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09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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—Soy un erudito —dec<strong>la</strong>ró Mycelium obviamente orgulloso. Su rostro, que se arrugó al sonreír,<br />

advirtió un mayor aspecto de vejez.<br />

Seldon se encontró preguntándose cuántos años tendría. ¿Varios siglos acaso...? No, esto ya se<br />

había acabado. No podía ser, pero...<br />

—¿Cuántos años tienes? —preguntó Seldon de pronto, involuntariamente.<br />

Mycelium Setenta y Dos no pareció ofenderse por <strong>la</strong> pregunta, ni titubeó al contestar.<br />

—Setenta y siete.<br />

Pero <strong>la</strong> curiosidad acuciaba a Seldon: tenía que saber.<br />

—He oído decir que vuestro pueblo cree que antiguamente todo el mundo vivía varios siglos.<br />

Mycelium se le quedó mirando con expresión de curiosidad.<br />

—¿De dónde habrán sacado eso? Alguien tiene que haberse ido de <strong>la</strong> lengua..., pero es verdad.<br />

Existe esa creencia. Sólo los no sofisticados lo creen, pero los Ancianos comentan <strong>la</strong> creencia<br />

porque demuestra nuestra superioridad. En realidad, nuestra esperanza de vida es algo mayor que<br />

<strong>la</strong> de otros mundos porque nos nutrimos mejor, pero es raro que se viva un siglo.<br />

—Parece como si no consideraras superiores a los mycogenios.<br />

—Los mycogenios están muy bien. Desde luego, no son inferiores. Sin embargo, yo creo que todos<br />

los hombres son iguales... Incluso <strong>la</strong>s mujeres —terminó, mirando a Dors.<br />

—Me temo que mucha de tu gente no estaría de acuerdo contigo.<br />

—O mucha de <strong>la</strong> tuya —repuso Mycelium Setenta y Dos, vagamente resentido—. Pero yo lo creo<br />

así. Un erudito tiene que creerlo. He visto, e incluso leído, toda <strong>la</strong> gran literatura de <strong>la</strong>s tribus.<br />

Entiendo vuestra cultura. He escrito artículos sobre el<strong>la</strong>. Puedo estar aquí sentado tan a gusto<br />

con vosotros como si fuerais...<br />

—Pareces orgulloso de comprender <strong>la</strong>s cosas de <strong>la</strong>s tribus —le interrumpió Dors, con viveza—.<br />

¿Has viajado alguna vez fuera de Mycogen?<br />

Mycelium Setenta y Dos se apartó un poco.<br />

—No.<br />

—¿Por qué no? Podrías conocernos mejor.<br />

—No me sentiría cómodo. Tendría que llevar peluca. Me daría vergüenza.<br />

—¿Y por qué ponerte peluca? —exc<strong>la</strong>mó Dors—. Podrías seguir calvo.<br />

—No. No iba a ser tan loco. Sería maltratado por todos los peludos.<br />

—¿Maltratado? ¿A santo de qué? —preguntó Dors—. En Trantor hay mucha gente, naturalmente,<br />

calva por todas partes, y en otros mundos también.<br />

—Mi padre está calvo por completo —explicó Seldon con un suspiro—. Y temo que en <strong>la</strong>s<br />

décadas futuras también yo lo estaré. Mi cabello ya no es abundante.<br />

—Pero eso no es ser calvo —objetó Mycelium—. Tienes pelo alrededor y por encima de los ojos.<br />

Quiero decir calvo..., sin nada de pelo.<br />

—¿En ninguna parte del cuerpo? —quiso saber Dors, interesada.<br />

Esta vez, Mycelium Setenta y Dos pareció ofenderse y guardó silencio.<br />

—Dime, Mycelium Setenta y Dos, ¿<strong>la</strong> gente de <strong>la</strong>s tribus puede, entrar en el Sacratorium como<br />

espectadores? —preguntó Seldon, deseoso de mantener <strong>la</strong> conversación.<br />

Mycelium sacudió vigorosamente <strong>la</strong> cabeza.<br />

—Jamás. Sólo es para los Hijos del Amanecer.<br />

—¿Sólo los hijos? —murmuró Dors.<br />

Mycelium Setenta y Dos pareció escandalizado, y luego, generosamente, explicó:<br />

—Pertenecéis a <strong>la</strong>s tribus. Las Hijas del Amanecer entran en ciertos días y a ciertas horas. Así<br />

es como funciona esto. No digo que yo lo apruebe. Si dependiera de mí, les diría: «Entrad y<br />

disfrutad si podéis.» Mejor otros que yo, <strong>la</strong> verdad.<br />

—¿No entras nunca?<br />

—Cuando era muy joven mis padres me llevaron, pero —y movió <strong>la</strong> cabeza— no había más que<br />

gente mirando el Libro, leyendo en él, y suspirando y llorando por los tiempos pasados. Muy<br />

deprimente. No se puede hab<strong>la</strong>r. No se puede reír. Incluso no podemos mirarnos los unos a los<br />

otros. Hay que tener <strong>la</strong> mente completamente enfocada en el Mundo Perdido. Por completo —<br />

dijo, y agitó <strong>la</strong> mano como rechazándolo—. No es para mí. Soy un erudito y quiero que todo el<br />

mundo esté abierto para mí.<br />

—Tienes razón —asintió Seldon—. Nosotros pensamos lo mismo. También somos eruditos, tanto<br />

Dors como yo.<br />

—Lo sé.

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