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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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—¡Déjate de títulos! ¿Se negó el Gran Anciano?<br />

—Por el contrario, Sire, aceptó. El matemático Seldon cayó limpiamente en <strong>la</strong> trampa.<br />

—¿Entonces?<br />

—Se le permitió salir indemne.<br />

—¿Por qué? —exc<strong>la</strong>mó Cleon, indignado.<br />

—No estoy seguro, Sire, pero sospecho que alguien se nos ade<strong>la</strong>ntó.<br />

—¿Quién? ¿El alcalde de Wye?<br />

—Es posible, Sire, aunque lo dudo. Tengo a Wye bajo vigi<strong>la</strong>ncia continua. Si hubieran conseguido<br />

al matemático, yo lo sabría.<br />

El Emperador no se limitó a fruncir el ceño, se mostró c<strong>la</strong>ramente enfurecido.<br />

—Demerzel, no me gusta. Estoy muy disgustado. Un fracaso como éste me hace pensar en que<br />

quizás has dejado de ser el hombre que eras. ¿Qué medidas vamos a tomar contra Mycogen por<br />

esta c<strong>la</strong>ra desobediencia a los deseos del Emperador?<br />

Demerzel se inclinó profundamente ante <strong>la</strong> tormenta desatada.<br />

—Cometeríamos un error al castigar a Mycogen ahora, Sire —dijo con tono cortante—. El<br />

malestar subsiguiente sería como hacerle el juego a Wye.<br />

—¡Debemos hacer algo!<br />

—Quizá no, Sire. No es tan malo como parece,<br />

—¿Cómo puede no ser tan malo como parece?<br />

—Recordaréis, Sire, que este matemático estaba convencido de que <strong>la</strong> psicohistoria no era<br />

práctica.<br />

—C<strong>la</strong>ro que lo recuerdo, pero eso no importa, ¿verdad? Para lo que nos proponemos...<br />

—Puede que no. Pero si consiguiera hacer<strong>la</strong> práctica, serviría nuestros propósitos infinitamente<br />

mejor, Sire. Y por lo que me he enterado, el matemático está tratando ahora de conseguir que<br />

<strong>la</strong> psicohistoria sea práctica. He sabido que su acto b<strong>la</strong>sfemo en Mycogen fue parte de un<br />

intento suyo por resolver el problema de <strong>la</strong> psicohistoria. Nos será más útil si lo prendemos<br />

cuando esté a punto de alcanzar su meta o <strong>la</strong> haya alcanzado ya.<br />

—No, si Wye se apodera de él antes<br />

—Me ocuparé de que eso no ocurra.<br />

—¿Del mismo modo que lograste sacar al matemático de Mycogen hace poco?<br />

—La próxima vez no cometeré ningún error, Sire —afirmó fríamente Demerzel.<br />

—Mejor que no lo olvides, Demerzel. No toleraré ningún otro fallo. —Y en tono malhumorado<br />

añadió—: Creo que no podré dormir esta noche, después de todo.<br />

62<br />

Jirad Tisalver, del Sector de Dahl, era bajo. Su cabeza llegaba a <strong>la</strong> altura de <strong>la</strong> nariz de<br />

Seldon. No obstante, no parecía que ese detalle le preocupara demasiado. Sus facciones eran<br />

regu<strong>la</strong>res, hermosas, sonreía con facilidad, tenía los cabellos muy rizados y lucía un frondoso<br />

bigote negro.<br />

Vivía con su esposa y una hija pequeña en un apartamento de siete pequeñas habitaciones,<br />

escrupulosamente limpias, pero vacías de mobiliario.<br />

—Les ruego me perdonen —dijo Tisalver—, doctor Seldon y doctora Venabili, por no<br />

proporcionarles el lujo a que deben estar acostumbrados, pero Dahl es un Sector pobre y no<br />

me encuentro entre los más favorecidos de nuestro pueblo.<br />

—Tanto más debemos excusarnos —respondió Seldon— por imponerles el peso de nuestra<br />

presencia.<br />

—Ningún peso, doctor Seldon. El Maestro Hummin ha accedido a pagarnos generosamente por el<br />

uso de nuestra humilde vivienda y los créditos serían bien recibidos incluso si ustedes no<br />

fueran..., pero lo son.<br />

Seldon recordó <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de despedida de Hummin, después, de que, por fin, llegaran a Dahl.<br />

—Seldon —le había dicho—, éste es el tercer lugar que te he buscado como santuario. Los dos<br />

primeros estaban, eso era evidente, fuera del alcance del Imperio, lo que bien pudo haber<br />

l<strong>la</strong>mado su atención; después de todo, eran lugares lógicos. Éste es diferente: pobre,<br />

insignificante y, en realidad, poco seguro, según se mire. No es un refugio natural para ti, de modo<br />

que el Emperador y su Jefe de Estado Mayor no pensarán buscarte en esta dirección. ¿Te<br />

importaría, por esta vez, no meterte en líos?<br />

—Lo intentaré, Hummin —contestó Seldon, algo ofendido—. Por favor, te ruego que no pienses

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