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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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En voz baja, que Seldon casi no podía oír por encima del ruido del monitor, Dors explicó:<br />

—Se pone en marcha cuando alguien se acerca y se apagará si nos alejamos unos pasos. Si nos<br />

acercamos lo bastante, podemos hab<strong>la</strong>r, pero no me mires y cál<strong>la</strong>te si alguien se acerca.<br />

Seldon, con <strong>la</strong> cabeza inclinada y <strong>la</strong>s manos cruzadas ante sí (había observado que ésa era <strong>la</strong><br />

postura más común), musitó:<br />

—Espero que, en cualquier momento, alguien empiece a gemir.<br />

—Puede ser. Están llorando su Mundo Perdido —dijo Dors.<br />

—Confío en que cambien <strong>la</strong> pelícu<strong>la</strong> de vez en cuando. Sería mortal estar viendo siempre <strong>la</strong><br />

misma.<br />

—Todas son diferentes —explicó Dors, mirando a uno y otro <strong>la</strong>do—. Puede que cambien<br />

periódicamente. No lo sé.<br />

—¡Espera! —exc<strong>la</strong>mó Seldon en voz demasiado alta. Pero <strong>la</strong> bajó y prosiguió—: Ven hacia<br />

aquí.<br />

Dors arrugó <strong>la</strong> frente porque no entendía sus pa<strong>la</strong>bras, pero Seldon le señaló con <strong>la</strong> cabeza. Otra<br />

vez avanzaron sigilosamente, pero los pasos de Seldon se hicieron más <strong>la</strong>rgos, como si sintiera<br />

<strong>la</strong> necesidad de moverse más de prisa, y Dors, alcanzándole, tiró con fuerza aunque por breve<br />

tiempo, de su kirtle. Le contuvo:<br />

—¡Robots aquí! —le contuvo al amparo del sonido.<br />

La imagen mostraba una vivienda con una extensión de césped, una línea de val<strong>la</strong>s en primer<br />

término y tres cosas que sólo podían describirse como robots. Eran aparentemente metálicos y<br />

de forma vagamente humana. La grabación explicaba: «Ésta es una vista, recientemente<br />

reconstruida, de <strong>la</strong> famosa finca "Vendóme", en el siglo tercero. El robot que pueden ver cerca<br />

del centro se l<strong>la</strong>maba Bendar, según <strong>la</strong> tradición, y sirvió durante veintidós años, como indican<br />

los archivos, antes de que fuese remp<strong>la</strong>zado.»<br />

—Recientemente reconstruida —comentó Dors—. Así que deben cambiar<strong>la</strong>s.<br />

—A menos que quieran decir «recientemente reconstruida durante los últimos mil años».<br />

Otro mycogenio entró en el área de sonido de <strong>la</strong> escena.<br />

—Saludos, Hermanos —dijo en voz baja, aunque no tanto como los murmullos entre Dors y<br />

Seldon.<br />

Al hab<strong>la</strong>r, no miró ni a Dors ni a Seldon, y éste, después de una mirada involuntaria y<br />

estremecida, mantuvo <strong>la</strong> cabeza apartada. Dors lo había ignorado todo. Seldon vaciló. Mycelium<br />

Setenta y Dos les había dicho que no se hab<strong>la</strong>ba en el Sacratorium. Quizás había exagerado. Se<br />

notó que no había estado dentro desde que era niño. Desesperadamente, Seldon creyó que debía<br />

decir algo.<br />

—A ti también, Hermano —murmuró.<br />

No tenía <strong>la</strong> menor idea de si ésta era <strong>la</strong> fórmu<strong>la</strong> correcta o si había otra, pero el mycogenio<br />

pareció encontrar<strong>la</strong> natural.<br />

—Por ti en Aurora —respondió.<br />

—Y por ti —añadió Seldon. Le pareció que el otro esperaba algo más, y añadió—: «En Aurora». —<br />

Notó una impalpable descarga de tensión, mientras que su frente quedaba en sudor.<br />

—¡Precioso! No lo había visto antes —exc<strong>la</strong>mó el mycogenio.<br />

—Muy hábil —observó Seldon—. Una pérdida jamás olvidada —añadió en un arranque de<br />

atrevimiento.<br />

El otro pareció sobresaltarse.<br />

—En efecto, en efecto —murmuró, alejándose después.<br />

—No te arriesgues —le censuró Dors—. No digas lo que no tengas que decir.<br />

—Me pareció natural. En todo esto, esto es reciente. Pero estos robots resultan decepcionantes.<br />

Son lo que yo esperaría que fuese un autómata. Los que quiero ver son los orgánicos..., los<br />

humanoides.<br />

—Caso de que existan —musitó Dors dubitativa—, no los utilizarían para trabajar en el jardín.<br />

—Es verdad. Debemos encontrar el «Nido» de los Ancianos.<br />

—Sí existe. Me parece que en esta cueva oscura no hay sino otra cueva oscura.<br />

—Investiguémoslo.<br />

Caminaron a lo <strong>la</strong>rgo de <strong>la</strong> pared. Pasaban de pantal<strong>la</strong> en pantal<strong>la</strong>, y trataban de pararse ante<br />

cada una de el<strong>la</strong>s a intervalos irregu<strong>la</strong>res, hasta que Dors agarró los brazos de Seldon. Ante dos<br />

pantal<strong>la</strong>s había una línea que sugerían un vago rectángulo.<br />

—Una puerta —dijo Dors. A continuación, debilitó su aserto al añadir—: ¿No te parece?

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