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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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que quedarte sin nada.<br />

Después de un silencio, Amo del Sol Catorce suspiró.<br />

—No sé cómo lo haces, miembro de tribu Hummin, pero en todas <strong>la</strong>s ocasiones en que nos vemos,<br />

me convences de que haga algo que, realmente, no quiero hacer.<br />

—¿Te he aconsejado mal alguna vez, Gran Anciano?<br />

—¿Me has ofrecido alguna vez <strong>la</strong> más mínima oportunidad?<br />

—¿Y tan inmensa posible recompensa? Una equilibra <strong>la</strong> otra.<br />

—Tienes razón —asintió Amo del Sol—. Llévate a estos dos, sácalos de Mycogen y no permitas<br />

que vuelva a verles nunca más, a menos que llegue el día en que... Pero, seguro que yo no lo<br />

veré.<br />

—Quizá no, Gran Anciano. Pero tu pueblo lleva casi veinte mil años esperando, paciente. ¿Te<br />

importaría, pues, esperar, quizás, otros doscientos?<br />

—Yo no querría esperar ni un instante, pero mi pueblo esperará todo lo que deba... —y se puso en<br />

pie—. Despejaré el camino. ¡Cógelos y márchate!<br />

60<br />

Por fin volvían a estar en un túnel. Hummin y Seldon ya habían viajado por uno cuando se<br />

tras<strong>la</strong>daron del Sector Imperial a <strong>la</strong> Universidad de Streeling. Ahora, se encontraban en otro túnel,<br />

yendo de Mycogen a..., Seldon no sabía dónde. No se atrevió a preguntar. El rostro de Hummin<br />

parecía tal<strong>la</strong>do en granito y no parecía desear conversación.<br />

Hummin estaba sentado de<strong>la</strong>nte, con nadie a su derecha. Seldon y Dors compartían el asiento<br />

trasero.<br />

Seldon esbozó una sonrisa y miró a Dors que parecía malhumorada.<br />

—Me encanta llevar ropas normales, ¿y a ti?<br />

—Nunca más llevaré o miraré nada que se parezca a una kirtle —dec<strong>la</strong>ró Dors con<br />

sinceridad—. Y jamás, en ninguna circunstancia, me pondré un cubrecabeza. La verdad es que<br />

me sentiré incómoda siempre que vea a un hombre calvo, aunque sea calvo de por sí.<br />

Y fue <strong>la</strong> propia Dors quien, finalmente, formuló <strong>la</strong> pregunta que Seldon no se había atrevido a<br />

hacer:<br />

—Chetter —exc<strong>la</strong>mó con petu<strong>la</strong>ncia—, ¿por qué no nos quieres decir dónde vamos?<br />

Hummin se <strong>la</strong>deó y miró a Dors y Seldon con gravedad:<br />

—A un lugar donde os resulte difícil meteros en apuros..., aunque no estoy seguro de que<br />

exista tal lugar.<br />

Dors se sintió apabul<strong>la</strong>da.<br />

—En realidad, Chetter, ha sido culpa mía. En Streeling, dejé que Seldon subiera a Arriba sin<br />

acompañarle. En Mycogen le acompañé, pero no debí haberle dejado entrar en el Sacratorium.<br />

—Estaba decidido a entrar. No fue en absoluto culpa de Dors.<br />

Hummin no hizo el menor esfuerzo por sumarse a <strong>la</strong> censura.<br />

—Deduzco que querías ver el robot —dijo—. ¿Había alguna razón, para ello? ¿Puedes<br />

explicármelo?<br />

Seldon sintió que se ruborizaba.<br />

—Estaba equivocado a este respecto, Hummin. No vi lo que esperaba. De haber conocido el<br />

contenido del «nido», no me hubiera molestado en ir. Llámalo un completo chasco.<br />

—Pero, bueno, Seldon, ¿qué era lo que esperabas ver? Por favor, dímelo. Tómate el tiempo que<br />

necesites. El trayecto será <strong>la</strong>rgo y estoy dispuesto a escucharte.<br />

—El caso es, Hummin, que tenía <strong>la</strong> idea de que había habido robots, humanoides, de <strong>la</strong>rga<br />

vida; que uno de ellos, por lo menos, podía seguir vivo y encontrarse en el «nido». Y sí que<br />

lo había, pero era metálico, estaba muerto, y era sólo un símbolo. De haber sabido...<br />

—Lo sé. Si todos conociéramos todos los datos, <strong>la</strong>s preguntas no serían necesarias, ni <strong>la</strong><br />

investigación de cualquier tipo. ¿Dónde conseguiste <strong>la</strong> información sobre los robots humanoides?<br />

Dado que ningún mycogenio lo hubiera discutido contigo, sólo se me ocurre una fuente. El Libro<br />

mycogenio..., un poderoso libro-impreso en antiguo aurorano y galáctico moderno..¿Estoy en lo<br />

cierto?<br />

—Sí.<br />

—¿Cómo conseguiste un ejemp<strong>la</strong>r?<br />

—Es algo embarazoso —murmuró Seldon tras una corta pausa.<br />

—No me turbo con facilidad, Seldon.

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