09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots. La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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el Sector de Jennat, donde pasé una semana investigando, el sexo se discutía de manera incesante, pero sólo para condenarlo. Me figuro que no hay dos sectores en Trantor, ni en otros dos mundos fuera de Trantor, en que la actitud hacia el sexo se duplique por completo. —¿Sabes lo que haces que parezca? —preguntó Seldon—. Como... —Te diré lo que parece —le interrumpió Dors—. Toda esta conversación sobre el sexo pone en claro una cosa: no voy a perderte de vista nunca más. —¿Qué? —Te he dejado suelto dos veces: la primera, por propio error; la segunda, porque te empeñaste en ello. Ambas, se trató de una terrible equivocación. Recuerda lo que te ocurrió la primera vez. —Sí, pero no me ha ocurrido nada en la segunda —protestó Seldon indignado. —Has estado en un tris de meterte en un gran lío. Supón que te hubieran pillado en una escapada sexual con una Hermana. —No fue sexual... —Tú mismo me has dicho que estaba con una gran excitación sexual. —Pero... —Estaba mal. Por favor, métete esto en la cabeza, Hari: de ahora en adelante, no irás a ninguna parte sin mí. —Óyeme —cortó Seldon, glacial—, mi propósito era buscar algo sobre la historia de Mycogen y como resultado de mi seudoescapada sexual con una Hermana, tengo un libro..., el Libro. —¡El Libro! Cierto, hay un libro. Veámoslo. Seldon se lo pasó y Dors lo miró pensativa. —Puede que no nos sirva, Hari. No parece que vaya a encajar en ningún proyector conocido. O sea, que no tendrás más remedio que pedir un proyector mycogenio y querrán saber para qué lo quieres. Entonces, descubrirán que tienes el Libro y te lo quitarán. —Si tus suposiciones fueran correctas —sonrió Seldon—, tu conclusión sería irrebatible, pero resulta que éste no es el tipo de libro que piensas. No es para ser proyectado. Está impreso en sus páginas, y las mismas se van volviendo. Gota de Lluvia Cuarenta y Tres me lo fue explicando. —¡Un libro impreso! —Era difícil decir si Dors estaba impresionada o divertida—. ¡Pero si esto es de la Edad de la Piedra! —Preimperial, aunque no del todo. ¿Has visto alguna vez un libro impreso? —¿Considerando que soy una historiadora? Pues claro, Hari. —Ya. ¿Pero como éste? Entregó el libro a Dors y ésta, sonriendo, lo abrió; luego, volvió la página, después, pasó otras. —¡Si está en blanco! —exclamó. —Parece, estarlo. Los mycogenios son obcecadamente primitivistas, aunque no en todo. No ponen objeciones a servirse de la tecnología moderna para modificar lo que les convenga. ¿Quién sabe? —Puede que sí, Hari, pero no comprendo lo que me estás diciendo. —Las páginas no están en blanco, sino cubiertas de microimpresión. Ven, dámelo. Si aprieto esta plaquita que hay en el borde interior de la cubierta..., ¡observa! Al instante, la página por donde el libro estaba abierto se llenó de líneas impresas que se movían hacia arriba con lentitud. —Puedes ajustar la velocidad del movimiento ascendente para que se adapte a tu ritmo de lectura torciendo ligeramente la plaquita a un lado o al otro —explicó Seldon—. Cuando las líneas llegan al borde superior, es decir, cuando tú llegues a tu última línea, vuelven a bajar y se detienen. Entonces, pasas a la página siguiente y continúas. —¿De dónde sale la energía que hace todo esto? —Lleva incluida una batería de microfusión que dura el tiempo que el libro dure. —Entonces, cuando se acaba... —Te deshaces del libro, que a lo mejor te reclaman antes de que se agote, por lo mucho que se utiliza, y te dan otro ejemplar. Nunca se cambia la batería. Dors cogió el libro por segunda vez y lo miró por todos lados. —Debo confesar que nunca había oído hablar de un libro como éste —dijo ella. —Ni yo. En general, la Galaxia ha avanzado tanto en tecnología visual, que olvidó esa posibilidad. —Esto es visual. —Sí, pero no con efectos ortodoxos. Este tipo de libro tiene sus ventajas. Encierra mucho más de lo que suele contener un libro visual corriente. —¿Dónde está el dispositivo...? Ah, veamos si sé hacerlo funcionar. —Dors lo abrió por una

