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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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—Veo que sois tribales —le dijo el recién llegado. Su voz era más aguda de lo que Seldon<br />

esperaba, pero hab<strong>la</strong>ba despacio, como consciente del peso de su autoridad en cada pa<strong>la</strong>bra que<br />

pronunciaba.<br />

—Eso somos —respondió Seldon, correcto pero con firmeza. No veía razón para no conocer <strong>la</strong><br />

posición del otro, pero él no tenía intención de abandonar <strong>la</strong> suya.<br />

—¿Vuestros nombres?<br />

—Yo soy Hari Seldon, de Helicón. Mi compañera es Dors Venabili, de Cinna. ¿Y el tuyo,<br />

hombre de Mycogen?<br />

Los ojos del desconocido se entrecerraron con disgusto, pero también sabía reconocer un aire de<br />

autoridad cuando se encontraba ante él.<br />

—Soy Jirón de Cielo Dos —respondió, irguiendo <strong>la</strong> cabeza—, un Anciano del Sacratorium. ¿Y tu<br />

posición, hombre de tribu?<br />

—Nosotros —y Seldon hizo hincapié en el pronombre— somos eruditos de <strong>la</strong> Universidad de<br />

Streeling. Yo soy matemático y mi compañera historiadora; nos hal<strong>la</strong>mos aquí para estudiar <strong>la</strong>s<br />

costumbres de Mycogen.<br />

—¿Con permiso de quién?<br />

—De Amo del Sol Catorce, que vino a recibirnos a nuestra llegada.<br />

Jirón de Cielo Dos guardó silencio durante unas instantes y, después, una leve sonrisa iluminó<br />

su rostro, que adoptó una expresión casi benigna.<br />

—El Gran Anciano —dijo—. Lo conozco bien.<br />

—Como debe ser. ¿Algo más, Anciano?<br />

—Sí —respondió, tratando de recobrar el terreno perdido—. ¿Quién era el hombre que estaba<br />

con vosotros y que se alejó cuando yo me acercaba?<br />

—No le habíamos visto antes, Anciano. Y no sabemos nada de él. Le encontramos por pura<br />

casualidad y le preguntamos sobre el Sacratorium.<br />

—¿Qué le preguntasteis?<br />

—Dos cosas, Anciano. Le preguntamos si el edificio era el Sacratorium y si los tribales estaban<br />

autorizados a entrar. Contestó que sí a <strong>la</strong> primera pregunta y no a <strong>la</strong> segunda.<br />

—Bien. ¿Qué interés tenéis en el Sacratorium?<br />

—Señor, como estamos aquí para estudiar <strong>la</strong>s costumbres de Mycogen, y el Sacratorium es el<br />

corazón y el cerebro de Mycogen...<br />

—Es enteramente nuestro y nos está reservado a nosotros.<br />

—¿Incluso si un Anciano, el Gran Anciano, nos consiguiera un permiso en vista de nuestra<br />

función erudita?<br />

—¿Tenéis, en verdad, permiso del Gran Anciano?<br />

Seldon vaciló unos segundos mientras los ojos de Dors lo miraban de sos<strong>la</strong>yo. Decidió que no<br />

podía arriesgarse con una mentira de tal magnitud.<br />

—No, todavía no.<br />

—Ni nunca— afirmó el Anciano—. Estáis aquí en Mycogen, con permiso de <strong>la</strong> Autoridad, pero ni<br />

siquiera <strong>la</strong> máxima Autoridad puede ejercer un control absoluto sobre el público. Damos gran<br />

valor a nuestro Sacratorium y el popu<strong>la</strong>cho puede soliviantarse con gran facilidad por <strong>la</strong><br />

presencia de tribales en Mycogen y, de manera muy especial, si se hal<strong>la</strong>n cerca del<br />

Sacratorium. Bastaría el grito de un exaltado, un grito de «¡Invasión!», para que un pueblo<br />

tranquilo como éste se transformara en una masa sedienta de destrucción, de vuestra destrucción.<br />

Y lo afirmo, literalmente. Por vuestro propio bien, incluso si el Gran Anciano os ha demostrado<br />

tolerancia, marchaos. ¡Ahora mismo!<br />

—Pero el Sacratorium... —insistió Seldon, obcecado, a pesar de que Dors le tiraba suavemente<br />

de <strong>la</strong> kirtle.<br />

—¿Qué hay en él que te pueda interesar? Ya lo ves. En su interior no hay nada para ti.<br />

—Está el robot —repuso Seldon.<br />

El Anciano se le quedó mirando, escandalizado y sorprendido; luego, acercó sus <strong>la</strong>bios al oído de<br />

Seldon.<br />

—Márchate ahora mismo —murmuró, fiero— o seré yo quien <strong>la</strong>nce el grito de «¡Invasión!». Si no<br />

fuera por el Gran Anciano, ni siquiera te daría <strong>la</strong> oportunidad de desaparecer.<br />

Dors, con fuerza inusitada, casi arrancó a Seldon del suelo, apartándose de allí<br />

apresuradamente. Lo arrastró hasta que él recobró el equilibrio y anduvo rápidamente tras<br />

el<strong>la</strong>.

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