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Kurt Vonnegut Pájaro de celda - works

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comprar, si el precio era bueno. Hubo un chispeo en los ojos <strong>de</strong> Greathouse; imitaba en<br />

su pipa el gorjeo <strong>de</strong> pájaros. Debía estar pensando en lo duro que era. Sus abogados me<br />

contaron luego que había estado dando clases <strong>de</strong> boxeo y <strong>de</strong> jiu-jitsu y <strong>de</strong> karate, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

que se había convencido <strong>de</strong> que iba <strong>de</strong> verdad a ir a la cárcel.<br />

«Bueno —pensé para mí al oírlo—, no habrá nadie en esta prisión concreta que quiera<br />

pelear con él, pero, <strong>de</strong> todos modos, le quebrarán la espalda. A todo el mundo le quiebran<br />

la espalda la primera vez que va a la cárcel. Se cura con el tiempo, pero nunca queda uno<br />

igual que antes. Por muy duro que pueda ser Virgil Greathouse, nunca volverá a caminar<br />

igual o a sentirse igual.»<br />

Virgil Greathouse no me había reconocido. Sentado allí en aquel banco, yo podría<br />

haber sido un cadáver en el barro <strong>de</strong> un campo <strong>de</strong> batalla, y él un general que hubiera<br />

pasado durante un breve período <strong>de</strong> calma a ver cómo iban las cosas.<br />

No me sorprendió. Pensé, sin embargo, que podría reconocer la voz que salió <strong>de</strong> la<br />

prisión, que pudimos oír todos ya claramente. Era la voz <strong>de</strong> su colaborador más íntimo en<br />

lo <strong>de</strong> Watergate, Emil Larkin, que cantaba a pleno pulmón el espiritual negro: «A veces<br />

me siento como un hijo sin madre.»<br />

Greathouse no tuvo tiempo <strong>de</strong> mostrar su reacción a la voz, pues saltó un caza <strong>de</strong> una<br />

pista próxima, haciendo pedazos el cielo. Era un ruido que retorcía las tripas a todo el que<br />

no lo hubiera oído y oído y oído una y otra vez. No había ningún aviso previo. Era<br />

siempre una explosión apocalíptica sobre la cabeza.<br />

Greathouse, los abogados y el chófer se echaron al suelo. Luego, se levantaron,<br />

maldiciendo y riendo y limpiándose el polvo.<br />

Greathouse, suponiendo correctamente que estaban mirándole y midiéndole y<br />

catalogándole personas a quienes no podía ver, hizo unas cuantas fintas <strong>de</strong> boxeo y alzó<br />

la vista al cielo como para <strong>de</strong>cir, cómicamente, «podéis mandar otro. Esta vez estoy<br />

preparado». El grupo no avanzó hacia la prisión, sin embargo. Esperó junto a la limusina,<br />

aguardando una especie <strong>de</strong> fiesta <strong>de</strong> bienvenida. Greathouse quería, pensé, un último<br />

reconocimiento final <strong>de</strong> su rango social en terreno neutral, una especie <strong>de</strong> rendición en<br />

Appomattox, con el director como Ulises S. Grant y él mismo como Robert E. Lee.<br />

Pero el director ni siquiera estaba en Georgia. Habría estado allí si le hubiesen dicho<br />

con tiempo que Greathouse iba a llegar aquel día concreto a rendirse. Pero estaba en<br />

Atlantic City, dirigiendo una asamblea <strong>de</strong> la Asociación Norteamericana <strong>de</strong> Funcionarios<br />

<strong>de</strong> Libertad Condicional. Así que fue por fin Cly<strong>de</strong> Carter, el vivo retrato <strong>de</strong>l presi<strong>de</strong>nte<br />

Carter, quien salió por la puerta principal y dio unos cuantos pasos hacia ellos. Cly<strong>de</strong><br />

sonreía.<br />

—Entren todos —dijo.<br />

Y entraron, con el chófer cerrando la comitiva, con dos bolsas <strong>de</strong> viaje <strong>de</strong> piel y un<br />

neceser a juego. Cly<strong>de</strong> le cogió las maletas en el umbral, y le dijo cortésmente que<br />

volviese a la limusina.<br />

—No le necesitaremos aquí —dijo Cly<strong>de</strong>.<br />

Así que el chófer volvió a la limusina. Se llamaba Cleveland Lawes, una especie <strong>de</strong><br />

tergiversación <strong>de</strong>l nombre <strong>de</strong>l individuo a quien yo había <strong>de</strong>struido: Leland Clewes. Sólo<br />

había ido a la escuela primaria, pero leía cinco libros a la semana mientras esperaba por<br />

gente, principalmente ejecutivos <strong>de</strong> la RAMJAC y clientes y proveedores. Como le<br />

habían capturado los chinos en la guerra <strong>de</strong> Corea, y había estado realmente en China un<br />

tiempo trabajando como marinero <strong>de</strong> cubierta <strong>de</strong> un vapor <strong>de</strong> cabotaje en el mar<br />

Amarillo, hablaba bastante bien el chino.<br />

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