página al azar y puso las líneas en movimiento ascendente—. Me temo que no nos servirá de nada, Hari. Es pregaláctico. No quiero decir el libro, me refiero a la impresión..., al idioma. —¿No puedes leerlo, Dors? Como historiadora... —Como historiadora estoy acostumbrada a luchar con el lenguaje arcaico..., hasta cierto punto. Éste es demasiado antiguo para mí. Entiendo unas palabras aquí y otras allá, pero no las suficientes para que me sirvan de algo. —Bien —exclamó Seldon—. Si es realmente antiguo, me servirá. —No, si no puedo leerlo. —Pero, yo sí puedo. Es bilingüe. No supondrás que Gota de Lluvia Cuarenta y Tres lee las lenguas antiguas, ¿verdad? —Si está debidamente educada, ¿por qué no? —Porque sospecho que las mujeres de Mycogen no se educan más allá de sus tareas domésticas. Algunos de los más cultos podrán leerlo, pero todos los demás necesitarán su traducción al galáctico. —Apretó otra plaquita—. Y esto nos lo proporciona. Las líneas impresas pasaron al galáctico estándar. —Delicioso —exclamó Dors admirada. —Podríamos aprender de estos mycogenios, y no lo hacemos. —No lo hacemos porque lo ignorábamos. —No puedo creerlo. Ahora lo sé. Y tú también lo sabes. Debe de haber forasteros que vienen a Mycogen de vez en cuando, por comercio o política, o no habría cubrecabezas a disposición de quienes los necesiten. Así que, alguna vez, alguien ha tenido que echar un vistazo a este libro impreso y ver cómo funciona. Lo más probable es que lo haya desechado como objeto curioso que no vale la pena estudiar, simplemente porque es de Mycogen. —¿Merece la pena estudiarlo? —Desde luego que sí. Todo merece la pena, o debería merecerla. Probablemente Hummin señalaría que una falta tal de interés por estos libros es otro indicio de la degeneración del Imperio. Levantó el libro y, en un arranque de entusiasmo, exclamó: —Pero yo siento curiosidad y lo leeré. Tal vez me pueda señalar el camino de la psicohistoria. —-Así lo espero, aunque si aceptas mi consejo, primero dormirías y, descansado, lo empezarías mañana por la mañana. No aprenderás gran cosa si te duermes sobre él. Seldon vaciló. —¡Qué maternal eres! —comentó. —Debo cuidar de ti. —Ya tengo una madre, viva, en Helicón. Preferiría que fueras mi amiga. —Respecto a eso, he sido tu amiga desde que te conocí. Le sonrió, y Seldon titubeó como si no estuviera seguro de la respuesta apropiada. —Entonces —concedió al fin—, aceptaré tu consejo, de amiga, y dormiré antes de leer. Inició un gesto como para poner el libro sobre la mesita entre las dos camas, pero dudó, se dio la vuelta y lo guardó debajo de la almohada. Dors Venabili rió por lo bajo. —Creo que tienes miedo de que despierte durante la noche y lea algunas partes del libro antes que tú tengas oportunidad de hacerlo. ¿No es así? —Puede que sí —confesó Seldon, tratando de no parecer avergonzado—. Incluso la amistad tiene sus límites y éste es mi libro y mi psicohistoria. —De acuerdo, te prometo que no pelearemos por eso. A propósito, ibas a decirme algo hace un momento cuando te interrumpí. ¿Lo recuerdas? —No —afirmó Seldon después de pensarlo. Ya a oscuras, sólo podía pensar en el Libro. Ni por asomo se acordó de la historia de la «mano-en-el-muslo». La verdad fue que se le había olvidado por completo, por lo menos de forma consciente. 48 Venabili despertó, y por su cinta horaria pudo decir que el período nocturno había llegado a la mitad. Al no oír roncar a Hari, dedujo que su cama estaba vacía. Si no había salido del apartamento, debía encontrarse en el baño. Llamó ligeramente a la puerta. —¿Hari? —dijo en voz baja.

el Sector de Jennat, donde pasé una semana investigando, el sexo se discutía de manera incesante,<br />

pero sólo para condenarlo. Me figuro que no hay dos sectores en Trantor, ni en otros dos<br />

mundos fuera de Trantor, en que <strong>la</strong> actitud hacia el sexo se duplique por completo.<br />

—¿Sabes lo que haces que parezca? —preguntó Seldon—. Como...<br />

—Te diré lo que parece —le interrumpió Dors—. Toda esta conversación sobre el sexo pone en<br />

c<strong>la</strong>ro una cosa: no voy a perderte de vista nunca más.<br />

—¿Qué?<br />

—Te he dejado suelto dos veces: <strong>la</strong> primera, por propio error; <strong>la</strong> segunda, porque te empeñaste en<br />

ello. Ambas, se trató de una terrible equivocación. Recuerda lo que te ocurrió <strong>la</strong> primera vez.<br />

—Sí, pero no me ha ocurrido nada en <strong>la</strong> segunda —protestó Seldon indignado.<br />

