09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots. La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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se desmandarían. Los inspectores fisgan por su cuenta sin que nadie de la Dirección los supervise. —Levantó los brazos y anunció—: Caloreros, he de presentarles a dos personas. Tenemos visitantes de fuera... Dos eruditos procedentes del mundo exterior. Sus mundos poseen poca energía y han venido para ver cómo lo hacemos en Dahl. Creen que podrán aprender algo. —¡Aprenderán a sudar! —gritó un calorero y fue coreado por las risas de los demás. —Ella tiene el pecho empapado de sudor cubierta como va —gritó también una mujer. Dors, también a gritos, respondió: —¡Me lo destaparía, pero no puedo competir con vosotras! Entonces, las risas se volvieron bien intencionadas. Un muchacho dio unos pasos hacia delante mirando a Seldon intensamente, con el rostro contraído, grave. —¡Lo conozco! ¡Usted es el matemático! Y se adelantó corriendo, mirando el rostro de Seldon con ansiosa solemnidad. En un gesto automático, Dors se colocó delante de Seldon y Lindor delante de ella, gritando: —¡Atrás, calorero! ¡Cuida tus modales! —¡Espere! Deje que me hable —exclamó Seldon—. ¿Por qué está todo el mundo delante de mí? —Si alguno de ellos se acerca —respondió en voz baja Lindor—, descubrirá que no huelen como flores de invernadero. —Lo aguantaré —cortó Seldon—. Joven, ¿qué es lo que desea? —Me llamo Amaryl. Yugo Amaryl. Le he visto a usted en holovisión. —Tal vez sí, ¿y qué? —No recuerdo su nombre. —Ni falta que le hace. —Habló de algo llamado la psicohistoria. —No sabe cuánto he deseado no haberlo hecho. —¿Cómo? —Nada. ¿Qué quiere? —Deseo hablar con usted. Sólo un momento. Ahora. Seldon miró a Lindor, quien sacudió la cabeza. —No, mientras está en su turno de trabajo. —¿Cuándo empieza su turno, Amaryl? —preguntó Seldon. —A las dieciséis. —¿Puede visitarme mañana a las catorce? —Ya lo creo. ¿Dónde? Seldon se volvió a Tisalver. —¿Me permitirá que lo vea en su casa? —No es necesario —repuso Tisalver, que parecía muy disgustado—. No es más que un calorero. —Me ha reconocido. Sabe algo de mí. No puede ser un cualquiera. Lo recibiré en mi habitación. Mí habitación —repitió, al ver que el rostro de Tisalver seguía preocupado—, por la que usted recibe un alquiler. Además, a esa hora estará en su trabajo, fuera de casa. —No es por mí, doctor Seldon —confesó en voz baja Tisalver—. Es por mi mujer, por Casilia. Ella no lo permitirá. —Yo le hablaré. Tendrá que permitirlo. 64 Casilia Tisalver desorbitó los ojos —¿Un calorero? En mi casa, no. —¿Por qué no? Además, vendrá a mi habitación. A las catorce en punto. —¡No pienso tolerarlo! —insistió Mrs. Tisalver—. Esto es lo que ocurre por bajar a los hoyos de calor. Jirad es un imbécil. —En absoluto, señora. Bajamos porque yo lo pedí y nos quedamos fascinados. Debo ver a ese joven, pues es necesario para mi trabajo de erudición. —Siento que sea así, pero no lo permitiré. Dors Venabili alzó la mano. —Hari, deja que lo resuelva yo. Mrs. Tisalver, si el doctor Seldon debe ver a alguien esta tarde, en su habitación, la persona de más implica un pago adicional. Nos damos cuenta. Por hoy, pues, el alquiler de la habitación del doctor Seldon, costará el doble.

