Kurt Vonnegut Pájaro de celda - works
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Presi<strong>de</strong>ncia.<br />
—Si lo siente <strong>de</strong> veras —continuó—, espero que sepa <strong>de</strong> qué se aflige en concreto.<br />
—¿Cómo...? —dije.<br />
—¿Creían que sólo les afectaba a Clewes y a usted? —dijo.<br />
—Sí, señor —dije yo—. Y a nuestras esposas, claro. Yo lo <strong>de</strong>cía en serio. Soltó un<br />
sonoro gruñido.<br />
—Eso no <strong>de</strong>bería habérmelo dicho usted —dijo.<br />
—¿Cómo...? —dije yo.<br />
—Es usted un mequetrefe, un aborto <strong>de</strong> Harvard, un pobre mierda <strong>de</strong> tercera clase —<br />
dijo, y se levantó—. ¡Usted y Clewes han <strong>de</strong>struido la buena reputación <strong>de</strong> la generación<br />
<strong>de</strong> funcionarios públicos más i<strong>de</strong>alista e inteligente que ha tenido este país! Dios mío... ¿a<br />
quién pue<strong>de</strong> interesarle ahora lo que les pase a usted o a Clewes? ¡Lástima que esté en la<br />
cárcel! ¡Lástima que no podamos encontrarle a usted otro trabajo!<br />
También yo me levanté.<br />
—No quebranté la ley, señor —le dije.<br />
—La cosa más importante que se enseña en Harvard —dijo— es que un hombre<br />
pue<strong>de</strong> obe<strong>de</strong>cer todas las leyes y aun así ser el peor <strong>de</strong>lincuente <strong>de</strong> su época.<br />
No dijo dón<strong>de</strong> ni cuándo se enseñaba esto en Harvard. Para mí era nuevo.<br />
—Señor Starbuck —dijo—, por si no lo ha advertido: hemos pasado recientemente<br />
por un conflicto mundial entre el bien y el mal, durante el cual nos acostumbramos a ver<br />
playas y campos plagados <strong>de</strong> cadáveres <strong>de</strong> nuestros muertos, <strong>de</strong> nuestros intachables y<br />
valerosos muertos. ¿Cree usted que voy a tener ahora piedad por un burócrata sin empleo,<br />
al que por mí <strong>de</strong>berían colgar y arrastrar y <strong>de</strong>scuartizar, por todo el daño que ha hecho a<br />
este país?<br />
—Yo sólo dije la verdad —estaba congestionado. Estaba mareado <strong>de</strong> terror y<br />
vergüenza.<br />
—Dijo usted una verdad parcial —dijo él—. ¡A la que se ha dado vali<strong>de</strong>z general!<br />
«Los funcionarios públicos cultos y compasivos son casi seguro espías rusos.» Eso es lo<br />
único que dicen los viejos estafadores y embaucadores semianalfabetos que quieren<br />
recuperar el gobierno, que creen que les pertenece por <strong>de</strong>recho. Sin las estupi<strong>de</strong>ces<br />
simbióticas <strong>de</strong> usted y <strong>de</strong> Leland Clewes, jamás habrían establecido esa conexión entre<br />
traición, piedad y talento. ¡Ahora quítese <strong>de</strong> mi vista!<br />
—Señor —dije. Habría huido si hubiera podido, pero estaba paralizado.<br />
—¡Es usted otro imbécil más que, por estar en el lugar ina<strong>de</strong>cuado en el momento<br />
ina<strong>de</strong>cuado —dijo—, logró que retrocediese un siglo el humanitarismo! ¡Lárguese!<br />
Muy fuerte, sí.<br />
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