06. En la Arena Estelar

En la arena estelar, publicada por primera vez en 1951, con el título original de The Stars, Like Dust (Las estrellas, como polvo) es una novela de ciencia ficción de Isaac Asimov. Su título alude al polvo interestelar que impide la visión de las estrellas en la Nebulosa Cabeza de Caballo, región de la Vía Láctea donde tiene lugar la mayor parte de la historia. En la arena estelar, publicada por primera vez en 1951, con el título original de The Stars, Like Dust (Las estrellas, como polvo) es una novela de ciencia ficción de Isaac Asimov. Su título alude al polvo interestelar que impide la visión de las estrellas en la Nebulosa Cabeza de Caballo, región de la Vía Láctea donde tiene lugar la mayor parte de la historia.

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lo confiscarán, lo mismo que confiscaron mis tierras, se lo adjudicarán a Hinrik. Los tyrannios creerán así más seguras aquellas tierras, y allá es adonde tiene que ir. —¿Porqué? —Porque Hinrik tiene influencia sobre los tyrannios; tanta influencia como pueda tener un títere. Tal vez consiga que le rehabiliten. —No veo por qué. Lo más probable es que me entregue a ellos. —Efectivamente. Pero estará precavido, y puede tener una posibilidad de evitarlo. Recuerde que su título es valioso e importante, pero no es suficiente por sí solo. En estos asuntos de conspiraciones hay que ser prácticos por encima de todo. La gente se unirá en torno a usted por razones sentimentales y por respeto a su nombre, pero para conservarlas necesitará dinero. —Necesito tiempo para decidir—consideró Biron. —No hay tiempo. Su tiempo expiró cuando dejaron la bomba de radiación en su cuarto. Actuemos en seguida: puedo darle una carta de presentación para Hinrik de Rhodia. —¿Tanto le conoce? —Sus sospechas nunca andan muy lejos, ¿verdad? Una vez fui jefe de una misión a la corte de Hinrik en representación del autarca de Lingane. Probablemente su imbécil cerebro no me recordará, pero no se atreverá a confesar que lo ha olvidado. Le servirá de presentación, y desde allí podrá improvisar. Tendré la carta preparada por la mañana. Hay una nave que sale para Rhodia a mediodía. Tengo billetes para usted. Yo también me voy, pero por otra ruta. No se entretenga. Aquí ya ha terminado, ¿verdad? —Falta la entrega del diploma. —Es sólo un trozo de pergamino. ¿Le importa? —Ahora no. —¿Tiene dinero? —Suficiente. —Muy bien. Si tuviera demasiado sena sospechoso —dijo Jonti con voz imperiosa—. ¡Farrill! obras. Biron salió de su estado cercano a la estupefacción. —¿Qué? —Reúnase con los demás. No diga a nadie que se va. Deje que hablen las Biron asintió como atontado. En el fondo de su mente quedaba el presentimiento de que no había cumplido su misión, y que también en aquella ocasión había fallado a su moribundo padre. Se sintió torturado por una amargura inútil. Debería haberle dicho más. Podía haber compartido los peligros. No debió permitirle que obrara en la ignorancia. Y ahora que sabía la verdad o. por lo menos, sabia más que antes acerca del papel de su padre en la conspiración, resultaba aún más importante el documento que debía haber obtenido de los archivos de la Tierra. Pero ya no quedaba tiempo para conseguirlo, ni para preocuparse de él, ni para salvar a su padre; quizá ni siquiera quedaba tiempo para vivir. 15

—Haré tal como me dice, Jonti —declaró. Sander Jonti se detuvo en los escalones de acceso al dormitorio de la universidad y lanzó una rápida ojeada. No había ciertamente admiración en su mirada. Mientras descendía al camino enladrillado que serpenteaba con escasa elegancia a través de la atmósfera seudorrústica que asumían desde la antigüedad todos los ambientes universitarios, podía ver enfrente el resplandor de las luces de la única calle importante de la ciudad. Más allá, ahogado durante el día, pero visible ahora, se percibía el eterno azul radiactivo del horizonte, mudo testigo de guerras prehistóricas. Jonti contempló durante un momento el cielo. Habían pasado más de cincuenta años desde que los tyrannios vinieron para poner abrupto término a las vidas separadas de dos docenas de unidades políticas distantes y pendencieras en las profundidades, más allá de la Nebulosa. Ahora, de improviso y prematuramente, pesaba sobre ellas la paz de la estrangulación. La tempestad que las había devastado con un inmenso estallido era algo de lo que aún no se habían recuperado. No había dejado más que una especie de espasmo que de vez en cuando agitaba un mundo aquí o allá. Organizar esos espasmos, sincronizarlos en un impulso oportuno, sería tarea larga y difícil. Jonti llevaba ya demasiado tiempo en la Tierra; era hora de regresar. Los otros, allá en su patria, probablemente trataban en aquel preciso instante de entrar en contacto con él. Apretó el paso. Captó el haz de luz en cuanto entró en su habitación. Era un haz personal, por cuya seguridad no sentía todavía temor alguno, y que no presentaba ningún fallo en su secreto. No se requería un receptor especial; nada de metal y alambres para captar las débiles oleadas de electrones que susurraban a través del hiperespacio desde un mundo que distaba quinientos años luz. En su habitación el espacio mismo estaba polarizado y dispuesto para la recepción. Su estructura había dejado de ser fortuita. No había manera de detectar tal polarización, excepto por medio del receptor. Y en aquel volumen determinado de espacio sólo su propia mente podía actuar como receptor: puesto que solamente las características eléctricas de su propio sistema de células nerviosas podían resonar a las vibraciones del haz luminoso que transportaba el mensaje. El mensaje era tan privado como las características únicas de sus propias ondas cerebrales, y en todo el universo, con sus cuatrillones de seres humanos, la probabilidad de que se produjese un duplicado lo suficientemente semejante para permitir que un hombre pudiese captar la onda personal de otro era un número de veinte cifras contra uno. El cerebro de Jonti se orientaba hacia la llamada que se deslizaba a través del espacio, del vado incomprensible del hiperespacio. —...llamando..., llamando.... llamando..., llamando... Emitir no era tan sencillo como recibir. Se requería un dispositivo mecánico para establecer la onda portadora específica que devolvería el contacto hasta más allá de la Nebulosa. Ese dispositivo se encontraba dentro del botón de adorno que llevaba en el hombro derecho, y se activó automáticamente en cuanto entró en su volumen de 16

