Kurt Vonnegut Pájaro de celda - works
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Pero prevaleció mi infatigable optimismo. Ruth aceptó al fin casarse conmigo,<br />
<strong>de</strong>jarme que intentase convertirla en la mujer más dichosa <strong>de</strong>l mundo, pese a todas las<br />
cosas terribles que le habían sucedido hasta entonces. Ruth era virgen y yo casi, pese a<br />
tener treinta y tres años... pese a que había transcurrido ya, aproximadamente la mitad <strong>de</strong><br />
mi vida.<br />
Bueno, sí, por supuesto, yo, mientras estaba en Washington, había «hecho el amor»,<br />
como dicen, con mujeres diversas, <strong>de</strong> vez en cuando. Hubo una chica <strong>de</strong>l Cuerpo Auxiliar<br />
Femenino. Una enfermera <strong>de</strong> la Infantería <strong>de</strong> Marina. También una taquígrafa <strong>de</strong>l<br />
Ministerio <strong>de</strong> Comercio. Pero en realidad yo era un monje fanático al servicio <strong>de</strong> la<br />
guerra, la guerra, la guerra. Había muchos como yo. No hay nada en la vida que pueda<br />
llegar a ser tan obsesivo como la guerra, la guerra, la guerra.<br />
Le regalé a Ruth como regalo <strong>de</strong> bodas una talla que había encargado. Representaba<br />
las manos <strong>de</strong> una persona anciana unidas en oración. Era una versión en tres dimensiones<br />
<strong>de</strong> un dibujo <strong>de</strong> Alberto Durero, artista <strong>de</strong>l siglo XVI, cuya casa habíamos visitado varias<br />
veces Ruth y yo en Nuremberg durante nuestro noviazgo. Fue i<strong>de</strong>a mía, que yo sepa, el<br />
hacer trasladar aquellas famosas manos <strong>de</strong>l papel a la ma<strong>de</strong>ra. Des<strong>de</strong> entonces, se han<br />
manufacturado esas manos millones <strong>de</strong> veces y por todas partes son muestras <strong>de</strong>stacadas<br />
<strong>de</strong> torpe piedad en tiendas <strong>de</strong> regalos.<br />
Poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> casarnos, me trasladaron a Wiesba<strong>de</strong>n, Alemania, cerca <strong>de</strong> Frankfurt<br />
<strong>de</strong>l Main, don<strong>de</strong> me pusieron a cargo <strong>de</strong> un equipo <strong>de</strong> ingenieros civiles, <strong>de</strong>dicados a<br />
revisar montones <strong>de</strong> documentos técnicos <strong>de</strong> inventos y métodos <strong>de</strong> fabricación y<br />
secretos industriales requisados a los alemanes y que podían ser útiles para la industria<br />
norteamericana. Daba igual que yo no supiese nada <strong>de</strong> matemáticas ni <strong>de</strong> física o<br />
química... tampoco había importado cuando entré a trabajar en el Ministerio <strong>de</strong><br />
Agricultura el que jamás hubiese visto una granja <strong>de</strong> cerca, el que no hubiese cultivado ni<br />
un tiesto <strong>de</strong> violetas africanas en un alféizar. Un humanista podía supervisarlo todo... o al<br />
menos eso era lo que solía creerse por entonces.<br />
Nuestro hijo nació, con cesárea, en Wiesba<strong>de</strong>n. Ben Shapiro, que había sido mi<br />
padrino <strong>de</strong> boda, y que había sido también trasladado a Wiesba<strong>de</strong>n, fue quien asistió al<br />
parto. Acababan <strong>de</strong> ascen<strong>de</strong>rle a coronel. Unos años <strong>de</strong>spués, el senador Joseph R.<br />
McCarthy <strong>de</strong>scubriría que aquel ascenso había sido siniestro, puesto que era bien sabido<br />
que Shapiro había sido comunista antes <strong>de</strong> la guerra. «¿Quién ascendió a Shapiro y le<br />
trasladó a Wiesba<strong>de</strong>n?», quería saber el senador.<br />
Pusimos a nuestro hijo Walter F. Starbuck, hijo. Poco imaginábamos entonces que el<br />
nombre le resultaría al muchacho tan gravoso como el <strong>de</strong> Judas Iscariote, hijo. Pondría<br />
remedio legal a este problema a los veintiún años, en que cambiaría su nombre por el <strong>de</strong><br />
Walter F. Stankiewicz, que es el nombre que aparece en sus columnas <strong>de</strong>l New York<br />
Times. Stankiewicz es, claro, nuestro antiguo apellido. Y se me escapa ahora la risa,<br />
recordando algo que mi padre me explicó una vez <strong>de</strong> cuando llegó a Ellis Island como<br />
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