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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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son los puestos mejor pagados de Dahl, y ésa es <strong>la</strong> única razón de que trabajen aquí. Así y todo,<br />

cada vez es más difícil conseguir boyeros de calor... —Respiró profundamente—. Bien,<br />

metámonos en <strong>la</strong> sopa.<br />

Se quitó <strong>la</strong> camiseta y se <strong>la</strong> colgó del cinturón. Tisalver hizo lo mismo y Seldon los imitó. Lindor<br />

echó una mirada a Dors.<br />

—Para su mayor comodidad, señora, aunque no es obligatorio...<br />

—De acuerdo. —El<strong>la</strong> se quitó <strong>la</strong> camiseta también.<br />

Su sostén era b<strong>la</strong>nco, sencillo y muy escotado.<br />

—Señora —protestó Lindor—, eso no... —Reflexionó un instante, se encogió de hombros y<br />

terminó—: Bien, amonios.<br />

Al principio, Seldon vio sólo computadoras y maquinaria, grandes tuberías, luces parpadeantes y<br />

pantal<strong>la</strong>s deslumbrantes.<br />

La luz general era re<strong>la</strong>tivamente baja, aunque <strong>la</strong>s secciones individuales de <strong>la</strong> maquinaria estaban<br />

iluminadas. Seldon elevó <strong>la</strong> mirada a <strong>la</strong> casi oscuridad.<br />

—¿Por qué no hay mejor iluminación? —preguntó.<br />

—La iluminación está bien..., como debe estarlo. —La voz de Lindor era bien modu<strong>la</strong>da, y<br />

hab<strong>la</strong>ba de prisa, aunque tajante—. La iluminación general se mantiene baja por razones<br />

psicológicas. Si <strong>la</strong> luz es muy potente, mentalmente, <strong>la</strong> transforman en calor. Nos llegan quejas<br />

cuando aumentamos <strong>la</strong> luz, incluso aunque disminuyamos <strong>la</strong> temperatura.<br />

—La computarización parece perfecta —observó Dors—. No entiendo por qué todas <strong>la</strong>s<br />

operaciones no son confiadas a <strong>la</strong> computadora. Este tipo de ambiente está hecho para <strong>la</strong><br />

inteligencia artificial.<br />

—Tiene toda <strong>la</strong> razón —asintió Lindor—, pero tampoco podemos arriesgarnos a tener fallos.<br />

Necesitamos gente en el punto donde puede presentarse alguno. Una computadora que deja de<br />

funcionar bien puede crear problemas a dos mil kilómetros de distancia.<br />

—También puede hacerlo el error humano, ¿no es verdad? —sugirió Seldon.<br />

—Sí, pero con computadoras y seres humanos trabajando a un tiempo en lo mismo, el error de <strong>la</strong><br />

computadora puede ser detectado y corregido rápidamente por <strong>la</strong>s personas, y a <strong>la</strong> inversa, el<br />

error humano puede ser detectado de inmediato por <strong>la</strong>s computadoras. Todo ello se resume en<br />

que no puede ocurrir nada grave a menos que el error humano y el de <strong>la</strong> computadora tenga lugar<br />

en el mismo instante. Y eso es prácticamente imposible que ocurra.<br />

—Casi nunca, pero nunca... Las computadoras no son lo que solían, y <strong>la</strong> gente tampoco.<br />

—Eso es lo que parece siempre —rió Seldon.<br />

—No, no. No hablo por hab<strong>la</strong>r. No me refiero a los buenos viejos tiempos. Estoy hab<strong>la</strong>ndo de<br />

estadísticas.<br />

Seldon recordó entonces que Hummin le había hab<strong>la</strong>do de <strong>la</strong> degeneración de los tiempos.<br />

—¿Ve a lo que me refiero? —dijo Lindor bajando <strong>la</strong> voz—. Allí hay un grupo de personas, que<br />

por su aspecto parecen de nivel C.3, bebiendo. Ni uno solo de ellos está en su puesto.<br />

—¿Qué están bebiendo? —preguntó Dors.<br />

—Fluidos especiales para remp<strong>la</strong>zar <strong>la</strong> pérdida electrolítica. Zumo de frutas.<br />

—Entonces, no puede censurarles, ¿verdad? —exc<strong>la</strong>mó Dors, indignada—. Con tanto calor seco, es<br />

necesario beber.<br />

—¿Sabe cuánto tiempo pierde un especialista C.3 con <strong>la</strong> bebida? Y no podemos hacer nada. Si los<br />

autorizáramos a beber pero los atosigáramos para que no se agruparan todos al mismo<br />

tiempo, provocaríamos una rebelión.<br />

Entretanto, iban acercándose al grupo. Había hombres y mujeres (<strong>la</strong> sociedad de Dahl parecía más<br />

o menos ambisexual) y ambos sexos iban sin camisa. Las mujeres llevaban unas prendas que<br />

podían l<strong>la</strong>marse sostenes, pero que eran estrictamente funcionales. Servían para elevar los senos,<br />

lo que facilitaba <strong>la</strong> respiración y limitaba el sudor, mas no servían para cubrir nada.<br />

—Eso es sensato —dijo Dors a Seldon en un aparte—. Yo ya estoy empapada.<br />

—Quítate el sostén, si así lo deseas. Yo no levantaré un dedo para impedírtelo.<br />

—Me figuraba que iba a ser así —murmuró el<strong>la</strong>, y dejó el sostén donde estaba.<br />

Cuando se encontraban junto al grupo de personas congregadas..., una docena más o menos,<br />

Dors advirtió:<br />

—Si alguno de ellos hace un comentario grosero, dejadle, sobreviviré.<br />

—Gracias —susurró Lindor—. No puedo prometerle que no lo hagan... Pero no tendré más<br />

remedio que presentarles. Si llegaran a imaginar que ambos son inspectores acompañados por mí,

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