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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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Mrs. Tisalver pareció reflexionar.<br />

—Bueno, es muy considerado por su parte, pero no sólo se trata de dinero. Hay que tener en<br />

cuenta los vecinos. Un calorero sudado y maloliente...<br />

—Dudo de que, a <strong>la</strong>s catorce, él venga sudado y oliendo mal, señora, pero déjeme continuar. Puesto<br />

que el doctor Seldon tiene que verle, si no puede recibirle aquí, tendrá que ir a otra parte, y no<br />

podemos andar corriendo de un lugar a otro. Sería un gran inconveniente para nosotros. Por<br />

tanto, lo que vamos a hacer es buscar una habitación en otra parte. No será fácil, ni nos gustará<br />

hacerlo, pero no tendremos más remedio. Así que le pagaremos hasta hoy y nos iremos, y,<br />

desde luego, tendremos que explicarle a Mr. Hummin <strong>la</strong> razón que nos ha obligado a modificar el<br />

arreglo que con tanta amabilidad gestionó para nosotros.<br />

—Espere. —El rostro de <strong>la</strong> mujer era <strong>la</strong> imagen del cálculo—. No nos gustaría desagradar a<br />

Mr. Hummin..., o a ustedes dos. ¿Cuánto tiempo permanecerá ese individuo aquí?<br />

—Llegará a <strong>la</strong>s catorce. Empieza su trabajo a <strong>la</strong>s dieciséis. Por lo tanto, estará menos de dos<br />

horas, tal vez mucho menos. Le esperaremos fuera, ambos, y le acompañaremos a <strong>la</strong> habitación<br />

del doctor Seldon. Cualquier vecino que nos vea pensará que es un amigo nuestro, un forastero.<br />

La mujer movió <strong>la</strong> cabeza afirmativamente.<br />

—Sea como usted dice. Doble alquiler, hoy, por <strong>la</strong> habitación del doctor Seldon y el calorero lo<br />

visitará, mas sólo por hoy.<br />

—Sólo esta vez —aseguró Dors.<br />

Poco después, cuando Seldon y Dors estaban sentados en <strong>la</strong> alcoba de ésta, el<strong>la</strong> le preguntó:<br />

—¿Por qué tienes que verle, Hari? ¿Entrevistar a un calorero es también importante para <strong>la</strong><br />

psicohistoria?<br />

Seldon creyó detectar un ligero sarcasmo en <strong>la</strong> voz de Dors.<br />

—No tengo por qué basarlo todo en mi inmenso proyecto —se apresuró a protestar él—, en el que<br />

tengo puesta muy poca esperanza. También soy un ser humano con curiosidad humana. Hemos<br />

estado horas allá abajo, en los hoyos de calor y pudiste ver cómo eran los obreros. Gente,<br />

obviamente, sin educación. Individuos de bajo nivel (que conste que no estoy haciendo un juego<br />

de pa<strong>la</strong>bras); no obstante, uno de ellos me reconoció. Debió haberme visto en holovisión,<br />

cuando <strong>la</strong> Convención Decenal, y recordaba <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra «psicohistoria». No me parece normal, está<br />

por completo fuera de lugar..., y me gustaría hab<strong>la</strong>rle.<br />

—¿Porque agrada a tu vanidad ser conocido incluso por los caloreros de Dahl?<br />

—Sí..., quizá. Pero también porque despierta mi curiosidad.<br />

—¿Cómo sabes que no ha sido manipu<strong>la</strong>do y que se propone comprometerte igual que ha<br />

ocurrido en otras ocasiones?<br />

—No dejaré que pase sus dedos por mi cabello. En todo caso, nos hal<strong>la</strong>mos más preparados,<br />

ahora, ¿verdad? Además, estoy seguro de que te quedarás conmigo. Quiero decir, aunque me<br />

dejaste subir solo a Arriba, y me dejaste ir solo a <strong>la</strong>s microgranjas con Gota de Lluvia Cuarenta<br />

y Tres, no vas a dejarme solo ahora, ¿verdad?<br />

—Puedes estar absolutamente seguro de que no lo haré —prometió Dors.<br />

—Muy bien, yo hab<strong>la</strong>ré con el muchacho, y tú vigi<strong>la</strong>rás <strong>la</strong>s posibles trampas. Gozas de toda mi<br />

confianza.<br />

65<br />

Amaryl llegó unos minutos antes de <strong>la</strong>s catorce, un poco temeroso. Iba bien peinado y su<br />

frondoso bigote aparecía cepil<strong>la</strong>do y un poco retorcido en <strong>la</strong>s puntas. Su camiseta era de un<br />

b<strong>la</strong>nco deslumbrante. Olía, pero era un olor a fruta, que, sin duda, procedía del uso,<br />

ligeramente entusiasta, de perfume. Llevaba una bolsa.<br />

Seldon, que le había estado esperando fuera, lo cogió de un brazo, Dors del otro, y los tres<br />

entraron rápidamente en el ascensor. Habiendo llegado al nivel correcto, cruzaron el<br />

apartamento y entraron en <strong>la</strong> habitación de Seldon.<br />

—Nadie en casa, ¿eh? —comentó Amaryl con voz algo avergonzada.<br />

—Todo el mundo trabaja —respondió Seldon, imperturbable, y le indicó el único asiento de <strong>la</strong><br />

estancia, un almohadón en el suelo.<br />

—No —protestó Amaryl—, no lo necesito. Uno de ustedes dos puede usarlo. —Se sentó en el<br />

suelo con un gracioso movimiento.<br />

Dors lo imitó, sentándose al borde de <strong>la</strong> colchoneta de Seldon, pero éste se dejó caer con torpeza,<br />

teniendo que ayudarse con <strong>la</strong>s manos, incapaz de encontrar una postura cómoda para <strong>la</strong>s

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