09. Preludio a la Fundación

La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots. La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.

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Cuarenta y Tres volvió a llevarse las manos a la nariz y entonces, rápida y suavemente, se chupó el dedo. 47 —¿Que te tocó el pelo? —exclamó Dors Venabili. Y contempló el cabello de Seldon como si también estuviera tentada de hacerlo. Seldon se apartó ligeramente. —Por favor, no. Ella hizo que aquel gesto pareciera una perversión. —Y supongo que lo era..., desde su punto de vista. ¿Te produjo algún placer? —¿Placer? Hizo que se me pusiera la carne de gallina. Cuando por fin tuvo bastante, pude volver a respirar tranquilo. No dejaba de pensar: «¿Qué otras condiciones me pondrá?» Dors se echó a reír. —¿Tenías miedo de que te violara?, ¿o la esperanza de que lo hiciera? —Te aseguro que no me atrevía ni a pensar. Sólo quería conseguir el Libro. Se hallaban en su habitación y Dors conectó su distorsionador de campo para tener la plena seguridad de no ser oídos. La noche mycogenia estaba a punto de empezar. Seldon se había despojado del gorro y la kirtle y se había bañado, lavándose cuidadosamente el cabello, que había enjabonado y aclarado por dos veces. Ahora, estaba sentado en su cama y se había puesto una especie de camisón que había encontrado colgado en su ropero. —¿Sabía que tienes pelo en el pecho? —preguntó Dors con los ojos rebosando picardía. —Deseaba con todas mis fuerzas que no se le ocurriera pensarlo. —Pobre Hari. Todo fue perfectamente natural, ¿sabes? Es probable que yo hubiera sentido lo mismo de haberme encontrado a solas con un Hermano. Estoy segura de que habría sido mucho peor porque él creería, siendo lo que es la sociedad mycogenia, que yo, como mujer, no tenía más remedio que obedecer al instante sus órdenes sin protestar. —No, Dors. Puedes creer que todo fue natural, pero tú no lo experimentaste. La pobre mujer era presa de una tremenda excitación sexual. Todos sus sentidos estaban al descubierto... Olía sus dedos, hasta se los lamió. Si hubiera podido oír cómo crece el pelo, habría escuchado con avidez. —Por eso mismo he dicho que era «natural». Cualquier cosa que se haga, que esté prohibida, gana en atractivo sexual. ¿Estarías especialmente interesado por los senos de una mujer si vivieras en una sociedad en que los llevaran siempre al descubierto? —Creo que sí. —¿No te sentirías más interesado si siempre estuvieran cubiertos, como ocurre en la mayor parte de las sociedades...? Oye, déjame que te cuente algo que me ocurrió. Fue en Cinna, en un lugar de veraneo, junto a un lago... Supongo que también tenéis lugares así en Helicón, playas y demás, ¿no? —Pues claro que sí —contestó Seldon, ligeramente molesto—. ¿Qué te has creído que es Helicón, un mundo de roca y montaña, con sólo agua del pozo para beber? —No ha sido mi intención ofenderte, Hari. Sólo quería asegurarme de que situaras bien la historia. En nuestras playas de Cinna, somos bastante despreocupados sobre lo que llevamos..., o no llevamos. —¿Playas nudistas? —No se trata de eso, aunque supongo que si alguien se quitara toda la ropa, nadie se fijaría demasiado. Se acostumbraba a llevar un mínimo decente, pero debo admitir que lo que consideramos decente deja muy poco trabajo a la imaginación. —En Helicón, tenemos unos niveles de decencia algo más elevados. —Sí, lo deduzco por tu cuidadosa forma de tratarme, pero a cada uno lo suyo. Vamos al grano, yo estaba sentada en una pequeña playa junto al lago cuando un joven, con el que había hablado un poco antes, se me acercó. Era un chico decente y no tengo nada en contra de él. Se sentó en el brazo de mi butaca y, a fin de apoyarse, puso su mano derecha sobre mi muslo izquierdo, que, como es natural, estaba desnudo. «Después de hablar unos minutos conmigo, dijo con cierto descaro: «Aquí estoy yo, apenas me conoces y sin embargo parece absolutamente natural que apoye la mano en tu muslo. Además, también debe parecértelo a ti, ya que no da la sensación de importarte que la deje ahí.» «Entonces fue cuando me di cuenta de que su mano estaba en mi muslo. La piel desnuda en público parece perder algo de su calidad sexual. Como te he dicho, lo crucial es lo que queda oculto a la vista... Y el muchacho lo sintió también porque al instante observó: «Si nos

