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Kurt Vonnegut Pájaro de celda - works

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Mi título oficial en la Casa Blanca <strong>de</strong> Nixon, el puesto que <strong>de</strong>sempeñaba cuando me<br />

<strong>de</strong>tuvieron por malversación y perjurio y por obstaculizar la acción <strong>de</strong> la justicia, era éste:<br />

asesor <strong>de</strong>l presi<strong>de</strong>nte para asuntos <strong>de</strong> la juventud. Me pagaban treinta y seis mil dólares al<br />

año. Tenía una oficina, pero no secretaria, en el subsótano <strong>de</strong>l Edificio <strong>de</strong>l Departamento<br />

Ejecutivo, justo <strong>de</strong>bajo, precisamente, <strong>de</strong> la oficina don<strong>de</strong> se planearon los robos con<br />

allanamiento y otros <strong>de</strong>litos en beneficio <strong>de</strong>l presi<strong>de</strong>nte Nixon. Yo oía gente paseando<br />

arriba que alzaba a veces la voz. Mis únicos acompañantes en mi propio nivel <strong>de</strong>l<br />

subsótano eran el equipo <strong>de</strong> calefacción y acondicionamiento <strong>de</strong> aire y una máquina <strong>de</strong><br />

Coca-Cola <strong>de</strong> la que creo que sólo yo sabía. Era la única persona que la utilizaba.<br />

Sí, y leía periódicos y revistas <strong>de</strong> universida<strong>de</strong>s e institutos <strong>de</strong> secundaria, y Rolling<br />

Stone y Crawdaddy, y cualquier otra cosa que dijese hablar para la juventud. Catalogué<br />

afirmaciones políticas en letras <strong>de</strong> canciones populares. Y creía estar especialmente<br />

cualificado para aquel trabajo por haber sido yo también radical en Harvard <strong>de</strong>s<strong>de</strong> mi<br />

primer curso. Y no había sido un diletante, un mero rojillo <strong>de</strong> salón. Había sido<br />

presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la sección <strong>de</strong> Harvard <strong>de</strong> la Liga Juvenil Comunista. Había sido codirector<br />

<strong>de</strong> un semanario radical, The Bay State Progressive. En realidad fui, abierta y<br />

orgullosamente, un comunista <strong>de</strong> los <strong>de</strong> carnet en el bolsillo hasta que Hitler y Stalin<br />

firmaron un pacto <strong>de</strong> no agresión en Milnovecientos Treintainueve. A mis ojos, cielo e<br />

infierno hacían con ello causa común contra los débiles <strong>de</strong>l mundo.<br />

Tras esto, pasé <strong>de</strong> nuevo a ser un cauto partidario <strong>de</strong> la <strong>de</strong>mocracia capitalista.<br />

Tan aceptable era en otros tiempos ser comunista en este país que el que yo lo fuera<br />

no impidió que ganase una beca Rho<strong>de</strong>s para Oxford <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> Harvard y consiguiese<br />

luego un puesto en el Ministerio <strong>de</strong> Agricultura <strong>de</strong> Roosevelt. ¿Qué podía tener <strong>de</strong><br />

repulsivo, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo, en la Gran Depresión, precisamente, y con otra guerra más<br />

por las riquezas y mercados naturales <strong>de</strong>l mundo en perspectiva, el que un joven creyese<br />

que toda persona <strong>de</strong>bía trabajar según su capacidad, y ser retribuida, estuviese sana o<br />

enferma, fuese joven o vieja, valiente o cobar<strong>de</strong>, inteligente o imbécil, según sus<br />

necesida<strong>de</strong>s básicas? Nadie podía consi<strong>de</strong>rarme un enfermo mental por pensar que no<br />

tenía por qué repetirse la guerra... que bastaba con que la gente normal <strong>de</strong> todas partes se<br />

hiciese con el control <strong>de</strong> las riquezas <strong>de</strong>l planeta, disolviese los ejércitos y olvidase las<br />

fronteras nacionales; bastaba con que pasasen a consi<strong>de</strong>rarse hermanos y hermanas, sí, y<br />

madres y padres, también, e hijos <strong>de</strong> todo el resto <strong>de</strong> la gente normal... en todas partes. La<br />

única persona que quedaría excluida <strong>de</strong> tal amistosa y misericordiosa sociedad sería la<br />

que acaparase más riqueza <strong>de</strong> la que pudiera necesitar en un momento dado.<br />

E incluso ahora, a la triste edad <strong>de</strong> sesenta y seis años, noto que aún me tiemblan las<br />

rodillas cuando encuentro a alguien que aún piensa que es posible que llegue el día en<br />

que habite la tierra una gran familia feliz y pacífica: la Familia <strong>de</strong>l Hombre. Si me<br />

conociese ahora a mí mismo tal como era en Milnovecientos Treintaitrés, me <strong>de</strong>smayaría<br />

<strong>de</strong> respeto y <strong>de</strong> lástima.<br />

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