09. Preludio a la Fundación
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
AERIE 1<br />
ROBOT. — ... Un término empleado en <strong>la</strong>s antiguas leyendas de varios mundos para lo que se suele<br />
l<strong>la</strong>mar «autómatas». Generalmente, los robots están descritos como de forma humana y fabricados en<br />
metal, aunque se supone que algunos han sido de naturaleza seudoorgánica. Se supone que Hari<br />
Seldon, en el curso de La huida, vio un verdadero robot, pero <strong>la</strong> historia es de origen dudoso. En<br />
ninguno de los abundantes escritos de Seldon se menciona un robot, aunque...<br />
Enciclopedia Galáctica<br />
56<br />
Nadie se fijó en ellos.<br />
Hari Seldon y Dors Venabili repitieron el trayecto del día anterior y, esa vez, nadie se les quedó<br />
mirando por segunda vez. Tampoco los miraron por primera vez. En varias ocasiones, tuvieron<br />
que encoger <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s hacia un <strong>la</strong>do para dejar que alguien sentado en un asiento interior pasara<br />
ante ellos para salir. No tardaron en darse cuenta de que tenían que correrse si quedaba algún<br />
asiento libre junto a ellos cuando alguien entraba.<br />
Esa vez, no tardaron en cansarse del olor de <strong>la</strong>s kirtles, que no estaban <strong>la</strong>vadas, porque ya no<br />
estaban pendientes de lo que se veía en el exterior.<br />
Poco más tarde llegaron.<br />
—Esto es <strong>la</strong> biblioteca —anunció Seldon en voz baja.<br />
—Eso creo. Por lo menos, éste es el edificio que Mycelium nos indicó ayer.<br />
Y, sin apresurarse, se dirigieron hacia allí.<br />
—Respira hondo —advirtió Seldon—. Ésta es <strong>la</strong> primera barrera.<br />
La puerta que tenían de<strong>la</strong>nte estaba abierta, <strong>la</strong> luz que salía del interior era suave. Había cinco<br />
anchos peldaños de piedra que llevaban a <strong>la</strong> entrada. Pisaron el primero y esperaron un momento<br />
antes de darse cuenta de que su peso no los ponía en marcha hacia arriba. Dors hizo una mueca<br />
indicando a Seldon que subiera.<br />
Juntos subieron <strong>la</strong> escalera, turbados por el atraso de los mycogenios. Después, pasaron una<br />
puerta donde, ante un pupitre ya en el interior, encontraron un hombre inclinado sobre <strong>la</strong><br />
computadora más simple y primitiva que Seldon hubiera visto en su vida.<br />
El hombre no levantó <strong>la</strong> cabeza para mirarle. De todo punto innecesario, se dijo Seldon. Kirtle<br />
b<strong>la</strong>nca, cabeza calva..., todos los mycogenios eran tan parecidos que <strong>la</strong> vista resba<strong>la</strong>ba por ellos.<br />
Algo que, en ese momento, beneficiaba a los tribales.<br />
El hombre que seguía, al parecer, estudiando algo en <strong>la</strong> conso<strong>la</strong> preguntó:<br />
—¿Eruditos?<br />
—Eruditos —respondió Seldon.<br />
El hombre señaló una puerta, con <strong>la</strong> cabeza.<br />
—Pasen. Disfruten.<br />
Entraron y, por lo poco que pudieron ver, eran los únicos en esta sección de <strong>la</strong> biblioteca. O<br />
<strong>la</strong> biblioteca no era un lugar demasiado popu<strong>la</strong>r o los eruditos eran muy pocos; aunque,<br />
posiblemente, serían ambas cosas.<br />
—Pensaba que habría que presentar algún permiso o tarjeta de algún tipo —murmuró<br />
Seldon— y que tendría que alegar que se me había olvidado.<br />
—Es probable que se halle encantado con nuestra presencia, tengamos o no permiso. ¿Habías<br />
visto alguna vez un lugar como éste? Si un lugar, al igual que una persona, pudiera estar<br />
muerto, nos encontraríamos dentro de un cadáver.<br />
La mayor parte de los libros de aquel<strong>la</strong> sección eran impresos, como el Libro que Seldon llevaba<br />
en el bolsillo. Dors circuló a lo <strong>la</strong>rgo de <strong>la</strong>s estanterías, estudiándo<strong>la</strong>s. Comentó:<br />
—En su mayor parte son libros antiguos —comentó—.<br />
Clásicos. Los demás, carecen de valor.<br />
—¿Libros de fuera? —preguntó Seldon—. Quiero, decir, ¿no mycogenios?<br />
—Bueno, tienen sus propios libros, pero deben estar guardados en otra sección. Ésta es para <strong>la</strong><br />
investigación externa por parte de los pobrecitos eruditos autoinstruidos como el de ayer...<br />
Éste es el departamento de Referencia y aquí está <strong>la</strong> Enciclopedia Imperial..., que debe contar<br />
1 El nido.