encontráramos en condiciones formales y llevaras un traje, ni se te ocurriría dejarme levantarte la falda para apoyar mi mano en tu muslo, en el mismo lugar en que la tengo ahora.» »Me eché a reír y seguimos hablando de una cosa y otra. Naturalmente, al joven, una vez me había llamado la atención sobre la posición de su mano, dejó de parecerle apropiado mantenerla allí y la retiró. «Aquella noche, me vestí para la cena con más cuidado que en otras ocasiones y me puse un traje que parecía más formal de lo necesario en comparación con lo que otras mujeres llevaban. Me encontré con el joven en cuestión. Estaba sentado a una de las mesas. Me acerqué y lo saludé. »—Aquí me tienes —le dije—, vestida, pero debajo del traje, mi muslo izquierdo sigue desnudo. Levanta la falda y pon tu mano sobre mi muslo izquierdo, como hiciste esta tarde. »Lo intentó. Tengo que reconocer que lo intentó, pero todo el mundo nos miraba. Yo no se lo hubiera impedido y tengo la seguridad de que nadie lo habría hecho, mas no se atrevió. El lugar no era distinto de lo que había sido antes y, en ambos casos, las mismas personas estaban presentes. Resultaba muy claro que yo había tomado la iniciativa y que, por lo tanto, no tenía nada que objetar, pero no se decidió a violar las buenas maneras. Las condiciones que habían sido «mano-en-el-muslo» por la tarde, no eran «mano-en-el-muslo» por la noche y esto era más significativo de lo que la lógica podía decir. —Yo sí habría puesto mi mano en tu muslo —dijo Seldon. —¿Estás seguro? —Por completo. —¿Aunque tu nivel de decencia en la playa sea más alto que los nuestros? —Sí. Dors se sentó en su cama, luego, se echó con las manos cruzadas detrás de la cabeza. —¿De modo que no te turba demasiado que lleve puesto un camisón con muy poco debajo? —No estoy especialmente escandalizado. En cuanto a sentirme turbado, depende de la definición de la palabra. Me doy perfecta cuenta de cómo estás vestida. —Bien, pero si vamos a estar encerrados aquí durante cierto tiempo, tendremos que aprender a ignorar todo eso. —O aprovecharnos de ello —observó Seldon riendo—. Y me agrada tu cabello. Después de verte calva todo el día, me gusta tu pelo. —Bueno, pero no lo toques. Todavía no me lo he lavado. —Entrecerró los ojos—. Es interesante. Has separado el nivel informal del formal de la respetabilidad. Lo que estás insinuando es que Helicón es más respetable en su nivel informal que Cinna, y menos respetable en el nivel formal. ¿Lo he dicho bien? —En realidad, sólo hablaba del muchacho que puso su mano en tu muslo, y de mí. No sabría decirte lo representativos que son los de Cinna y los de Helicón respectivamente. Puedo imaginar a ciertos individuos perfectamente decentes en ambos mundos..., y algunos descarados, también. —Estamos hablando de presiones sociales. No es que yo sea una viajera galáctica, pero he tenido que verme mezclada en mucha historia social. En el planeta de Derowd, hubo un tiempo en que las relaciones premaritales eran del todo libres. El sexo múltiple estaba autorizado para los solteros y sólo se censuraba el sexo en público si bloqueaban el tráfico. Sin embargo, después del matrimonio, la monogamia era absoluta, inquebrantable. Se partía de la teoría de que si se permitía uno todas las fantasías en un principio, después, uno encajaba perfectamente en el lado serio de la vida. —¿Y funcionaba? —Hace unos trescientos años se acabó, pero algunos de mis colegas dicen que cesó por las presiones exteriores de otros mundos que perdían beneficios turísticos en favor de Derowd. También existe la total presión social galáctica. —O presión económica, como en este caso. —Quizás. Además, estando en la Universidad, tengo la oportunidad de estudiar presiones sociales, sin ser una viajera galáctica. Conozco a gente de muchos sitios de dentro y fuera de Trantor. Una de las diversiones preferidas del departamento de Ciencias Sociales es la comparación de las presiones sociales. »Aquí en Mycogen, por ejemplo, tengo la impresión de que el sexo se halla estrictamente controlado y sólo está permitido bajo las reglas más rígidas, tanto más duras cuanto que no se discuten nunca. En el Sector de Streeling, el sexo tampoco se discute, pero no es condenado. En

Cuarenta y Tres volvió a llevarse <strong>la</strong>s manos a <strong>la</strong> nariz y entonces, rápida y suavemente, se chupó<br />

el dedo.<br />

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—¿Que te tocó el pelo? —exc<strong>la</strong>mó Dors Venabili. Y contempló el cabello de Seldon como si<br />

también estuviera tentada de hacerlo. Seldon se apartó ligeramente.<br />

—Por favor, no. El<strong>la</strong> hizo que aquel gesto pareciera una perversión.<br />

—Y supongo que lo era..., desde su punto de vista. ¿Te produjo algún p<strong>la</strong>cer?<br />

—¿P<strong>la</strong>cer? Hizo que se me pusiera <strong>la</strong> carne de gallina. Cuando por fin tuvo bastante, pude volver a<br />

respirar tranquilo. No dejaba de pensar: «¿Qué otras condiciones me pondrá?»<br />

