Kurt Vonnegut Pájaro de celda - works
Kurt Vonnegut Pájaro de celda - works
Kurt Vonnegut Pájaro de celda - works
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Cierto: la gente que trataba conmigo en el trabajo, tanto inferiores como superiores,<br />
pasaron a adoptar una actitud más formalista, más correcta y fría en su trato conmigo. Ya<br />
no tenían tiempo, al parecer, para chistes, para contar cosas <strong>de</strong> la guerra. Todas las<br />
conversaciones eran escuetas, prácticas. Luego, era hora <strong>de</strong> volver al trabajo. Atribuí<br />
esto, por entonces, e incluso le comenté a mi pobre mujer que me parecía admirable, el<br />
espíritu <strong>de</strong> aquellas nuevas fuerzas armadas sobrias, sensibles, sumamente móviles y<br />
totalmente profesionales que estábamos creando. Serían un relámpago con el que<br />
podríamos hacer evaporarse cualquier nuevo Hitler que surgiese en cualquier parte <strong>de</strong>l<br />
mundo. En cuanto hubiese un pueblo que perdiese su libertad, allí estarían los Estados<br />
Unidos <strong>de</strong> Norteamérica para <strong>de</strong>volvérsela.<br />
Y cierto: mi vida social y la <strong>de</strong> Ruth pasaron a ser algo menos activas <strong>de</strong> lo que yo le<br />
había prometido a ella en Nuremberg. Yo había proyectado para ella un teléfono en<br />
nuestra casa que no <strong>de</strong>jaría <strong>de</strong> sonar nunca, con viejos camaradas míos al otro lado <strong>de</strong>l<br />
hilo. Camaradas que querrían comer y beber y hablar toda la noche. Estarían en lo mejor<br />
<strong>de</strong> su carrera al servicio <strong>de</strong>l gobierno entre los treinta y cinco y los cuarenta y cinco,<br />
como yo... tan hábiles y veteranos y diplomáticos y listos, y en el fondo duros como<br />
clavos, que serían, en realidad, el corazón y la cabeza <strong>de</strong> sus organizaciones, fuese cual<br />
fuese el puesto que ocupasen teóricamente en el escalafón.<br />
Le había prometido a Ruth que llegarían <strong>de</strong> importantes puestos en Moscú, en Tokio,<br />
en su ciudad natal, en Viena, en Yakarta y en Tomboctú y en Dios sabe dón<strong>de</strong>. ¡Qué<br />
historias podrían contarnos <strong>de</strong>l mundo, <strong>de</strong> lo que estaba pasando realmente! Nos<br />
reiríamos, y tomaríamos una copa más y etcétera, etcétera. Y, por supuesto, la gente <strong>de</strong>l<br />
país nos importunaría por nuestras amista<strong>de</strong>s interesantes y cosmopolitas y también por<br />
la información <strong>de</strong> que dispondríamos.<br />
Ruth <strong>de</strong>cía que a ella no le importaba nada que no sonase nuestro teléfono: que, si no<br />
fuera por el hecho <strong>de</strong> que mi trabajo exigía que fuese localizable a todas las horas <strong>de</strong>l día<br />
y <strong>de</strong> la noche, ella preferiría no tener teléfono en casa. En cuanto a las conversaciones<br />
con gente supuestamente bien informada hasta altas horas <strong>de</strong> la noche, <strong>de</strong>cía que no le<br />
gustaba acostarse más tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> las diez, y que en el campo <strong>de</strong> concentración había oído<br />
suficiente información supuestamente confi<strong>de</strong>ncial como para que le durase el resto <strong>de</strong><br />
sus días, y más aún. «Walter, yo no soy una <strong>de</strong> esas personas —<strong>de</strong>cía— que consi<strong>de</strong>ra<br />
necesario saber siempre, teóricamente, lo que en realidad está pasando.»<br />
Pue<strong>de</strong> que Ruth quisiera protegerse ante la amenaza <strong>de</strong> tormenta inminente, o, más en<br />
concreto, la amenaza <strong>de</strong>l pesado silencio que empezaba a envolvernos, volviendo durante<br />
el día, cuando yo estaba en el trabajo, a aquel entusiasmo a lo Ofelia que había sentido<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su liberación, cuando se imaginaba como un pájaro completamente a solas<br />
con Dios. No se olvidaba <strong>de</strong>l niño, que tenía cinco años cuando Leland Clewes fue a la<br />
cárcel. Siempre estaba limpio y bien alimentado. Ruth no se <strong>de</strong>dicaba a beber en secreto.<br />
Pero, sin embargo, sí empezó a comer mucho.<br />
Y esto me lleva al tema <strong>de</strong> las medidas <strong>de</strong>l cuerpo otra vez, algo que no me gusta<br />
mucho analizar... porque no quiero darle más importancia <strong>de</strong> la que merece. Las medidas<br />
<strong>de</strong>l cuerpo pue<strong>de</strong>n resultar notables por sus variaciones respecto a las normas aceptadas,<br />
pero aun así, no explican casi nada <strong>de</strong> la vida que se lleva <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> esos cuerpos. Yo,<br />
como ya he confesado, soy lo bastante pequeño para haber sido timonel. Eso no quiere<br />
<strong>de</strong>cir nada. Y, cuando Leland Clewes compareció ante un tribunal por perjurio, mi mujer,<br />
aunque solo medía uno cincuenta <strong>de</strong> estatura, pesaba unos sesenta y cuatro kilos.<br />
Amén.<br />
58