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EL CAMINO HACIA LA LIBERTAD.<br />
Las noticias corrían a través del viento intoxicado de muerte. Los rostros demacrados de<br />
jóvenes, ocultos entre las sombras, iban marcados con las garras de la injusticia. Los<br />
habitantes judíos de Weimar huían hacia lugares profundos en los cuales podrían<br />
esconderse por tiempos indescifrables. El peligro estaba casi sobre ellos. Los nazis los<br />
querían muertos.<br />
«Personas». August analizó el término mientras se mantenía estático en su escondite.<br />
Ellos no los consideraban personas. Ese era el principal motivo por el cual los<br />
perseguían, ¿cierto? No había otra explicación.<br />
Sólo lo hacían y ya.<br />
Su madre, Adelaide Schütz, había sido capturada hacía tan sólo unas semanas. A él le<br />
parecían años. ¿Tanto había transcurrido en ese ridículo lapso de tiempo? August sentía<br />
como si a sus quince años se le hubiesen añadido unos diez más, por lo menos. Estaba<br />
exhausto, hambriento e irritado. Los dedos de sus manos se adornaban con rojos y<br />
duros callos, causándole un pequeño y no tan notorio malestar al joven de vez en<br />
cuando. Se había acostumbrado tanto al dolor que tendría que ser algo realmente grave<br />
lo que lo hiriera si pretendía hacerle sufrir.<br />
Pensando. Eso era en lo único que August había estado gastando fuerzas por las últimas<br />
horas, tanto que no había notado el repentino silencio sepulcral que inundaba el lugar<br />
de una manera un tanto terrorífica.<br />
Su corazón se detuvo por un segundo, temiendo el momento en el que eventualmente lo<br />
descubrirían. Sufriendo y analizando las opciones que tendría si es que era encontrado.<br />
Las pocas maneras y posibilidades de salir ileso.
No pudo evitar llevar sus pensamientos hacia aquel día en el que su madre lo había<br />
dejado, no por voluntad propia, sino bajo la obligación de armamentos nazis.<br />
El recuerdo permanecía intacto allí, en su mente, tan claro como si estuviese siendo<br />
reproducido delante de él en ese mismo momento. Su madre se había dejado llevar, se<br />
había entregado a ellos para el beneficio de August. Le había proporcionado tiempo para<br />
huir, creando distracciones inútiles que, luego, se convertirían en castigos hacia ella, por<br />
supuesto. “No dejes que el miedo te consuma, August” le había dicho, “consúmelo tú.”<br />
Sus últimas palabras.<br />
Según había oído, la llevarían a Berlín. Aunque, si de algo él estaba seguro, no lo harían<br />
directamente. La tomarían presa al principio, sólo unos días, y luego se la llevarían a<br />
Sachsenhausen, o quizá a Ravensbrück.<br />
No tenía forma de saberlo. Y aunque lo hiciera, nunca podría hallar la manera de llegar<br />
allí. Pensar siquiera en el hecho era absurdo, dado que por más que se apareciese ahí, en<br />
busca de su madre, no podrían salir. Y él le había prometido que sus esfuerzos no serían<br />
en vano, por mucho que le doliese dejarla ir.<br />
Aunque costase, él tendría que hacerlo.<br />
No se había dado cuenta del correr del tiempo mientras se sumergía en sus<br />
pensamientos, por lo que tampoco se había puesto a razonar el porqué la gente de<br />
repente había callado.<br />
Los murmullos ahora eran notables.<br />
August no logró descifrar por sí solo el significado del turbio amontonamiento de<br />
personas que ya se hacía distinguir. Quizá –y sólo quizá– lograría pasar desapercibido<br />
entre ellas una vez que se hiciese mayor. Aunque tendría que apurarse si no quería<br />
cruzarse a ningún digno soldado del Führer, porque entonces estaría muerto.
