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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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Ésta cedió con silenciosa rapidez y Seldon dio un paso atrás, sorprendido por <strong>la</strong> gran c<strong>la</strong>ridad<br />

que había dentro.<br />

Y allí, frente a él, con los ojos llenos de luz, los brazos a medio alzar, un pie más avanzado<br />

que el otro, resp<strong>la</strong>ndeciendo con un brillo metálico ligeramente amarillento, había una figura<br />

humana. Por un momento le pareció que vestía una túnica ceñida, pero al fijarse mejor se puso de<br />

manifiesto que <strong>la</strong> túnica formaba parte de <strong>la</strong> estructura del objeto.<br />

—¡Es el robot! —exc<strong>la</strong>mó Seldon, impresionado—, pero es metálico.<br />

—Mucho peor que eso —dijo Dors, quien había pasado de un <strong>la</strong>do a otro—. Sus ojos no me<br />

siguen. Sus brazos no se mueven. No está vivo, si uno puede hab<strong>la</strong>r de los robots como de<br />

objetos con vida.<br />

Un hombre, indudablemente un hombre, salió de detrás del robot.<br />

—Quizá no. Pero yo estoy vivo —aseguró el anciano.<br />

Y casi automáticamente, Dors se ade<strong>la</strong>ntó y se colocó en su puesto, es decir, entre Seldon y el<br />

hombre que había aparecido de repente.<br />

58<br />

Seldon apartó a Dors a un <strong>la</strong>do, tal vez con más rudeza de <strong>la</strong> que él se proponía.<br />

—No necesito protección. Es nuestro viejo amigo Amo del Sol Catorce.<br />

El hombre que tenían de<strong>la</strong>nte, luciendo una banda doble que quizás era el emblema de su<br />

rango de Gran Anciano, contestó:<br />

—Y tú eres el Miembro de Tribu Seldon.<br />

—Desde luego —asintió Seldon.<br />

—Y ésta, pese a su ropa masculina, es <strong>la</strong> miembro de tribu Venabili.<br />

Dors guardó silencio.<br />

—Tienes razón, hombre de tribu —le aseguró Amo del Sol Catorce—. No corres peligro de que te<br />

haga daño físicamente. Pero sentaos, los dos. Dado que no eres una Hermana, no precisas<br />

retirarte. Ahí tienes un asiento que, si sabes apreciar <strong>la</strong> distinción, eres <strong>la</strong> primera mujer que lo<br />

utiliza.<br />

—No, no aprecio esa distinción —dec<strong>la</strong>ró Dors separando bien <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras para darle mayor<br />

énfasis.<br />

—Sea como deseas —asintió Amo del Sol Catorce—. Yo también me sentaré porque debo<br />

dirigiros unas cuantas preguntas y no quiero hacerlo de pie.<br />

Estaban sentados en una esquina de <strong>la</strong> habitación. Los ojos de Seldon no podían apartarse del<br />

robot metálico.<br />

—Es un robot —afirmó Amo del Sol.<br />

—Lo sé.<br />

—Sé que lo sabes —dijo Amo del Sol con <strong>la</strong> misma brevedad—. Y una vez confirmado esto, ¿por<br />

qué estáis aquí?<br />

Seldon miró fijamente a Amo del Sol Catorce.<br />

—Para ver el robot —contestó.<br />

—¿Sabes que. nadie, excepto un anciano, está autorizado a entrar en el «nido»?<br />

—No lo sabía, aunque lo sospechaba.<br />

—¿Sabes que los tribales jamás son autorizados a entrar en el Sacratorium?<br />

—Me lo dijeron.<br />

—Y tú has ignorado el hecho, ¿no es cierto?<br />

—Como ya he dicho, queríamos ver el robot.<br />

—¿Sabes que ninguna mujer, ni siquiera una Hermana, está autorizada a permanecer en el<br />

Sacratorium excepto en ciertas, raras y ya establecidas, ocasiones?<br />

—También se me dijo.<br />

—¿Sabes que ninguna mujer, en ningún momento, por ninguna razón, está autorizada a vestir<br />

ropas masculinas? Y esto, dentro de los límites de Mycogen, sirve lo mismo para tribales que<br />

para Hermanas.<br />

—No se me dijo, pero tampoco me sorprende.<br />

—Bien. Quiero que lo comprendáis. Ahora bien, ¿por qué querías ver el robot?<br />

—Pura curiosidad —dijo Seldon encogiéndose de hombros—. Nunca había visto un robot, ni<br />

siquiera estaba enterado de que semejante objeto existiera.<br />

—¿Cómo llegaste a enterarte de su existencia y, sobre todo, de su existencia aquí?

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