09. Preludio a la Fundación
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
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—Es precioso —exc<strong>la</strong>mó el mycogenio c<strong>la</strong>ramente orgulloso.<br />
—Sí —afirmó Seldon—. ¡Y cómo bril<strong>la</strong> a <strong>la</strong> luz del día!<br />
—El terreno que lo rodea imita el parque gubernamental de nuestro Mundo del Amanecer..., en<br />
miniatura, c<strong>la</strong>ro.<br />
—¿Has visto alguna vez el parque donde se levanta el Pa<strong>la</strong>cio Imperial? —preguntó Seldon,<br />
cauteloso.<br />
El mycogenio captó <strong>la</strong> intención de <strong>la</strong> pregunta y no pareció molestarle.<br />
—Ellos copiaron lo mejor que supieron el Mundo del Amanecer —comentó.<br />
Seldon lo puso muy en duda, pero se calló. Habían llegado a un asiento semicircu<strong>la</strong>r de piedra<br />
b<strong>la</strong>nca, que bril<strong>la</strong>ba a <strong>la</strong> luz lo mismo que el Sacratorium.<br />
—Bien —dijo el mycogenio mientras sus oscuros ojos relucían de p<strong>la</strong>cer—. Nadie ha cogido mi<br />
sitio. Lo l<strong>la</strong>mo mi sitio porque se trata de mi lugar favorito. Proporciona una vista magnífica de <strong>la</strong><br />
pared <strong>la</strong>teral del Sacratorium, más allá de los árboles. Siéntate, por favor, te lo aseguro. Y tu<br />
compañera. El<strong>la</strong> es bienvenida al asiento, también. Pertenece a <strong>la</strong> tribu, lo sé, y sus<br />
costumbres son diferentes. El<strong>la</strong> puede..., puede hab<strong>la</strong>r si lo desea<br />
Dors le dirigió una mirada penetrante y se sentó.<br />
Seldon, comprendiendo que iban a estar un buen rato con el viejo mycogenio, le tendió <strong>la</strong><br />
mano.<br />
—Soy Hari —se presentó—, y mi compañera es Dors. Lo siento, pero no empleamos<br />
números.<br />
—A cada uno..., o una..., lo suyo —dijo el anciano, expansivo—. Yo soy Mycelium Setenta y<br />
Dos. Somos una gran cohorte.<br />
—¿Mycelium? —repitió Seldon, dubitativo.<br />
—Pareces sorprendido. Veo que sólo has tenido tratos con los miembros de nuestras grandes<br />
familias. Usan nombres como Nube, Luz So<strong>la</strong>r y Noche Estrel<strong>la</strong>da...; todos astronómicos.<br />
—Confieso que... —empezó Seldon.<br />
—Bien, pues conoce ahora a uno de <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se baja. Tomamos nuestros nombres de <strong>la</strong> tierra y de los<br />
microorganismos que cultivamos. Perfectamente respetables.<br />
—No me cabe <strong>la</strong> menor duda —aseguró Seldon—, y te agradezco que me ayudaras con mis..., mi<br />
problema en el gravi-bus.<br />
—Oye —advirtió Mycelium Setenta y Dos—, te he librado de un buen tropiezo. Si una Hermana<br />
te hubiera visto antes que yo, se hubiera puesto a chil<strong>la</strong>r, no lo dudes, y los Hermanos más<br />
cercanos te habrían echado fuera del gravi-bus..., quizá sin esperar siquiera a que se detuviera.<br />
Dors se inclinó para poder mirar a Seldon de frente.<br />
—¿Y cómo no lo has hecho tú?<br />
—¿Yo? Yo no siento animosidad hacia <strong>la</strong>s tribus. Soy un erudito.<br />
—¿Un erudito?<br />
—El primero de mi cohorte. Estudié en <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> del Sacratorium y saqué buenas notas.<br />
He aprendido todas <strong>la</strong>s artes antiguas y tengo licencia para entrar en <strong>la</strong> Biblioteca tribal, donde<br />
se guardan todos los libro-pelícu<strong>la</strong>s y los libros de autores tribales. Puedo ver cualquier libropelícu<strong>la</strong><br />
y leer el libro que desee. Incluso tenemos una biblioteca de referencia, computerizada, y<br />
también puedo consultar<strong>la</strong>. Todo eso ensancha <strong>la</strong> mente. Y no me importa que se vea asomar<br />
un poco de cabello. He visto muchas imágenes de hombres con cabello. Y también mujeres. —<br />
Y echó una rápida mirada a Dors.<br />
Comieron en silencio durante un rato.<br />
—Estoy viendo que cada Hermano que entra o sale del Sacratorium lleva una banda roja —<br />
comentó Seldon de pronto.<br />
—Oh, sí. Por encima del hombro izquierdo y alrededor del <strong>la</strong>do derecho de <strong>la</strong> cintura,<br />
profusamente bordadas en general —explicó Mycelium Setenta y Dos.<br />
—¿Y eso por qué?<br />
—Se l<strong>la</strong>ma obiah. Simboliza <strong>la</strong> alegría que se siente al entrar en el Sacratorium y <strong>la</strong> sangre que<br />
uno derramaría para conservarlo.<br />
—¿Sangre? —repitió Dors.<br />
—Es un símbolo. Nunca he oído hab<strong>la</strong>r de nadie que derramara sangre por el Sacratorium. Además,<br />
tampoco hay tanta alegría. En general, uno se postra y gime y llora por el Mundo Perdido... —<br />
Su voz bajó de tono y musitó—: Una tontería.<br />
—¿No eres... un creyente? —preguntó Dors.