Se acomodó entre los escombros del edificio derrumbado en el que se hallaba oculto,<br />
evitando con astucia el provocar ningún movimiento brusco. Hacía unos días los<br />
soldados habían atacado, destruyendo todas las edificaciones judías y comunistas–lo<br />
que sea que significara la palabra, pensó August– y demás a su paso, por lo que de<br />
ellos sólo eso quedaba. Escombros y restos.<br />
Él era judío, y por eso querían matarlo. Se repitió que sólo eso debía preocuparle.<br />
Observando curioso como un grupo de personas se agrupaba en la calle, un grito<br />
proveniente del lugar se coló por sus oídos, tomándolo por sorpresa. Sus facciones se<br />
desordenaron, y quiso ver. Incluso aunque sabía que lo más estúpido y peligroso que él<br />
alguna vez podría hacer sería ir, mostrarse, y venderse gratuitamente a las manos de<br />
aquellos que lo buscaban, él quería saber que ocurría.<br />
Así es el ser humano, fascinado por lo prohibido y atraído por lo imposible.<br />
No obstante, razonó al último minuto que incluso aunque su intriga era enorme, no<br />
podía arriesgarse. No era tan estúpido e inmaduro como para correr tal riesgo.<br />
Soltó su labio inferior, el cual tenía retenido entre sus dientes. Sacó el huesudo y pálido<br />
par de manos de sus bolsillos remendados (los cuales no alcanzaban para mantener el<br />
calor) y avanzó sin quitarle la vista a ningún sector. Prácticamente se pegó a las paredes,<br />
ocultándose en las sombras que a solas lo acompañaban. Raspó sus rodillas,<br />
arrastrándose sobre ellas en los escombros, y buscó con sus ojos cansados la salida.<br />
Había oído el término «libertad» un millar de veces, más nunca lograba descifrar su<br />
completo significado. Parecía tan amplio e inalcanzable, pero a la vez tan limitado para<br />
él.<br />
No era como si se hubiese preocupado en analizarlo, y ciertamente no lo haría ahora.
Dobló en una esquina, sintiendo los vellos de su nunca erizarse nerviosamente. La calle<br />
estaba iluminada, vacía. Eso no lo tranquilizaba, sino que lo inquietaba.<br />
Se arriesgó, entonces víctima de la adrenalina, y corrió con el mayor sigilo posible hacia<br />
la oscuridad benevolente. Aterrizó sus lánguidos brazos sobre las rodillas al llegar al otro<br />
lado, al camino abierto, respirando arduamente y siendo despedido por el sonido de<br />
marcha, disparos, y un coro de «Heil, Hitler!» proveniente del lugar del cual había<br />
escapado.<br />
En algún otro lugar de aquella ciudad, Ava Dobbelsteen iba por ahí, con la tripa<br />
rugiendo de hambre y su cuerpo suplicando por una cobija. Se había dejado llevar por su<br />
instinto las últimas semanas, justo después de que el armamento nazi arrebatara la vida<br />
de su pequeño y escuálido mejor amigo, Marcus Lehrer, en sus propios ojos. Con sus 17<br />
años ya comprendía la seriedad del problema, y se daba cuenta de la injusticia que este<br />
implicaba.<br />
¿Cuál era el crimen tan terrible por el cual ellos juzgaban a los judíos? No lo sabía. De lo<br />
único que estaba segura era que el sentimiento hacia ellos era todo, menos agradable. Y<br />
le pesaba.<br />
Su motivación por sobrevivir había quedado enterrada bajo las pisadas de la gente,<br />
retenida entre la tierra. No lograba encontrar motivos de seguir su camino. Lo más<br />
tentador que se la había ocurrido hasta ahora era recostarse, dormir, y aceptar lo que el<br />
destino quisiese.<br />
Después de todo, las razones por las que había luchado alguna vez ya no eran reales. Sus<br />
padres habían muerto, su mejor amigo también. Ni siquiera algún pariente o conocido le<br />
quedaba como opción para sobrevivir. Incluso aunque supiera de su existencia, no los
obligaría a vivir al borde del peligro teniendo a un judío en casa. “El mayor de los<br />
crímenes”.<br />
No, ella iba a continuar sola, sin permitirse arriesgar la vida de nadie más que la de ella<br />
misma.<br />
El frío mordía sus mejillas, resquebrajaba sus labios y entumecía sus piernas. Lo único<br />
que lo hacía mantener el calor era el constante escape a pie. La comida no era algo que<br />
August hubiera encontrado en días, quizá incluso semanas. El agua no se conseguía en<br />
cualquier lugar, los soldados se habían encargado de destrozar cualquier cosa que<br />
ayudase a escapar de ellos.<br />
Él tragó, sintiendo su garganta doler. Sus párpados tiritaban, y no estaba seguro de si<br />
era el sueño el culpable de ello, o el mismo frío. Ninguno era mejor. Había caminado<br />
tanta distancia que ya no recordaba en donde estaba, aunque podría asegurar que no<br />
había salido de Weimar aún.<br />
No recordaba que la ciudad fuese tan grande.<br />
Los hombres con armamento rodeaban las afueras, lo había oído hacía días, cuando se<br />
ocultaba de un vendedor furioso que quiso entregarlo al darse cuenta de su procedencia.<br />
Había logrado huir, para su suerte, pero no dudaba la posibilidad de ser atrapado.<br />
Tampoco quería sentirse paranoico.<br />
Su cuello dolía, estaba entumecido. «Diablos,» pensó, consciente de la palabra que<br />
había sonado en su mente sin poder detenerla « ¿cuánto tardará hasta que se<br />
indisponga mi cuerpo entero?». Después de todo, nadie es irrompible. Llegaría el<br />
momento en el que su joven y descuidado cuerpo no soportaría la exposición.
