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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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Haz varias copias de todo esto. Separa una de el<strong>la</strong>s, sél<strong>la</strong><strong>la</strong> en una computadora oficial y colóca<strong>la</strong><br />

bajo custodia computerizada. Mi amiga, <strong>la</strong> doctora Venabili, puede meterte en <strong>la</strong> Universidad de<br />

Streeling sin previo examen y con algún tipo de beca. Tendrás que empezar por el principio<br />

y seguir cursos sobre otros temas además de <strong>la</strong>s matemáticas, pero...<br />

Amaryl ya había recobrado el aliento.<br />

—¿La Universidad de Streeling? ¡No me admitirán! —exc<strong>la</strong>mó.<br />

—¿Por qué no? Dors, ¿podrás arreg<strong>la</strong>rlo?<br />

—Estoy segura de que sí.<br />

—¡No, no podrá! —exc<strong>la</strong>mó Amaryl, sofocado—. No me admitirán. Soy de Dahl.<br />

—¿Y bien?<br />

—No quieren aceptar gente de Dahl.<br />

—¿De qué está hab<strong>la</strong>ndo? —preguntó Seldon a Dors.<br />

—No lo sé.<br />

—Viene de otro mundo, señora. ¿Cuánto tiempo lleva en Streeling?<br />

—Algo más de dos años, Amaryl.<br />

—¿Ha visto dahlitas allí alguna vez? ¿Bajitos, cabello rizado y negro, grandes bigotes...?<br />

—Hay estudiantes de todo tipo.<br />

—Pero no dahlitas. Fíjese bien <strong>la</strong> próxima vez que vaya.<br />

—¿Por qué no? —preguntó Seldon.<br />

—No les gustamos. Nuestro aspecto es diferente. Nuestros bigotes no les agradan.<br />

—Puedes afeitártelo... —La voz de Seldon se apagó ante <strong>la</strong> mirada furiosa del muchacho.<br />

—¡Nunca! ¿Por qué iba a hacerlo? Mi bigote es mi virilidad.<br />

—Sin embargo, te afeitas <strong>la</strong> barba. Y también es un signo de tu virilidad.<br />

—Para mi pueblo lo es el bigote.<br />

Seldon se quedó mirando a Dors.<br />

—Calvas, bigotes..., ¡qué locura! —murmuró.<br />

—¿Cómo? —preguntó Amaryl, furioso aún.<br />

—Nada. Dime qué otra cosa no les gusta de los dahlitas.<br />

—Inventan cosas desagradables: que olemos mal, que somos sucios. Dicen que robamos, que<br />

somos violentos. Dicen que somos tontos.<br />

—¿Y por qué dicen todo eso?<br />

—Porque no les cuesta nada decirlo y les hace sentirse mejores. C<strong>la</strong>ro que trabajando en los hoyos<br />

de calor nos ensuciamos y olemos. Si somos pobres y se nos reprime, algunos roban y se ponen<br />

violentos. Pero no ocurre igual con todos. ¿Qué me dice de esos rubiales del Sector Imperial<br />

que se creen los amos de <strong>la</strong> Ga<strong>la</strong>xia..., no, que son los amos de <strong>la</strong> Ga<strong>la</strong>xia? ¿No se enfurecen<br />

nunca? ¿No roban a veces? Si trabajaran en mi puesto, olerían como yo. Si tuvieran que vivir<br />

como yo, también se ensuciarían.<br />

—¿Quién niega que haya gente de todo tipo en todas partes? —dijo Seldon.<br />

—Nadie lo niega. Lo dan por sentado. Doctor Seldon, tengo que alejarme de Trantor. Aquí no<br />

voy a tener ninguna oportunidad, no podré ganar dinero, ni conseguir educarme, ni hacerme buen<br />

matemático, ni llegar a ser nada más que lo que dicen que soy..., algo que no vale nada.<br />

Esto último lo dijo frustrado..., desesperado. Seldon trató de razonar con él.<br />

—La persona a quien alquilo estas habitaciones es un dahlita. Tiene un trabajo limpio. Es un<br />

hombre educado.<br />

—¡C<strong>la</strong>ro! —exc<strong>la</strong>mó Amaryl con pasión—. Hay algunos. Se lo permiten a algunos para<br />

permitirse el lujo de decir luego que puede conseguirse. Y estos pocos pueden vivir limpiamente<br />

mientras no se muevan de Dahl. Deje que salgan y verá cómo los tratan. Mientras están aquí,<br />

piensan que son mejores que nadie, y a los demás nos tratan como si fuéramos basura. Eso les<br />

hace sentirse rubiales a sus propios ojos. ¿Qué hizo esa persona educada, <strong>la</strong> que le alqui<strong>la</strong><br />

estas habitaciones, cuando le dijo que iba a traer un calorero? ¿Cómo le dijo que iba a ser yo? No<br />

están en casa ahora... No han querido encontrarse en el mismo lugar que yo.<br />

Seldon se humedeció los <strong>la</strong>bios.<br />

—No me olvidaré de ti. Haré que puedas salir de Trantor para ingresar en mi propia<br />

Universidad de Helicón..., tan pronto como yo vuelva allí.<br />

—¿Me lo promete? ¿Me da su pa<strong>la</strong>bra de honor? ¿Aunque sea yo un dahlita?<br />

—El hecho de que seas un dahlita carece de importancia para mí. Lo que sí tiene importancia es<br />

que ya seas un matemático. Pero aún me cuesta entender lo que me estás diciendo. Me parece

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