—Haré tal como me dice, Jonti —dec<strong>la</strong>ró.<br />

Sander Jonti se detuvo en los escalones de acceso al dormitorio de <strong>la</strong><br />

universidad y <strong>la</strong>nzó una rápida ojeada. No había ciertamente admiración en su mirada.<br />

Mientras descendía al camino en<strong>la</strong>dril<strong>la</strong>do que serpenteaba con escasa<br />

elegancia a través de <strong>la</strong> atmósfera seudorrústica que asumían desde <strong>la</strong> antigüedad<br />

todos los ambientes universitarios, podía ver enfrente el resp<strong>la</strong>ndor de <strong>la</strong>s luces de <strong>la</strong><br />

única calle importante de <strong>la</strong> ciudad. Más allá, ahogado durante el día, pero visible<br />

ahora, se percibía el eterno azul radiactivo del horizonte, mudo testigo de guerras<br />

prehistóricas.<br />

Jonti contempló durante un momento el cielo. Habían pasado más de cincuenta<br />

años desde que los tyrannios vinieron para poner abrupto término a <strong>la</strong>s vidas<br />

separadas de dos docenas de unidades políticas distantes y pendencieras en <strong>la</strong>s<br />

profundidades, más allá de <strong>la</strong> Nebulosa. Ahora, de improviso y prematuramente,<br />

pesaba sobre el<strong>la</strong>s <strong>la</strong> paz de <strong>la</strong> estrangu<strong>la</strong>ción.<br />

La tempestad que <strong>la</strong>s había devastado con un inmenso estallido era algo de lo<br />

que aún no se habían recuperado. No había dejado más que una especie de espasmo<br />

que de vez en cuando agitaba un mundo aquí o allá. Organizar esos espasmos,<br />

sincronizarlos en un impulso oportuno, sería tarea <strong>la</strong>rga y difícil. Jonti llevaba ya<br />

demasiado tiempo en <strong>la</strong> Tierra; era hora de regresar.<br />

Los otros, allá en su patria, probablemente trataban en aquel preciso instante<br />

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Apretó el paso.<br />

Captó el haz de luz en cuanto entró en su habitación. Era un haz personal, por<br />

cuya seguridad no sentía todavía temor alguno, y que no presentaba ningún fallo en su<br />

secreto. No se requería un receptor especial; nada de metal y a<strong>la</strong>mbres para captar <strong>la</strong>s<br />

débiles oleadas de electrones que susurraban a través del hiperespacio desde un<br />

mundo que distaba quinientos años luz.<br />

<strong>En</strong> su habitación el espacio mismo estaba po<strong>la</strong>rizado y dispuesto para <strong>la</strong><br />

recepción. Su estructura había dejado de ser fortuita. No había manera de detectar tal<br />

po<strong>la</strong>rización, excepto por medio del receptor. Y en aquel volumen determinado de<br />

espacio sólo su propia mente podía actuar como receptor: puesto que so<strong>la</strong>mente <strong>la</strong>s<br />

características eléctricas de su propio sistema de célu<strong>la</strong>s nerviosas podían resonar a <strong>la</strong>s<br />

vibraciones del haz luminoso que transportaba el mensaje.<br />

El mensaje era tan privado como <strong>la</strong>s características únicas de sus propias ondas<br />

cerebrales, y en todo el universo, con sus cuatrillones de seres humanos, <strong>la</strong><br />

probabilidad de que se produjese un duplicado lo suficientemente semejante para<br />

permitir que un hombre pudiese captar <strong>la</strong> onda personal de otro era un número de<br />

veinte cifras contra uno.<br />

El cerebro de Jonti se orientaba hacia <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada que se deslizaba a través del<br />

espacio, del vado incomprensible del hiperespacio.<br />

—...l<strong>la</strong>mando..., l<strong>la</strong>mando.... l<strong>la</strong>mando..., l<strong>la</strong>mando...<br />

Emitir no era tan sencillo como recibir. Se requería un dispositivo mecánico<br />

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