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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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<strong>la</strong>vado, sin marcas, que tiene un hombre. Los hombres, aquí, son barbi<strong>la</strong>mpiños. Lo único que<br />

necesito es una kirtle b<strong>la</strong>nca, y una banda roja, que me permitirán entrar. Cualquier Hermana<br />

podría hacerlo si el tabú no se lo impidiera. Pero esto no reza conmigo.<br />

—Pero sí conmigo. No te dejaré. Es demasiado peligroso.<br />

—No más peligroso para mí que para ti.<br />

—Pero yo debo arriesgarme.<br />

—Yo también. ¿Por qué tu imperativo es mayor que el mío?<br />

—Porque... —Y Seldon reflexionó.<br />

—Métete esto en <strong>la</strong> cabeza —dijo Dors con voz dura como <strong>la</strong> piedra—. No permitiré que vayas<br />

sin mí. Si lo intentas, te dejaré inconsciente de un golpe y te amarraré. Si <strong>la</strong> idea no te gusta,<br />

abandona cualquier intención de ir solo.<br />

Seldon vaciló y masculló algo entre dientes. Abandonó <strong>la</strong> discusión, momentáneamente.<br />

55<br />

Casi no había nubes en el cielo, que se veía de un color azul muy pálido, como si estuviera<br />

envuelto en leve bruma. Eso, en opinión de Seldon, no estaba mal pero echó en falta el sol.<br />

Nadie en Trantor veía el sol del p<strong>la</strong>neta a menos que subiera a Arriba, e incluso entonces, sólo<br />

cuando <strong>la</strong> capa de nubes se rasgaba.<br />

¿Echarían los trantonianos en falta el sol? ¿Pensaban en él alguna vez? Cuando uno de ellos<br />

visitaba otro mundo donde el sol natural estaba a <strong>la</strong> vista, ¿se lo quedaba mirando medio<br />

cegado, impresionado?<br />

¿Por qué, se preguntó, había gente que pasaba sus vidas sin intentar encontrar respuesta a sus<br />

preguntas? ¿Ni siquiera pensando en sus preguntas? ¿Había algo mejor en <strong>la</strong> vida que buscar<br />

respuestas?<br />

Su mirada bajó a nivel del suelo. La gran avenida estaba bordeada de edificios bajos, tiendas en<br />

su mayoría. Numerosos vehículos individuales circu<strong>la</strong>ban a ras de suelo en ambas direcciones,<br />

cada uno de ellos ceñido a su derecha. Parecían una colección de antigüedades, pero estaban<br />

movidos por electricidad y no hacían el menor ruido. Seldon se preguntó si «antigüedad» era<br />

siempre una pa<strong>la</strong>bra de <strong>la</strong> que había que bur<strong>la</strong>rse. ¿No compensaría el silencio <strong>la</strong> lentitud?<br />

Después de todo, ¿había algo en <strong>la</strong> vida que justificara <strong>la</strong> velocidad?<br />

Muchos niños jugaban por <strong>la</strong> calle y Seldon apretó los <strong>la</strong>bios, fastidiado. Resultaba muy c<strong>la</strong>ro que<br />

una <strong>la</strong>rga duración de vida para los mycogenios era imposible a menos que se permitiera el<br />

infanticidio. Los niños de ambos sexos (aunque era difícil distinguir los niños de <strong>la</strong>s niñas) llevaban<br />

kirtles que les llegaban hasta por debajo de <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s, permitiendo así <strong>la</strong> alocada actividad<br />

infantil.<br />

Los niños también tenían cabello, de unos centímetros de longitud en su mayoría, pero los<br />

mayores llevaban capuchas acop<strong>la</strong>das a sus kirtles y <strong>la</strong>s llevaban levantadas, cubriendo por<br />

completo <strong>la</strong> parte superior de <strong>la</strong> cabeza. Era como si fueran lo bastante mayores para que su<br />

cabello ya pareciera obsceno..., o suficientemente mayores para desear ocultarlo, suspirando por<br />

el día del paso del rito en que serían depi<strong>la</strong>dos. De pronto, se le ocurrió una idea.<br />

—Dors, cuando salías de compras, ¿quién pagaba, tú o <strong>la</strong>s Hermanas Gota de Lluvia?<br />

—Yo, naturalmente. Las Gotas de Lluvia jamás enseñaron su tab<strong>la</strong> de créditos. ¿Por qué iban a<br />

hacerlo? Lo que se compraba era para nosotros, no para el<strong>la</strong>s.<br />

—Pero tú tienes una tab<strong>la</strong> de crédito trantoriana..., una tab<strong>la</strong> de crédito tribal.<br />

—Pues c<strong>la</strong>ro, Hari, pero no hubo el menor problema. Los mycogenios pueden mantener su<br />

propia cultura, modos de pensar y hábitos de vida como les parezca. Pueden destruir su cabello<br />

cefálico y llevar kirtles. Sin embargo, deben utilizar los créditos del mundo. De no hacerlo así,<br />

pondrían fin al comercio y ninguna persona sensata haría algo como eso. Los créditos mandan,<br />

Hari. —Alzó <strong>la</strong> mano como si sostuviera una invisible tab<strong>la</strong> de crédito.<br />

—¿Y aceptaron tu tab<strong>la</strong>?<br />

—Sin rechistar. Ni dijeron nada sobre mi cubrecabeza. Los créditos lo sanean todo.<br />

—Bien, magnífico. Así puedo comprar...<br />

—No, <strong>la</strong>s compras <strong>la</strong>s haré yo. Los créditos pueden sanearlo todo, pero será más fácil con una<br />

mujer forastera. Están tan acostumbrados a prestar poca o ninguna atención a <strong>la</strong>s mujeres que,<br />

automáticamente, harán lo mismo conmigo. Aquí está <strong>la</strong> tienda de ropa donde he estado comprando.<br />

—Te esperaré fuera. consígueme una bonita banda roja..., una que luzca impresionante.<br />

—No hagas como que se te ha olvidado nuestra decisión. Compraré dos. Y otra kirtle b<strong>la</strong>nca,

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