—Has estado en un tris de meterte en un gran lío. Supón que te hubieran pil<strong>la</strong>do en una<br />

escapada sexual con una Hermana.<br />

—No fue sexual...<br />

—Tú mismo me has dicho que estaba con una gran excitación sexual.<br />

—Pero...<br />

—Estaba mal. Por favor, métete esto en <strong>la</strong> cabeza, Hari: de ahora en ade<strong>la</strong>nte, no irás a ninguna<br />

parte sin mí.<br />

—Óyeme —cortó Seldon, g<strong>la</strong>cial—, mi propósito era buscar algo sobre <strong>la</strong> historia de Mycogen y<br />

como resultado de mi seudoescapada sexual con una Hermana, tengo un libro..., el Libro.<br />

—¡El Libro! Cierto, hay un libro. Veámoslo.<br />

Seldon se lo pasó y Dors lo miró pensativa.<br />

—Puede que no nos sirva, Hari. No parece que vaya a encajar en ningún proyector conocido. O<br />

sea, que no tendrás más remedio que pedir un proyector mycogenio y querrán saber para qué lo<br />

quieres. Entonces, descubrirán que tienes el Libro y te lo quitarán.<br />

—Si tus suposiciones fueran correctas —sonrió Seldon—, tu conclusión sería irrebatible, pero<br />

resulta que éste no es el tipo de libro que piensas. No es para ser proyectado. Está impreso en<br />

sus páginas, y <strong>la</strong>s mismas se van volviendo. Gota de Lluvia Cuarenta y Tres me lo fue explicando.<br />

—¡Un libro impreso! —Era difícil decir si Dors estaba impresionada o divertida—. ¡Pero si esto es<br />

de <strong>la</strong> Edad de <strong>la</strong> Piedra!<br />

—Preimperial, aunque no del todo. ¿Has visto alguna vez un libro impreso?<br />

—¿Considerando que soy una historiadora? Pues c<strong>la</strong>ro, Hari.<br />

—Ya. ¿Pero como éste?<br />

Entregó el libro a Dors y ésta, sonriendo, lo abrió; luego, volvió <strong>la</strong> página, después, pasó otras.<br />

—¡Si está en b<strong>la</strong>nco! —exc<strong>la</strong>mó.<br />

—Parece, estarlo. Los mycogenios son obcecadamente primitivistas, aunque no en todo. No ponen<br />

objeciones a servirse de <strong>la</strong> tecnología moderna para modificar lo que les convenga. ¿Quién sabe?<br />

—Puede que sí, Hari, pero no comprendo lo que me estás diciendo.<br />

—Las páginas no están en b<strong>la</strong>nco, sino cubiertas de microimpresión. Ven, dámelo. Si aprieto esta<br />

p<strong>la</strong>quita que hay en el borde interior de <strong>la</strong> cubierta..., ¡observa!<br />

Al instante, <strong>la</strong> página por donde el libro estaba abierto se llenó de líneas impresas que se movían<br />

hacia arriba con lentitud.<br />

—Puedes ajustar <strong>la</strong> velocidad del movimiento ascendente para que se adapte a tu ritmo de lectura<br />

torciendo ligeramente <strong>la</strong> p<strong>la</strong>quita a un <strong>la</strong>do o al otro —explicó Seldon—. Cuando <strong>la</strong>s líneas llegan<br />

al borde superior, es decir, cuando tú llegues a tu última línea, vuelven a bajar y se detienen.<br />

Entonces, pasas a <strong>la</strong> página siguiente y continúas.<br />

—¿De dónde sale <strong>la</strong> energía que hace todo esto?<br />

—Lleva incluida una batería de microfusión que dura el tiempo que el libro dure.<br />

—Entonces, cuando se acaba...<br />

—Te deshaces del libro, que a lo mejor te rec<strong>la</strong>man antes de que se agote, por lo mucho que<br />

se utiliza, y te dan otro ejemp<strong>la</strong>r. Nunca se cambia <strong>la</strong> batería.<br />

Dors cogió el libro por segunda vez y lo miró por todos <strong>la</strong>dos.<br />

—Debo confesar que nunca había oído hab<strong>la</strong>r de un libro como éste —dijo el<strong>la</strong>.<br />

—Ni yo. En general, <strong>la</strong> Ga<strong>la</strong>xia ha avanzado tanto en tecnología visual, que olvidó esa posibilidad.<br />

—Esto es visual.<br />

—Sí, pero no con efectos ortodoxos. Este tipo de libro tiene sus ventajas. Encierra mucho más<br />

de lo que suele contener un libro visual corriente.<br />

—¿Dónde está el dispositivo...? Ah, veamos si sé hacerlo funcionar. —Dors lo abrió por una

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