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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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emperadores se habían arreg<strong>la</strong>do por un tiempo, en cierto modo.<br />

Pero Cleon no podía. Necesitaba a Demerzel. De hecho, ahora que había pensado en el asesinato,<br />

en vista de <strong>la</strong> historia moderna del Imperio, era inevitable que se le ocurriera, y se daba perfecta<br />

cuenta de que le resultaba imposible deshacerse de Demerzel. No podía hacerlo. Por mucha<br />

inteligencia que él, Cleon, tratara de poner en el asunto, Demerzel se le anticiparía de un<br />

modo u otro (estaba seguro), se enteraría de lo que se le caía encima, y organizaría con<br />

superior inteligencia, un golpe pa<strong>la</strong>ciego. Cleon estaría muerto mucho antes de que Demerzel<br />

pudiera ser encadenado y sacado de allí. Otro Emperador, a quien Demerzel serviría (y<br />

dominaría), le sucedería.<br />

¿O se cansaría Demerzel del juego y se convertiría a sí mismo en Emperador?<br />

¡Jamás! El hábito del anonimato estaba demasiado arraigado en él. Si Demerzel se exponía al<br />

mundo, sus poderes, su sabiduría, su suerte (fuera <strong>la</strong> que fuese) lo abandonarían. Cleon estaba<br />

convencido de ello. Lo sentía más allá de cualquier controversia.<br />

Así que mientras Cleon se portara bien, estaba seguro. Sin ambición personal, Demerzel lo<br />

serviría con fidelidad.<br />

Y ahí llegaba Demerzel, vestido tan sobria y severamente que hacía sentir incómodo a Cleon con el<br />

exceso de adornos en su ropa de ceremonia, despojado de el<strong>la</strong>, por fortuna, con <strong>la</strong> ayuda de dos<br />

servidores. Desde luego, nunca, hasta que él se encontraba solo y desvestido, aparecía Demerzel.<br />

—Demerzel —anunció el Emperador de toda <strong>la</strong> Ga<strong>la</strong>xia—, ¡estoy cansado!<br />

—Las recepciones oficiales son agotadoras, Sire —murmuró Demerzel.<br />

—¿Por qué tengo que soportar<strong>la</strong>s todas <strong>la</strong>s tardes?<br />

—No todas <strong>la</strong>s tardes, pero son esenciales. A los demás les gusta veros y que os fijéis en ellos.<br />

Ayuda a mantener el Imperio sobre ruedas bien engrasadas.<br />

—El Imperio solía rodar sin tropiezos por el poder —protestó el Emperador, sombrío—.<br />

Ahora, hay que mantenerle con una sonrisa, un gesto de <strong>la</strong> mano, una pa<strong>la</strong>bra en voz baja, una<br />

medal<strong>la</strong> o una p<strong>la</strong>ca.<br />

—Si todo esto sirve para mantener <strong>la</strong> paz, Sire, bienvenido sea. Y vuestro reinado continúa sin<br />

problemas.<br />

—Ya sabes <strong>la</strong> razón: te tengo a mi <strong>la</strong>do. Mi único don real es darme cuenta de tu importancia...<br />

—murmuró mientras miraba de sos<strong>la</strong>yo a Demerzel—. Mi hijo no necesita ser mi heredero. Es<br />

un muchacho sin talento. ¿Y si hiciera de ti mi heredero?<br />

Demerzel le cortó en seco, g<strong>la</strong>cial.<br />

—Eso es impensable, Sire. Jamás usurparía el trono. Nunca se lo arrebataría a vuestro legítimo<br />

heredero. Además, si os he desagradado, castigadme con justicia. Estoy seguro de que nada de lo<br />

que haya hecho o podido hacer merece el castigo de hacer de mí un Emperador.<br />

Cleon se echó a reír.<br />

—Por esta dec<strong>la</strong>ración sincera del valor del Trono Imperial, Demerzel, abandono toda idea de<br />

castigarte. Vamos, hablemos sobre algo. Me gustaría dormir, pero no me veo aún con ánimo para<br />

aguantar <strong>la</strong> ceremonia con que me acuestan. Hablemos.<br />

—¿De qué, Sire?<br />

—De cualquier cosa... ¡Del matemático y su psicohistoria! ¿Sabes que pienso en él de vez en<br />

cuando? Hoy me vino a <strong>la</strong> mente a <strong>la</strong> hora de <strong>la</strong> cena. Me dije: «¿Y si un análisis psicohistórico<br />

predijera un método para hacer posible seguir siendo emperador sin todas estas interminables<br />

ceremonias?<br />

—Creo, Sire, que ni el más inteligente psicohistoriador podría conseguir algo así.<br />

—Bueno, pues cuéntame <strong>la</strong>s últimas noticias. ¿Está escondido aún entre aquellos peculiares calvos<br />

de Mycogen? Me prometiste que lo sacarías de allí.<br />

—Lo hice, Sire, y actué en aquel<strong>la</strong> dirección, pero <strong>la</strong>mento deciros que he fracasado.<br />

—¿Fracasado? —El Emperador se permitió fruncir el ceño—. No me gusta.<br />

—Ni a mí, Sire. P<strong>la</strong>neé hacer que se animara al matemático a cometer algún acto b<strong>la</strong>sfemo (en<br />

Mycogen es fácil cometerlos, en especial un forastero...), uno que requiriera un severo castigo.<br />

Entonces, el matemático se vería obligado a ape<strong>la</strong>r al Emperador y, como resultado, nos<br />

apoderaríamos de él. Lo preparé a costa de pequeñas concesiones por nuestra parte, importantes<br />

para Mycogen, sin <strong>la</strong> menor importancia para nosotros; además, decidí no participar<br />

directamente en el arreglo. Había que obrar con sutileza.<br />

—En efecto —dijo Cleon—, y fracasaste. Acaso el alcalde de Mycogen...<br />

—Se le l<strong>la</strong>ma el Gran Anciano, Sire.

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