Kurt Vonnegut Pájaro de celda - works
Kurt Vonnegut Pájaro de celda - works
Kurt Vonnegut Pájaro de celda - works
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
cualquier batalla con la Unión Soviética ganase ésta seguro?<br />
—¿Sabes qué oí por aquella radio? —dijo Emil Larkin.<br />
—No —dije yo... con el mismo tono hueco.<br />
—Oí hacer a un hombre lo que nadie le perdonará nunca... nadie, sea cual sea su<br />
actitud política. Le oí hacer lo que nunca podrá perdonarse a sí mismo: traicionar a su<br />
mejor amigo.<br />
No pu<strong>de</strong> sonreír entonces, ante su <strong>de</strong>scripción <strong>de</strong> lo que creía haber oído, y no puedo<br />
sonreír ante ello ahora tampoco... pero era ridículo, <strong>de</strong> todos modos. El asunto consistió<br />
en una absurda serie <strong>de</strong> audiencias <strong>de</strong>l Congreso y <strong>de</strong> pleitos civiles y, por último, un<br />
proceso penal, todo lo cual duró dos largos años. Él, siendo como era un niño que<br />
escuchaba la radio, sólo pudo oír mucha charla aburrida sin mucho más interés para él<br />
que los ruidos parásitos. Sólo cuando ya era adulto, con toda una moral basada en las<br />
películas <strong>de</strong> vaqueros, pudo haber <strong>de</strong>cidido que había oído con toda claridad cómo un<br />
hombre traicionaba a su mejor amigo.<br />
—Leland Clewes nunca fue mi mejor amigo —le dije. Así se llamaba el hombre al<br />
que <strong>de</strong>struyó mi testimonio, y, durante un tiempo, nuestros apellidos aparecían unidos en<br />
las conversaciones: «Starbuck y Clewes»... como «Gilbert y Sullivan». Como «Sacco y<br />
Vanzetti»; como «Laurel y Hardy»; como «Leopold y Loeb».<br />
Ya apenas oigo hablar <strong>de</strong> nosotros.<br />
Clewes era un hombre <strong>de</strong> Yale... <strong>de</strong> mi edad. Nos conocimos en Oxford, don<strong>de</strong> yo fui<br />
timonel y él remero <strong>de</strong> una tripulación que triunfó en Henley. Yo era bajo. Él alto. Yo<br />
aún soy bajo. Él aún es alto. Entramos a trabajar en el Ministerio <strong>de</strong> Agricultura al mismo<br />
tiempo y nos asignaron cubículos contiguos. Jugábamos al tenis todos los domingos por<br />
la mañana, cuando hacía buen tiempo. Fueron nuestros días dorados, cuando nuestra<br />
conciencia <strong>de</strong>spuntaba.<br />
Fuimos un tiempo propietarios conjuntos <strong>de</strong> un Ford Phaeton <strong>de</strong> segunda mano y<br />
salíamos juntos con frecuencia con nuestras chicas. Phaeton era hijo <strong>de</strong> Helios, el sol.<br />
Cogió prestado un día el carro llameante <strong>de</strong> su padre y lo condujo <strong>de</strong> forma tan<br />
irresponsable que convirtió en <strong>de</strong>sierto varias zonas <strong>de</strong>l norte <strong>de</strong> África. Para evitar que<br />
todo el planeta quedase <strong>de</strong>vastado, Zeus tuvo que matarle con un rayo. «Bien por Zeus»,<br />
digo yo. No le quedaba otra salida.<br />
Pero mi amistad con Clewes nunca fue profunda y terminó cuando me quitó una chica<br />
y se casó con ella. La chica pertenecía a una antigua y distinguida familia <strong>de</strong> Nueva<br />
Inglaterra, propietaria <strong>de</strong> la Wyatt Clock Company <strong>de</strong> Brockton, Massachusetts, entre<br />
otras cosas. Su hermano fue compañero mío <strong>de</strong> habitación en Harvard en el primer curso<br />
que yo pasé allí, por eso la conocí. Es una <strong>de</strong> las cuatro mujeres a las que he querido <strong>de</strong><br />
veras. Se llamaba <strong>de</strong> soltera Sarah Wyatt.<br />
Cuando <strong>de</strong>strocé por acci<strong>de</strong>nte su vida, Leland Clewes y yo llevábamos diez años o<br />
más sin la menor relación. El y su Sarah habían tenido un vástago, una hija, tres años<br />
mayor que mi hijo. Él se había convertido en el meteorito más <strong>de</strong>slumbrante <strong>de</strong>l<br />
Ministerio <strong>de</strong>l Interior y era opinión general que sería ministro <strong>de</strong>l Interior algún día y<br />
quizás hasta Presi<strong>de</strong>nte. No había nadie en Washington que tuviera mejor planta y más<br />
simpatía que Leland Clewes.<br />
Así fue cómo <strong>de</strong>struí yo su carrera: Bajo juramento, y, en respuesta a una pregunta <strong>de</strong>l<br />
congresista Nixon, enumeré una serie <strong>de</strong> nombres <strong>de</strong> quienes sabía que habían sido<br />
comunistas durante la Gran Depresión, pero que habían <strong>de</strong>mostrado ser <strong>de</strong>stacados<br />
patriotas durante la Segunda Guerra Mundial. En esta lista <strong>de</strong> honor incluí el nombre <strong>de</strong><br />
45