Mrs. Tisalver pareció reflexionar. —Bueno, es muy considerado por su parte, pero no sólo se trata de dinero. Hay que tener en cuenta los vecinos. Un calorero sudado y maloliente... —Dudo de que, a las catorce, él venga sudado y oliendo mal, señora, pero déjeme continuar. Puesto que el doctor Seldon tiene que verle, si no puede recibirle aquí, tendrá que ir a otra parte, y no podemos andar corriendo de un lugar a otro. Sería un gran inconveniente para nosotros. Por tanto, lo que vamos a hacer es buscar una habitación en otra parte. No será fácil, ni nos gustará hacerlo, pero no tendremos más remedio. Así que le pagaremos hasta hoy y nos iremos, y, desde luego, tendremos que explicarle a Mr. Hummin la razón que nos ha obligado a modificar el arreglo que con tanta amabilidad gestionó para nosotros. —Espere. —El rostro de la mujer era la imagen del cálculo—. No nos gustaría desagradar a Mr. Hummin..., o a ustedes dos. ¿Cuánto tiempo permanecerá ese individuo aquí? —Llegará a las catorce. Empieza su trabajo a las dieciséis. Por lo tanto, estará menos de dos horas, tal vez mucho menos. Le esperaremos fuera, ambos, y le acompañaremos a la habitación del doctor Seldon. Cualquier vecino que nos vea pensará que es un amigo nuestro, un forastero. La mujer movió la cabeza afirmativamente. —Sea como usted dice. Doble alquiler, hoy, por la habitación del doctor Seldon y el calorero lo visitará, mas sólo por hoy. —Sólo esta vez —aseguró Dors. Poco después, cuando Seldon y Dors estaban sentados en la alcoba de ésta, ella le preguntó: —¿Por qué tienes que verle, Hari? ¿Entrevistar a un calorero es también importante para la psicohistoria? Seldon creyó detectar un ligero sarcasmo en la voz de Dors. —No tengo por qué basarlo todo en mi inmenso proyecto —se apresuró a protestar él—, en el que tengo puesta muy poca esperanza. También soy un ser humano con curiosidad humana. Hemos estado horas allá abajo, en los hoyos de calor y pudiste ver cómo eran los obreros. Gente, obviamente, sin educación. Individuos de bajo nivel (que conste que no estoy haciendo un juego de palabras); no obstante, uno de ellos me reconoció. Debió haberme visto en holovisión, cuando la Convención Decenal, y recordaba la palabra «psicohistoria». No me parece normal, está por completo fuera de lugar..., y me gustaría hablarle. —¿Porque agrada a tu vanidad ser conocido incluso por los caloreros de Dahl? —Sí..., quizá. Pero también porque despierta mi curiosidad. —¿Cómo sabes que no ha sido manipulado y que se propone comprometerte igual que ha ocurrido en otras ocasiones? —No dejaré que pase sus dedos por mi cabello. En todo caso, nos hallamos más preparados, ahora, ¿verdad? Además, estoy seguro de que te quedarás conmigo. Quiero decir, aunque me dejaste subir solo a Arriba, y me dejaste ir solo a las microgranjas con Gota de Lluvia Cuarenta y Tres, no vas a dejarme solo ahora, ¿verdad? —Puedes estar absolutamente seguro de que no lo haré —prometió Dors. —Muy bien, yo hablaré con el muchacho, y tú vigilarás las posibles trampas. Gozas de toda mi confianza. 65 Amaryl llegó unos minutos antes de las catorce, un poco temeroso. Iba bien peinado y su frondoso bigote aparecía cepillado y un poco retorcido en las puntas. Su camiseta era de un blanco deslumbrante. Olía, pero era un olor a fruta, que, sin duda, procedía del uso, ligeramente entusiasta, de perfume. Llevaba una bolsa. Seldon, que le había estado esperando fuera, lo cogió de un brazo, Dors del otro, y los tres entraron rápidamente en el ascensor. Habiendo llegado al nivel correcto, cruzaron el apartamento y entraron en la habitación de Seldon. —Nadie en casa, ¿eh? —comentó Amaryl con voz algo avergonzada. —Todo el mundo trabaja —respondió Seldon, imperturbable, y le indicó el único asiento de la estancia, un almohadón en el suelo. —No —protestó Amaryl—, no lo necesito. Uno de ustedes dos puede usarlo. —Se sentó en el suelo con un gracioso movimiento. Dors lo imitó, sentándose al borde de la colchoneta de Seldon, pero éste se dejó caer con torpeza, teniendo que ayudarse con las manos, incapaz de encontrar una postura cómoda para las

se desmandarían. Los inspectores fisgan por su cuenta sin que nadie de <strong>la</strong> Dirección los<br />

supervise. —Levantó los brazos y anunció—: Caloreros, he de presentarles a dos personas. Tenemos<br />

visitantes de fuera... Dos eruditos procedentes del mundo exterior. Sus mundos poseen poca<br />

energía y han venido para ver cómo lo hacemos en Dahl. Creen que podrán aprender algo.<br />