Dors se echó a reír.<br />

—¿Tenías miedo de que te vio<strong>la</strong>ra?, ¿o <strong>la</strong> esperanza de que lo hiciera?<br />

—Te aseguro que no me atrevía ni a pensar. Sólo quería conseguir el Libro.<br />

Se hal<strong>la</strong>ban en su habitación y Dors conectó su distorsionador de campo para tener <strong>la</strong> plena<br />

seguridad de no ser oídos.<br />

La noche mycogenia estaba a punto de empezar. Seldon se había despojado del gorro y <strong>la</strong> kirtle y<br />

se había bañado, <strong>la</strong>vándose cuidadosamente el cabello, que había enjabonado y ac<strong>la</strong>rado por dos<br />

veces. Ahora, estaba sentado en su cama y se había puesto una especie de camisón que había<br />

encontrado colgado en su ropero.<br />

—¿Sabía que tienes pelo en el pecho? —preguntó Dors con los ojos rebosando picardía.<br />

—Deseaba con todas mis fuerzas que no se le ocurriera pensarlo.<br />

—Pobre Hari. Todo fue perfectamente natural, ¿sabes? Es probable que yo hubiera sentido lo<br />

mismo de haberme encontrado a so<strong>la</strong>s con un Hermano. Estoy segura de que habría sido mucho<br />

peor porque él creería, siendo lo que es <strong>la</strong> sociedad mycogenia, que yo, como mujer, no tenía más<br />

remedio que obedecer al instante sus órdenes sin protestar.<br />

—No, Dors. Puedes creer que todo fue natural, pero tú no lo experimentaste. La pobre mujer<br />

era presa de una tremenda excitación sexual. Todos sus sentidos estaban al descubierto... Olía sus<br />

dedos, hasta se los <strong>la</strong>mió. Si hubiera podido oír cómo crece el pelo, habría escuchado con avidez.<br />

—Por eso mismo he dicho que era «natural». Cualquier cosa que se haga, que esté prohibida,<br />

gana en atractivo sexual. ¿Estarías especialmente interesado por los senos de una mujer si<br />

vivieras en una sociedad en que los llevaran siempre al descubierto?<br />

—Creo que sí.<br />

—¿No te sentirías más interesado si siempre estuvieran cubiertos, como ocurre en <strong>la</strong> mayor parte<br />

de <strong>la</strong>s sociedades...? Oye, déjame que te cuente algo que me ocurrió. Fue en Cinna, en un lugar<br />

de veraneo, junto a un <strong>la</strong>go... Supongo que también tenéis lugares así en Helicón, p<strong>la</strong>yas y<br />

demás, ¿no?<br />

—Pues c<strong>la</strong>ro que sí —contestó Seldon, ligeramente molesto—. ¿Qué te has creído que es Helicón,<br />

un mundo de roca y montaña, con sólo agua del pozo para beber?<br />

—No ha sido mi intención ofenderte, Hari. Sólo quería asegurarme de que situaras bien <strong>la</strong><br />

historia. En nuestras p<strong>la</strong>yas de Cinna, somos bastante despreocupados sobre lo que llevamos..., o<br />

no llevamos.<br />

—¿P<strong>la</strong>yas nudistas?<br />

—No se trata de eso, aunque supongo que si alguien se quitara toda <strong>la</strong> ropa, nadie se fijaría<br />

demasiado. Se acostumbraba a llevar un mínimo decente, pero debo admitir que lo que<br />

consideramos decente deja muy poco trabajo a <strong>la</strong> imaginación.<br />

—En Helicón, tenemos unos niveles de decencia algo más elevados.<br />

—Sí, lo deduzco por tu cuidadosa forma de tratarme, pero a cada uno lo suyo. Vamos al grano,<br />

yo estaba sentada en una pequeña p<strong>la</strong>ya junto al <strong>la</strong>go cuando un joven, con el que había<br />

hab<strong>la</strong>do un poco antes, se me acercó. Era un chico decente y no tengo nada en contra de él. Se<br />

sentó en el brazo de mi butaca y, a fin de apoyarse, puso su mano derecha sobre mi muslo<br />

izquierdo, que, como es natural, estaba desnudo.<br />

«Después de hab<strong>la</strong>r unos minutos conmigo, dijo con cierto descaro: «Aquí estoy yo, apenas me<br />

conoces y sin embargo parece absolutamente natural que apoye <strong>la</strong> mano en tu muslo. Además,<br />

también debe parecértelo a ti, ya que no da <strong>la</strong> sensación de importarte que <strong>la</strong> deje ahí.»<br />

«Entonces fue cuando me di cuenta de que su mano estaba en mi muslo. La piel desnuda en<br />

público parece perder algo de su calidad sexual. Como te he dicho, lo crucial es lo que<br />

queda oculto a <strong>la</strong> vista... Y el muchacho lo sintió también porque al instante observó: «Si nos

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