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Kurt Vonnegut Pájaro de celda - works

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comida <strong>de</strong> casa. Jamones y pollos asados, pasteles y tartas. Comían lo que les apetecía y<br />

siempre que les apetecía y convirtieron el taller <strong>de</strong> máquinas en una especie <strong>de</strong><br />

meren<strong>de</strong>ro. Y lo <strong>de</strong>jaron como un basurero. Los pobres no se daban ni cuenta.<br />

Sí, y el viejo Daniel McCone y sus dos hijos pasaron también la noche en la fábrica:<br />

en catres plegables en sus oficinas, al pie <strong>de</strong> la torre <strong>de</strong>l reloj, y con el revólver cargado<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la almohada. ¿Cuándo harían su banquete <strong>de</strong> Navidad? A las tres en punto <strong>de</strong> la<br />

tar<strong>de</strong> siguiente. Entonces el problema ya estaría resuelto. El joven Alexan<strong>de</strong>r utilizaría su<br />

magnífica formación cultural, lo había dicho su padre, para componer y recitar una buena<br />

oración <strong>de</strong> acción <strong>de</strong> gracias antes <strong>de</strong> la comida.<br />

Entretanto, los guardias oficiales <strong>de</strong> la compañía, reforzados por agentes <strong>de</strong> Pinkerton<br />

y policías <strong>de</strong> la ciudad, patrullaron por turnos <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> las verjas <strong>de</strong> la empresa durante<br />

toda la noche. Los guardias <strong>de</strong> la empresa, que normalmente iban armados sólo con<br />

pistola, tenían también rifles y escopetas, prestadas por amigos o traídas <strong>de</strong> casa.<br />

A cuatro hombres <strong>de</strong> Pinkerton se les permitió dormir toda la noche. Eran algo así<br />

como especialistas. Eran tiradores <strong>de</strong> primera.<br />

No fueron los clarines los que <strong>de</strong>spertaron a la mañana siguiente a los McCone. Fue<br />

un estruendo <strong>de</strong> martillos y sierras, que cotorreaba por toda la plaza. Los carpinteros<br />

estaban construyendo un andamiaje muy alto, junto a la puerta principal, al lado <strong>de</strong> las<br />

verjas. El jefe <strong>de</strong> policía <strong>de</strong> Cleveland <strong>de</strong>bía subirse en él, para que le viese todo el<br />

mundo. En el momento oportuno, <strong>de</strong>bía leer la Ley Antidisturbios <strong>de</strong> Ohio a la multitud.<br />

La ley exigía esta lectura pública. Y <strong>de</strong>cretaba que cualquier reunión ilegal <strong>de</strong> doce o más<br />

personas <strong>de</strong>bía disolverse en el plazo <strong>de</strong> una hora una vez leída la disposición. Si los<br />

reunidos no se dispersaban, incurrían en un <strong>de</strong>lito que se castigaba con pena <strong>de</strong> diez años<br />

a ca<strong>de</strong>na perpetua.<br />

La naturaleza volvió a colaborar: empezó a caer una nieve menuda.<br />

***<br />

Sí, y un coche cerrado tirado por dos caballos blancos entró traqueteante en la plaza a<br />

toda prisa y se <strong>de</strong>tuvo junto a la entrada. A la temprana luz <strong>de</strong>l alba bajó <strong>de</strong> él el coronel<br />

George Redfield, yerno <strong>de</strong>l gobernador (y enviado por él), que llegaba <strong>de</strong> Sandusky para<br />

ponerse al mando <strong>de</strong> los milicianos. Era propietario <strong>de</strong> una serrería y a<strong>de</strong>más estaba<br />

introducido en los sectores <strong>de</strong> la alimentación y <strong>de</strong>l hielo. Carecía <strong>de</strong> experiencia militar,<br />

pero iba ataviado como si perteneciera a la caballería. Llevaba un sable que le había<br />

regalado su suegro.<br />

Se dirigió inmediatamente al taller <strong>de</strong> máquinas para preparar a sus soldados.<br />

Poco <strong>de</strong>spués, llegaron los carros <strong>de</strong> la policía antidisturbios. Eran policías normales<br />

<strong>de</strong> Cleveland, pero armados con escudos <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y lanzas romas.<br />

On<strong>de</strong>ó una ban<strong>de</strong>ra norteamericana en lo alto <strong>de</strong> la torre <strong>de</strong>l reloj, y se izó otra en el<br />

asta que había junto a la entrada principal.<br />

Iba a ser sólo puro teatro, pensaba el joven Alexan<strong>de</strong>r. No habría muertos ni heridos.<br />

La actitud <strong>de</strong> los hombres lo indicaba. Los propios huelguistas habían comunicado que<br />

vendrían con sus mujeres y sus hijos, y que ninguno llevaría armas... ni siquiera un<br />

cuchillo con hoja <strong>de</strong> más <strong>de</strong> siete centímetros y medio.<br />

«Sólo queremos —<strong>de</strong>cía su carta— ver por última vez la fábrica a la que dimos los<br />

mejores años <strong>de</strong> nuestras vidas, y enseñar la cara a todos aquellos a quienes les pueda<br />

interesar mirarla; y mostrársela sólo a Dios Todopo<strong>de</strong>roso, si sólo él quiere mirar; para<br />

preguntar, plantados allí, mudos e inmóviles: “¿Merece un norteamericano la miseria y<br />

los sufrimientos que pa<strong>de</strong>cemos nosotros?”»<br />

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