—¡Aprenderán a sudar! —gritó un calorero y fue coreado por <strong>la</strong>s risas de los demás.<br />

—El<strong>la</strong> tiene el pecho empapado de sudor cubierta como va —gritó también una mujer.<br />

Dors, también a gritos, respondió:<br />

—¡Me lo destaparía, pero no puedo competir con vosotras!<br />

Entonces, <strong>la</strong>s risas se volvieron bien intencionadas.<br />

Un muchacho dio unos pasos hacia de<strong>la</strong>nte mirando a Seldon intensamente, con el rostro<br />

contraído, grave.<br />

—¡Lo conozco! ¡Usted es el matemático!<br />

Y se ade<strong>la</strong>ntó corriendo, mirando el rostro de Seldon con ansiosa solemnidad. En un gesto<br />

automático, Dors se colocó de<strong>la</strong>nte de Seldon y Lindor de<strong>la</strong>nte de el<strong>la</strong>, gritando:<br />

—¡Atrás, calorero! ¡Cuida tus modales!<br />

—¡Espere! Deje que me hable —exc<strong>la</strong>mó Seldon—. ¿Por qué está todo el mundo de<strong>la</strong>nte de mí?<br />

—Si alguno de ellos se acerca —respondió en voz baja Lindor—, descubrirá que no huelen como<br />

flores de invernadero.<br />

—Lo aguantaré —cortó Seldon—. Joven, ¿qué es lo que desea?<br />

—Me l<strong>la</strong>mo Amaryl. Yugo Amaryl. Le he visto a usted en holovisión.<br />

—Tal vez sí, ¿y qué?<br />

—No recuerdo su nombre.<br />

—Ni falta que le hace.<br />

—Habló de algo l<strong>la</strong>mado <strong>la</strong> psicohistoria.<br />

—No sabe cuánto he deseado no haberlo hecho.<br />

—¿Cómo?<br />

—Nada. ¿Qué quiere?<br />

—Deseo hab<strong>la</strong>r con usted. Sólo un momento. Ahora.<br />

Seldon miró a Lindor, quien sacudió <strong>la</strong> cabeza.<br />

—No, mientras está en su turno de trabajo.<br />

—¿Cuándo empieza su turno, Amaryl? —preguntó Seldon.<br />

—A <strong>la</strong>s dieciséis.<br />

—¿Puede visitarme mañana a <strong>la</strong>s catorce?<br />

—Ya lo creo. ¿Dónde?<br />

Seldon se volvió a Tisalver.<br />

—¿Me permitirá que lo vea en su casa?<br />

—No es necesario —repuso Tisalver, que parecía muy disgustado—. No es más que un calorero.<br />

—Me ha reconocido. Sabe algo de mí. No puede ser un cualquiera. Lo recibiré en mi habitación.<br />

Mí habitación —repitió, al ver que el rostro de Tisalver seguía preocupado—, por <strong>la</strong> que usted<br />

recibe un alquiler. Además, a esa hora estará en su trabajo, fuera de casa.<br />

—No es por mí, doctor Seldon —confesó en voz baja Tisalver—. Es por mi mujer, por Casilia.<br />

El<strong>la</strong> no lo permitirá.<br />

—Yo le hab<strong>la</strong>ré. Tendrá que permitirlo.<br />

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Casilia Tisalver desorbitó los ojos<br />

—¿Un calorero? En mi casa, no.<br />

—¿Por qué no? Además, vendrá a mi habitación. A <strong>la</strong>s catorce en punto.<br />

—¡No pienso tolerarlo! —insistió Mrs. Tisalver—. Esto es lo que ocurre por bajar a los hoyos de<br />

calor. Jirad es un imbécil.<br />

—En absoluto, señora. Bajamos porque yo lo pedí y nos quedamos fascinados. Debo ver a ese<br />

joven, pues es necesario para mi trabajo de erudición.<br />

—Siento que sea así, pero no lo permitiré.<br />

Dors Venabili alzó <strong>la</strong> mano.<br />

—Hari, deja que lo resuelva yo. Mrs. Tisalver, si el doctor Seldon debe ver a alguien esta<br />

tarde, en su habitación, <strong>la</strong> persona de más implica un pago adicional. Nos damos cuenta. Por<br />

hoy, pues, el alquiler de <strong>la</strong> habitación del doctor Seldon, costará el doble.

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