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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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piernas.<br />

—Bien, joven, ¿para qué quería verme? —preguntó Seldon.<br />

—Porque es usted un matemático. Es el primer matemático que he visto en mi vida, de cerca,<br />

pudiendo casi tocarle.<br />

—Los matemáticos son como los demás.<br />

—No para mí, doctor..., doctor... Seldon.<br />

—Así me l<strong>la</strong>mo.<br />

Amaryl parecía encantado.<br />

—Por fin lo he recordado... Verá, yo también quiero ser matemático.<br />

—Está bien. ¿Qué te lo impide?<br />

—¿Hab<strong>la</strong> en serio? —preguntó ceñudo.<br />

—Presumo que algo te lo impide. Sí, hablo en serio.<br />

—Lo que me lo impide es haber nacido en Dahl, ser un calorero en Dahl. No tengo dinero para<br />

pagarme una educación ni puedo conseguir créditos para lograrlo. Me refiero a una educación de<br />

verdad. Lo único que me enseñaron fue a leer, a contar y a utilizar una computadora. Con eso, ya<br />

sabía lo suficiente para ser calorero. Pero yo quería algo más. Así que aprendí solo.<br />

—En cierto modo, es el mejor tipo de enseñanza. ¿Cómo lo hiciste?<br />

—Conocía una bibliotecaria. Estaba dispuesta a ayudarme. Era una mujer muy buena y me mostró<br />

cómo servirme de <strong>la</strong>s computadoras para aprender matemáticas. Me preparó un sistema de<br />

software que podía conectarme con otras bibliotecas. Iba todos los días libres y por <strong>la</strong>s mañanas,<br />

después de mi turno. A veces, dejaba que me encerrara en su despacho para que <strong>la</strong> gente<br />

que entraba y salía no me molestara, o me dejaba entrar cuando <strong>la</strong> biblioteca ya estaba cerrada al<br />

público. El<strong>la</strong> no sabía matemáticas, pero me ayudó todo lo que pudo. Era ya mayor, viuda.<br />

Quizá me consideraba como un hijo o algo así. El<strong>la</strong> no tenía familia.<br />

«Tal vez —pensó Seldon— intervenían otras emociones.» Apartó esa idea. No era asunto suyo.<br />

—Me gustaba <strong>la</strong> teoría de <strong>la</strong> numeración —explicó Amaryl—. Resolví algo de lo que aprendí por<br />

<strong>la</strong> computadora y libros-pelícu<strong>la</strong> que servían para aprender matemáticas.<br />

Y hallé cosas nuevas que no estaban en los libros.<br />

Seldon enarcó <strong>la</strong>s cejas.<br />

—Muy interesante. ¿Como qué?<br />

—He traído algo para que lo vea. Nunca se lo he enseñado a nadie. La gente que me rodea... —Se<br />

encogió de hombros—. Se reirían de mí o se enfadarían. Una vez intenté explicárselo a una chica<br />

que conocía, pero dijo que eran cosas de brujería y no quiso volver a verme. ¿Le parece bien<br />

que se lo enseñe?<br />

—Muy bien, puedes creerme.<br />

Seldon tendió <strong>la</strong> mano y Amaryl, después de vaci<strong>la</strong>r, le entregó <strong>la</strong> bolsa que había llevado<br />

consigo.<br />

Durante un buen rato, Seldon revisó los papeles de Amaryl. El trabajo era de una gran ingenuidad,<br />

mas él no dejó escapar <strong>la</strong> menor sonrisa. Repasó <strong>la</strong>s demostraciones, ninguna de <strong>la</strong>s cuales era<br />

nueva, c<strong>la</strong>ro..., o casi nueva, o mínimamente importante.<br />

Pero eso no tenía <strong>la</strong> menor importancia. Seldon levantó <strong>la</strong> mirada.<br />

—¿Lo has hecho tú solo todo esto?<br />

Amaryl, con expresión más que asustada, asintió con <strong>la</strong> cabeza. Seldon seleccionó unas páginas.<br />

—¿Qué te hizo pensar en esto? —Con el dedo señaló una línea de razonamiento matemático.<br />

Amaryl miró, frunció el ceño y reflexionó. Después, explicó lo que había pensado.<br />

Seldon lo escuchó con atención.<br />

—¿Leíste un libro de Anat Bigell? —preguntó.<br />

—¿Sobre <strong>la</strong> teoría de <strong>la</strong> numeración?<br />

—Su título era Deducción Matemática. No trataba de manera especial de <strong>la</strong> teoría de <strong>la</strong><br />

numeración.<br />

Amaryl sacudió <strong>la</strong> cabeza negativamente.<br />

—Jamás oí hab<strong>la</strong>r de él. Lo siento.<br />

—Hace trescientos años resolvió tu teorema.<br />

—No lo sabía —repuso Amaryl, que pareció abrumado.<br />

—C<strong>la</strong>ro que no lo sabías. Pero lo resolviste muy bien. No es riguroso, pero...<br />

—¿Qué quiere decir «riguroso»?<br />

—No importa —respondió Seldon, que reunió todos los papeles y volvió a meterlos en <strong>la</strong> bolsa—.

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