Sus ojos viajaron al cielo nocturno y observaron las estrellas. Mientras se recostaba en<br />
una fría y desolada pared, y se deslizaba rápidamente en el sueño, su madre fue lo<br />
último que imaginó.<br />
Su madre, admitiendo que llegaría su paz en algún momento.<br />
Días. Noches. Quizá incluso una semana.<br />
No lo sabía con certeza.<br />
Ava observaba con su corazón rompiéndose en pedazos como un trío de militantes nazis<br />
golpeaban a un hombre indefenso. Estaban moliéndolo a golpes, exactamente, y ella no<br />
podía hacer más que observar.<br />
Lo oyó tan claro y firme como el agua. «Cobarde». Sabía que iba dirigido a ella. Su<br />
mente estaba llamándola cobarde por tener miedo. Estaba asustada, quizá por primera<br />
vez en días. Y el miedo… oh, odiaba el miedo. Tendía a paralizarla, sofocarla…<br />
lastimarla.<br />
Ella sólo quería ser valiente como Marcus lo había sido. Quería honrarlo, hacer lo que<br />
no había podido hacer cuando a él le llegó. Aquello de lo que se había arrepentido no<br />
hacer en su momento. Más no era tiempo para agobiarse y sentir lástima por sí misma.<br />
Si iba a estar enojada con alguien, sería con el maldito Führer.<br />
Necesitó detenerse antes de hacer algo inútil y observó detalladamente el panorama<br />
frente a ella. Dos soldados. Una mujer y un hombre en el suelo, agonizantes. No creyó<br />
ver nada más hasta que detectó al niño en frente a ella. Justo en el callejón que se<br />
enfrentaba a ella. Suspiró, creyendo que allí se encontraba a salvo. Mientras no se<br />
moviese…
Recorrió con sus órbitas el escenario completo, deteniéndose sobre el niño. Lo vio<br />
desperezarse en su sueño contra la fría y dura pared de concreto. El tercer hombre<br />
caminaba por el lugar, inspeccionando. Debía sacarlo de allí antes de que lo<br />
encontraran, no era demasiado tarde para él.<br />
Sopesó sus opciones cuidadosamente, y con calma se puso de pie. La pared destrozada<br />
arañaba su piel desnuda en las partes que los trapos no cubrían, y sin embargo no sentía<br />
dolor. La adrenalina superaba cualquier otra sensación.<br />
Espió todo lo que pudo, trazando maniobras en su mente. Necesitaba hacerlo rápido, el<br />
hombre estaba cada vez más cerca de aquel chico. Levantó su mano derecha en el aire,<br />
probando primero con la táctica de contacto visual. Sin embargo, él seguía atrapado en<br />
su propio mundo. Ava bufó, no lograría nada de esta forma.<br />
Comenzó a deslizarse hacia adelante antes de siquiera poder procesar otra idea. Quizá<br />
estaba muy oscuro y él no podía verla.<br />
Esbozó una mueca de dolor al trastabillar con una roca, pero continuó. No había hecho<br />
ruido. El temor de que la descubrieran había sido cubierto por el temor de que<br />
descubrieran al niño. Por lo tanto, siguió caminando. Se sentía mareada. Los pasos de<br />
aquel hombre se escuchaban desde el lugar en donde ella estaba, o tal vez era una<br />
simple ilusión mental. Iba a caer, necesitaba hacer algo. No supo cómo, simplemente lo<br />
hizo… Lo más estúpido que alguna vez podría llegar a hacer.<br />
Ella gritó.<br />
Fue como si el mundo se detuviese por unos segundos. La sangre subió hasta su cuello,<br />
casi ahogándola. Se sintió expuesta. Débil. Muerta.<br />
Despidió un “corre” de sus labios, pero ya era tarde. El nazi estaba muy cerca de él, y lo<br />
interceptó al instante. Corrió hacia él, tratando de remendar su error. Sabía, sin
embargo, que sería inservible. Podía sentir los brazos duros y bruscos tomarla antes de<br />
siquiera pestañear. Era tarde, para ella y para todas sus esperanzas.<br />
Se dejó arrastrar por el suelo lleno de suciedad sin luchar. Los gritos del niño eran<br />
ensordecedores. Su fuerza de voluntad era notable, y su resistencia valiente. Ava no<br />
pudo hacer más que quedarse allí, observándolo y dejándose llevar por aquellas manos<br />
extrañas que pronto la dejaron inconsciente.<br />
Un tren condujo a ambos niños inconscientes, ajenos a lo que les esperaba. Tenían<br />
miedo. Miedo a aquellos hombres firmes y ambiciosos que los acorralaban en sus<br />
pesadillas, y ahora también en la vida real.<br />
Miedo.<br />
“No dejes que el miedo te consuma, August. Consúmelo tú.”<br />
