en dirección a Seldon, que la esperaba fuera, taciturno. —¿La compra para él? —Miró hacia Seldon y no tardó en decidir—: Tampoco es de aquí. Déjele que entre y se la compre sólito. —Tampoco es agente del Gobierno. Y la compro para mí. —Los forasteros están locos —dijo el comerciante, moviendo la cabeza—. Pero si usted quiere gastar unos créditos, se los aceptaré. —Buscó debajo del mostrador y sacó un mango, lo giró con un experto movimiento, y la hoja salió disparada. —¿Es la mayor que tiene? —Es la mejor navaja para mujer que se hace. —Muéstreme una navaja para hombre. —¿No querrá una que sea demasiado pesada? ¿Sabe cómo se usa una de estas cosas? —Lo aprenderé, y no me preocupa el peso. Enséñeme una navaja de hombre. —Bien, si quiere ver una... —Sonrió, buscó por otra parte del mostrador y sacó un mango más grueso. Lo giró, y lo que apareció era muy similar a una cuchilla de carnicero. Se la tendió, por el mango, sin dejar de sonreír. —Enséñeme cómo hace ese giro. Él lo hizo con otra navaja, girándola despacio hacia un lado para que la hoja apareciera; luego, en sentido contrario, para hacerla desaparecer. —Tuerza y apriete —dijo. —Vuelva a hacerlo, señor. El comerciante la obedeció. —Muy bien. Ahora, ciérrela y láncemela por el mango. Él lo hizo, en un lanzamiento lento hacia arriba. Dors la cogió en el aire y se la devolvió. —Más rápido —pidió. Él enarcó las oscuras cejas y entonces, sin previo aviso, la lanzó con fuerza hacia el lado izquierdo de Dors. Ésta no hizo el menor esfuerzo por cogerla con la mano derecha, sino que alargó la izquierda e hizo que la hoja apareciera a la vez; después, desapareció. El comerciante se quedó con la boca abierta. —¿Y es ésta la mayor que tiene?

sentido.<br />

—¿Hab<strong>la</strong> alguna vez de Tierra?<br />

—Lo ignoro. No me sorprendería.<br />

—La mención de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra Tierra no .le ha desconcertado. ¿Qué sabe usted de Tierra?<br />

Esta vez Tisalver pareció sorprendido.<br />

—Al parecer es el mundo de donde todo el mundo procede, doctor Seldon.<br />

—¿Al parecer? ¿No cree en ello?<br />

—¿Yo? Yo soy un hombre culto. Pero muchos ignorantes creen en ello.<br />

—¿Y hay libros sobre Tierra?<br />

—Los libros de cuentos para niños mencionan, a veces, a <strong>la</strong> Tierra. Me acuerdo de que cuando<br />

era pequeño, mi cuento favorito empezaba así: «Hace muchos años, érase una vez en <strong>la</strong> Tierra,<br />

cuando <strong>la</strong> Tierra era el único p<strong>la</strong>neta...» ¿Recuerdas, Casilia? También a ti te gustaba.<br />

Casilia se encogió de hombros y no pareció estar dispuesta a ceder... aún.<br />

—Me gustaría verlo algún día —dijo Seldon—, pero me refiero a verdaderos libros-pelícu<strong>la</strong>...,<br />

cultos..., o pelícu<strong>la</strong>s..., o láminas.<br />

—No he oído hab<strong>la</strong>r de ninguno, pero <strong>la</strong> biblioteca...<br />

—Lo buscaré... ¿Hay algún tabú sobre el tema de Tierra?<br />

—¿Qué es un tabú?<br />

—Bueno, es algo así como una arraigada costumbre de que no se hab<strong>la</strong> de Tierra, o que los<br />

forasteros pregunten sobre el<strong>la</strong>.<br />

Tisalver dio <strong>la</strong> impresión de tan sincero asombro que parecía inútil esperar una respuesta. Dors,<br />

entonces, intervino.<br />

—¿Hay alguna prohibición de que los forasteros vayan a Billibotton?<br />

—Ninguna prohibición, pero no es buena idea para cualquiera el ir allí. Yo no iría.<br />

—¿Por qué? —preguntó Dors.<br />

—Es peligroso. ¡Violento! Todo el mundo está armado... Bueno, Dahl es un lugar armado, pero en<br />

Billibotton utilizan <strong>la</strong>s armas. Quédese en este vecindario. Es más seguro.<br />

—Hasta ahora —dejó caer Casil<strong>la</strong>, ceñuda—. Sería mucho mejor que nos fuéramos. Hoy en día,<br />

los caloreros van a todas partes. —Y dirigió otra mirada torva en dirección a Seldon.<br />

—¿Qué quiere decir con eso de que Dahl es un lugar armado? Las reg<strong>la</strong>s Imperiales contra <strong>la</strong>s<br />

armas son muy severas.<br />

—Ya lo sé —repuso Tisalver—. Aquí no hay pisto<strong>la</strong>s que aturdan, ni porras, ni Sondas Psíquicas, ni<br />

nada parecido. Pero hay navajas. —Pareció abrumado.<br />

—¿Lleva usted una navaja, Tisalver? —preguntó Dors.<br />

—¿Yo? —Él pareció realmente horrorizado—. Soy hombre de paz y este barrio es tranquilo.<br />

—Tenemos un par de el<strong>la</strong>s en casa —confesó Casilia—. No estamos tan seguros de que el<br />

vecindario sea tranquilo.<br />

—¿Tienen todos navajas? —insistió Dors.<br />

—Casi todo el mundo, doctora Venabili —afirmó Tisalver—. Es <strong>la</strong> costumbre. Aunque eso no<br />

significa que <strong>la</strong>s utilicen.<br />

—Pero, en Billibotton, sí, me figuro —continuó Dors.<br />

—A veces, cuando se excitan, hay reyertas.<br />

—¿El Gobierno lo permite? Me refiero al Gobierno Imperial, c<strong>la</strong>ro.<br />

—A veces; intentan limpiar Billibotton, pero <strong>la</strong>s navajas son demasiado fáciles de ocultar, y <strong>la</strong><br />

costumbre está demasiado arraigada. Además, los que mueren son dahlitas casi siempre y no creo<br />

que el Gobierno Imperial se disguste por ello.<br />

—¿Y si el que muere es forastero?<br />

—Si se informara de ello, los Imperiales se excitarían. Lo que ocurre es que nadie ha visto nada,<br />

nadie sabe nada. Los Imperiales hacen redadas generales por principio, aunque jamás encuentran<br />

nada. Supongo que pensarían que <strong>la</strong> culpa <strong>la</strong> tenía el forastero por estar allá... Así que, no<br />

vaya a Billibotton, aunque tenga una navaja.<br />

Seldon movió <strong>la</strong> cabeza, obcecado.<br />

—No llevaría una navaja. No sé utilizar<strong>la</strong> con <strong>la</strong> debida habilidad.<br />

—Entonces, lo más sencillo, doctor Seldon, es: no vaya.<br />

—La voz de Tisalver sonó grave—. Manténgase fuera.<br />

—Tal vez no pueda hacerlo —porfió Seldon.<br />

Dors le dirigió una furibunda mirada, c<strong>la</strong>ramente fastidiada.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!