09. Preludio a la Fundación
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
La historia comienza con la llegada de Hari Seldon al planeta-ciudad de Trántor desde su planeta natal, Helicón, para asistir a una Convención de Matemáticos. Allí se verá envuelto en un conflicto entre el alcalde de Wye, un Sector de Trántor, y el Emperador Galáctico Cleón I. Ambos quieren apoderarse de la psicohistoria que Seldon ha intuido que se puede desarrollar a partir de ciertas formulaciones matemáticas puramente teóricas. Así, se ve forzado a huir por varios Sectores del planeta Trántor (capital del Imperio Galáctico), en las que entra en contacto con las leyendas sobre la Tierra y los robots.
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Estupefacto, Hari Seldon miró a Gota de Lluvia Cuarenta y Tres. Durante unos segundos,<br />
c<strong>la</strong>ramente perceptibles, no entendió de qué le estaba hab<strong>la</strong>ndo. Se había olvidado de que llevaba<br />
<strong>la</strong> cabeza cubierta.<br />
Luego, se llevó <strong>la</strong> mano a <strong>la</strong> cabeza y, por primera vez, conscientemente, sintió el cubrecabezas que<br />
llevaba. Era suave, aunque percibió <strong>la</strong> diminuto resistencia del cabello que estaba debajo. Poca,<br />
c<strong>la</strong>ro, porque, después de todo, lo llevaba corto y tenía poco cuerpo.<br />
—¿Por qué? —preguntó.<br />
—Porque lo quiero así. Porque ésta es <strong>la</strong> condición que te impongo si quieres ver el Libro.<br />
—Bueno, si te empeñas. —Y con <strong>la</strong> mano tanteó en busca del borde para quitárselo.<br />
—No —objetó el<strong>la</strong>—. Déjame a mí. Yo lo haré. —Lo miraba como si fuera a comérselo.<br />
Seldon dejó caer <strong>la</strong>s manos sobre <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s.<br />
—Ade<strong>la</strong>nte.<br />
La Hermana se puso en pie al instante y se sentó junto a él, sobre el camastro. Despacio, con<br />
cuidado, levantó el cubrecabezas por encima de <strong>la</strong> oreja. Otra vez, volvió a pasarse <strong>la</strong> lengua por<br />
los <strong>la</strong>bios y él <strong>la</strong> notó jadeante mientras le retiraba el gorro de <strong>la</strong> frente y lo miraba. Entonces,<br />
se desprendió del todo y el cabello de Seldon, liberado, pareció agitarse encantado de su<br />
libertad.<br />
—Mantener el cabello bajo el gorro me ha hecho sudar, probablemente, <strong>la</strong> cabeza —alegó,<br />
turbado—. Si es así, tendré el cabello húmedo. —Levantó <strong>la</strong> mano, como si quisiera comprobarlo,<br />
pero el<strong>la</strong> se <strong>la</strong> apartó.<br />
—Quiero hacerlo yo. Forma parte de <strong>la</strong> condición. —Sus dedos, lentos, indecisos, rozaron el cabello,<br />
pero los retiró. Volvió a tocarle y lo acarició con dulzura—. Está seco —dijo—. Su tacto es...<br />
bueno...<br />
—¿Habías tocado antes cabello cefálico?<br />
—En los niños, a veces. Éste... es diferente —Volvió a acariciarlo.<br />
—¿En qué aspecto? —Seldon, pese a su embarazosa situación, no podía dejar de sentir<br />
curiosidad.<br />
—No podría decirlo. Sólo... diferente.<br />
—¿Te basta ya? —preguntó Hari pasado un rato.<br />
—No. No me apresures. ¿Puedes conseguir que quede como tú quieras?<br />
—Poco. Tiene su inclinación natural; además, necesitaría un peine para hacerlo, y no llevo<br />
ninguno.<br />
—¿Un peine?<br />
—Sí, un objeto con púas..., bueno, como un rastrillo, aunque <strong>la</strong>s púas están más compactas y son<br />
algo más b<strong>la</strong>ndas en el peine.<br />
—¿No puedes hacerlo con los dedos? —preguntó mientras pasaba los suyos por el cabello.<br />
—En cierto modo sí, mas no queda muy bien.<br />
—Por detrás está hirsuto.<br />
—Porque lo llevo más corto ahí.<br />
Gota de Lluvia pareció recordar algo.<br />
—¡Las cejas! ¿No es así como <strong>la</strong>s l<strong>la</strong>máis? —Arrancó <strong>la</strong>s tiras que <strong>la</strong>s cubrían y pasó los dedos por<br />
el suave arco ciliar, a contrapelo.<br />
—¡Qué agradable! —exc<strong>la</strong>mó riendo fuerte, de un modo parecido a <strong>la</strong> risita de su hermana<br />
pequeña—. ¡Qué monada!<br />
—¿Hay algo más que forme parte, también de <strong>la</strong> condición? —preguntó Seldon, un poco<br />
impaciente.<br />
Dio <strong>la</strong> sensación de que Gota de Lluvia iba a contestar afirmativamente, mas no dijo nada. En<br />
cambio, retiró <strong>la</strong>s manos precipitadamente y se <strong>la</strong>s llevó a <strong>la</strong> nariz. Seldon se preguntó qué<br />
estaría tratando de oler.<br />
—¡Qué extraño! —musitó el<strong>la</strong>—. ¿Puedo..., puedo hacerlo otra vez?<br />
—Si me dejas el Libro durante el tiempo necesario para estudiarlo, a lo mejor te dejo —ofreció<br />
Seldon, incómodo.<br />
Gota de Lluvia Cuarenta y Tres metió <strong>la</strong> mano dentro de su túnica, y de una abertura que<br />
Seldon no había observado antes, de algún bolsillo secreto, sacó un libro encuadernado en un<br />
material flexible y resistente. Lo cogió al tiempo que se esforzaba por contro<strong>la</strong>r su excitación.<br />
Mientras Seldon reajustaba su cubrecabeza a fin de ocultar su cabello, Gota de Lluvia