Él no sabía en donde estaba, ni quien era la chica que lo acompañaba. La recordaba<br />
vagamente, sí. Ella estaba allí cuando lo habían retenido. Pero… ¿quién era en realidad?<br />
Intentó pronunciar unas pocas palabras, pero no fueron muy entendibles. Tosió,<br />
sintiendo su garganta punzar. Ante el intento, le gritaron tan fuerte que su cuerpo<br />
entero tembló. Gruñó internamente, colérico. Nada podía hacer. Observó de nuevo a la<br />
chica, quien era notablemente mayor a él, y ella le dedicó una mueca. Lo había<br />
entendido, o eso parecía.<br />
«Soy August». Simple. Claro. Significante.<br />
Tener una mano amiga en esos momentos probablemente les traería un poco de paz.<br />
Claro estaba, que la paz sería escasa. Los nazis se encargarían de eso tal y como lo<br />
habían hecho todo el camino hasta el campo de Buchenwald, por supuesto. Y así como
habían llegado, los habían despojado de sus ropas, y la poca dignidad restante. A gritos y<br />
golpes, como era habitual, los condujeron semidesnudos hacia su encierro temporal.<br />
Ava no lloró. August no lo hizo, tampoco. Solos los habían arrojado en un<br />
compartimiento pequeño prácticamente asfixiante. Ninguno habló, no encontraban las<br />
palabras que pudieran llenar el vacío espeso. Ava se sentía culpable. Quería proteger a<br />
August, aquel niño que le recordaba tanto a Marcus. Aquel al que ella había puesto en<br />
real peligro.<br />
Tomó su mano, paciente, asegurándole que ella estaba ahí. August lo agradeció, e<br />
inmediatamente sintió ganas de llorar. Ella, Ava, le hacía recordar a su madre. Su<br />
madre, quien lo mecía en las noches de pesadillas, y le contaba cuentos en los que ellos<br />
eran libres. No lo había hecho hasta ese momento, pensar. En la oscuridad, con su mano<br />
callosa y pequeña entre los dedos de la chica. Y por sólo un momento logró sentirse en<br />
paz y a salvo.<br />
Luego todo se arruinó.<br />
Habían pasado días encerrados. Saliendo sólo para trabajar forzadamente. Su masa<br />
corporal había disminuido drásticamente, y ya no estaban conscientes de todo. Sólo<br />
deseaban acabar con eso. August no sabía qué hora era cuando lo despertaron,<br />
arrojándolo en el suelo, y arrastrándolo en el camino por cuarta –quizá quinta– vez.<br />
Miraba asustado a todos lados, frenético, buscando a Ava. Sintió alivio al verla aparecer<br />
por su derecha, acarreada por otro hombre.<br />
El no saber hacia donde los llevaban les había dejado de importar. Ellos se tenían como<br />
sostén el uno al otro, y podrían lidiar con eso.<br />
Los dejaron con un grupo de personas que caminaban en fila. Les forzaron brutalmente<br />
a acatar las órdenes e imitar a los demás, por lo que lo hicieron. Caminaron, caminaron
y caminaron. Muchos se tiraban al suelo con derrota, agotados por el abuso físico que<br />
venían recibiendo hacía días, semanas incluso.<br />
August era uno de ellos. Estaba cansado, exhausto. Pero no dejaría a su amiga sola. Si<br />
iban a atravesar el infierno, entonces lo harían juntos.<br />
De a poco los fueron adentrando en una especie almacén. Muchos se rehusaron a<br />
ingresar, gimiendo alaridos de dolor cuando la culata de las armas los dañaba una y<br />
otra, y otra vez. Ambos jóvenes, temiendo más maltrato físico, entraron. Pero, luego de<br />
un rato, cuando todos estaban dentro y ellos trabaron las puertas, lo supieron. Supieron<br />
que era lo que ocurriría.<br />
El brazo malherido de August (lo habían arrojado en la grava, cayendo así sobre su<br />
brazo y torciéndolo) fue atrapado entre el pecho del él mismo y el de ella. Un abrazo. Lo<br />
único que podían hacer en la tortuosa pero finalmente liberadora espera.<br />
Ava pensó en Marcus, lo que él habría pensado antes de morir. August visualizó a su<br />
madre entre los recuerdos. Su sonrisa confianzuda, y sus ojos cansados. Supo entonces<br />
que ella le habría dicho algo como “No dejes que te paralice, Gus. Sé fuerte. Sé lo que<br />
quieras ser.”<br />
Y el miedo no estaba allí para paralizarlos. El miedo estaba afuera, encerrado detrás de<br />
aquellas puertas. Se sentían valientes, y tal vez libres.<br />
Y, por hoy, August quería ser él mismo… sin preocupaciones ni malestares.<br />
Quería ser una persona.<br />
Alaska.