09. Preludio a la Fundación
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
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también, a mi medida.<br />
—¿No les parecerá raro que una mujer compre una kirtle b<strong>la</strong>nca?<br />
—C<strong>la</strong>ro que no. Pensarán que <strong>la</strong> estoy comprando para un compañero varón, quien, por<br />
casualidad, tiene mis medidas. En realidad, no creo que se molesten en imaginar nada, siempre<br />
y cuando mi dinero sea bueno.<br />
Seldon esperó, medio temiendo que alguien se le acercara y le saludara como a miembro de tribu<br />
o, más probable, lo denunciara como a tal, mas no ocurrió nada de eso. Los que pasaban por su<br />
<strong>la</strong>do lo hacían sin mirarle y los que miraban en su dirección seguían sin inmutarse. Las kirtles<br />
grises le ponían especialmente nervioso, sobre todo <strong>la</strong>s que circu<strong>la</strong>ban por parejas o, peor aún, <strong>la</strong>s<br />
que iban con un hombre. Se <strong>la</strong>s veía cansadas, ignoradas, despreciadas. ¿Cuánto mejor era ganar<br />
una pequeña notoriedad aunque sólo fuera chil<strong>la</strong>ndo a <strong>la</strong> vista de un miembro de tribu? Incluso<br />
<strong>la</strong>s mujeres pasaban de <strong>la</strong>rgo.<br />
«No cuentan con ver a un miembro de <strong>la</strong> tribu —pensó Seldon—, así que no se fijan.»<br />
Esto, se dijo, era un buen augurio para su futura invasión del Sacratorium. ¡Qué poco podían<br />
esperar ver tribales allí y cuánto más, por consiguiente, dejarían de verles!<br />
Cuando salió Dors lo encontró de bastante buen humor.<br />
—¿Lo tienes todo?<br />
—Todo.<br />
—Entonces, volvamos a casa para que puedas cambiarte.<br />
La kirtle b<strong>la</strong>nca no le sentaba tan bien como <strong>la</strong> gris. Pero, c<strong>la</strong>ro, no había podido probárse<strong>la</strong> o<br />
incluso el comerciante más obtuso se hubiera a<strong>la</strong>rmado.<br />
—¿Qué tal estoy, Hari?<br />
—Como un muchacho. Ahora, probemos <strong>la</strong>s fajas..., o, mejor dicho, obiahs. Será preferible que<br />
me acostumbre a l<strong>la</strong>mar<strong>la</strong>s así.<br />
Dors, sin el gorro, sacudía agradecida su melena. Advirtió vivamente:<br />
—No te <strong>la</strong> pongas ahora —advirtió el<strong>la</strong>—. No vamos a circu<strong>la</strong>r por todo Mycogen con <strong>la</strong> banda<br />
puesta. Lo último que deseamos es l<strong>la</strong>mar <strong>la</strong> atención.<br />
—No, no. Sólo quiero ver cómo se pone.<br />
—Bien, pero ésta no. La otra es de mejor calidad y más e<strong>la</strong>borada.<br />
—Tienes razón, Dors. Tengo que atraer toda <strong>la</strong> atención sobre mí. No quiero que nadie descubra<br />
que eres una mujer.<br />
—No pensaba en esto, Hari. Sólo quiero que estés guapo.<br />
—Un millón de gracias, pero sospecho que eso es imposible. Ahora, veamos..., ¿cómo se pone<br />
esto?<br />
Juntos, Hari y Dors, practicaron <strong>la</strong> disposición de sus obiahs, quitándose<strong>la</strong>s y poniéndose<strong>la</strong>s, una<br />
y otra vez, hasta que pudieron hacerlo en un sólo movimiento natural. Dors enseñó a Hari cómo<br />
debía ponérse<strong>la</strong>, tal como había visto hacerlo a un hombre el día anterior, de<strong>la</strong>nte del<br />
Sacratorium.<br />
Cuando Hari <strong>la</strong> felicitó por sus dotes de observación, el<strong>la</strong> se ruborizó.<br />
—No es nada, Hari —murmuró—, sólo me fijé.<br />
—Entonces, eres un genio de <strong>la</strong> observación.<br />
Satisfechos por fin, se separaron un poco, observándose mutuamente. La obiah de Hari<br />
resp<strong>la</strong>ndecía, tenía un dibujo parecido a un dragón de un rojo bril<strong>la</strong>nte sobre un fondo<br />
ligeramente más c<strong>la</strong>ro pero del mismo tono. El de Dors era algo menos atrevido, una sencil<strong>la</strong><br />
línea en el centro y de un color algo más c<strong>la</strong>ro.<br />
—Bien —suspiró, satisfecha—, lo bastante para demostrar buen gusto.<br />
Y se <strong>la</strong> quitó.<br />
—Ahora —dijo Seldon—, vamos a dob<strong>la</strong>r<strong>la</strong> y guardar<strong>la</strong> en uno de los bolsillos interiores. Mi<br />
tab<strong>la</strong> de crédito (<strong>la</strong> de Hummin, en realidad) y <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve de <strong>la</strong> casa en este otro bolsillo, y aquí, a<br />
este <strong>la</strong>do, el Libro.<br />
—¿El Libro? ¿Debes llevártelo?<br />
—Sí. Supongo que cualquiera que vaya al Sacratorium debe llevarlo consigo. Puede que entonen<br />
cánticos, y tengan lecturas. Si fuera necesario, compartiremos el libro y tal vez nadie se fije.<br />
¿Estás dispuesta?<br />
—Nunca lo estaré, pero voy contigo.<br />
—Será un trayecto aburrido. ¿Quieres comprobar mi cubrecabeza y asegurarte de que no asoma<br />
ni un cabello esta vez? Y no te rasques <strong>la</strong> cabeza.