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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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más de cincuenta años como poco..., y una computadora.<br />

A<strong>la</strong>rgó <strong>la</strong> mano hacia el tablero, pero Seldon <strong>la</strong> detuvo a tiempo.<br />

—Espera. Algo podría salir mal y nos retrasaría.<br />

Señaló un discreto letrero colocado encima de una estantería independiente y en el que con cierto<br />

brillo se leía: AL SACR TORIUM. La segunda A de SACRATORIUM había dejado de existir, tal vez<br />

hacía poco tiempo, o quizá porque a nadie le importaba. «El Imperio —pensó Seldon—, está en<br />

decadencia. Todo él. Mycogen también.»<br />

Miró a su alrededor. La pobre biblioteca, tan necesaria para el orgullo de Mycogen, quizá tan<br />

útil para los Ancianos que podían servirse de el<strong>la</strong> para encontrar <strong>la</strong>s migajas que mantenían en<br />

alto sus creencias y se les presentaba como pertenecientes a los sofisticados tribales, parecía<br />

absolutamente vacía. Detrás de ellos no había entrado nadie más.<br />

—Pasemos aquí, fuera de <strong>la</strong> vista del hombre que está con <strong>la</strong> computadora y pongámonos<br />

nuestras bandas.<br />

Ya de<strong>la</strong>nte de <strong>la</strong> puerta, comprendieron de pronto que, una vez traspasada esa nueva barrera, ya<br />

no podrían volverse atrás.<br />

—Dors, no entres conmigo —-pidió Seldon.<br />

—¿Por qué no?<br />

—No lo veo seguro y no deseo que corras ningún riesgo.<br />

—Estoy aquí para protegerte —insistió el<strong>la</strong> con firme dulzura.<br />

—¿Qué c<strong>la</strong>se de protección me puedes dar? Yo puedo cuidar de mí, solo, aunque no lo creas. Y<br />

me entorpecería tener que protegerte. ¿No te das cuenta?<br />

—Por mí no debes preocuparte, Hari —insistió Dors—. La preocupación es cosa mía.<br />

Y tiró de <strong>la</strong> banda donde cruzaba el espacio entre sus disimu<strong>la</strong>dos senos.<br />

—¿Por qué Hummin te pidió que lo hicieras?<br />

—Porque éstas son mis órdenes.<br />

Sujetó a Seldon por encima de los codos y, como siempre, él se sorprendió por <strong>la</strong> fuerza de sus<br />

manos.<br />

—Estoy en contra de esto, Hari —dijo el<strong>la</strong> con firmeza—, pero si crees que debes entrar,<br />

también entraré yo.<br />

—Está bien. Pero si ocurre algo y ves que puedes escabullirte, sal corriendo. No te preocupes por<br />

mí.<br />

—Estás malgastando tu aliento, Hari. Me estás insultando.<br />

Seldon tocó el panel de entrada y el portal se deslizó. Juntos, casi al unísono, cruzaron el<br />

umbral.<br />

57<br />

Una estancia enorme, tanto más grande porque estaba vacía de todo lo que pudiera parecer<br />

mobiliario. Ni sil<strong>la</strong>s, ni bancos, ni asientos de ningún tipo. Ni escenario, ni cortinajes, ni<br />

decoraciones.<br />

Ni lámparas, sólo una tenue iluminación uniforme, sin fuente de luz aparente. Las paredes no<br />

estaban vacías del todo. A trechos, en un arreglo espaciado a distintas alturas y en un orden no<br />

repetitivo, habían unas pequeñas, primitivas pantal<strong>la</strong>s de televisión bidimensionales, todas el<strong>la</strong>s<br />

funcionando. Desde donde Dors y Seldon se encontraban, ni siquiera cabía <strong>la</strong> ilusión de una tercera<br />

dimensión, ni un asomo de auténtica holovisión.<br />

Había gente. No mucha y por separado. Estaban solos y, al igual que los monitores televisivos, en<br />

un orden difícilmente repetible. Todos con kirtle b<strong>la</strong>nca, todos con sus bandas.<br />

Había un cierto silencio. Nadie hab<strong>la</strong>ba en sentido habitual. Algunos movían los <strong>la</strong>bios,<br />

musitando por lo bajo. Los que andaban, lo hacían con sigilo, y <strong>la</strong> vista baja.<br />

La atmósfera era puramente funeraria.<br />

Seldon se inclinó hacia Dors, que al instante se llevó un dedo a los <strong>la</strong>bios y señaló uno de los<br />

monitores de televisión. La pantal<strong>la</strong> mostraba un jardín idílico lleno de flores, por el que <strong>la</strong><br />

cámara pasaba lentamente.<br />

Anduvieron hacia el monitor imitando el modo de moverse de los otros..., pasos lentos, pisando<br />

con suma caute<strong>la</strong>.<br />

Cuando estuvieron a menos de medio metro de <strong>la</strong> pantal<strong>la</strong>, oyeron una voz baja, insinuante:<br />

—El jardín de Antennin, según reproducción de antiguas guías y fotografías, situado en los<br />

arrabales de Eos. Observen...

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